Marruecos encuentra petróleo y España un reloj de arena
Pese a que a España siempre le ha convenido la convivencia pacífica con Marruecos, desde Rabat se celebra como una victoria toda desestabilización del gobierno de Pedro Sánchez
Mientras España ha tratado siempre de contribuir a la estabilidad política de Marruecos, nuestro vecino del sur parece empeñado en provocar continuos cambios de gobierno en nuestro país. Es la política del reloj de arena: cuanto más se vacía la parte de arriba, más se llena la de abajo. Así que no es de extrañar que los marroquíes estén casi siempre detrás de las crisis políticas y traumas sociales vividos en España desde hace muchos años. Nuestras pérdidas siempre han parecido ganancias para ellos.
Todos los gobiernos españoles, de izquierdas o derechas, han entendido siempre que nos interesa la continuidad y permanencia del actual régimen marroquí. Una monarquía sin división de poderes, que no respeta los derechos de sus opositores y sin libertad de expresión para los críticos del régimen. Pero es en cambio una cierta garantía de contención del radicalismo islamista y de los terroristas cada vez más numerosos que amenazan con asentarse en el norte de África. Así que la colaboración se hace imprescindible. Es una relación en la que la crítica se deja a un lado y se trabaja de igual a igual, porque es precisamente ese el reconocimiento que espera de España el régimen de Mohamed VI para legitimar buena parte de su política.
Pedro Sánchez tuvo que ver con sus propios ojos la crisis de los menores de Ceuta para entender lo que otros presidentes conocían antes incluso de llegar al cargo. Los anteriores, desde Suárez hasta Rajoy, supieron desde el principio que el primer mandamiento con Marruecos es la cortesía y el segundo la firmeza. Con Sánchez faltó el primero y ya no hubo opciones para el segundo. Ahora solo le queda la sobreactuación de quien llega tarde a los sitios. Pero en el palacio de Mohamed VI huelen la debilidad como en pocos sitios y actúan en consecuencia. El reloj de arena sigue su marcha y ya ha caído el Sahara. Les queda Ceuta y Melilla.
Solo un gobierno débil en España puede darle esas plazas a Rabat. Por eso siguen en su estrategia de dejar en evidencia a Pedro Sánchez. Primero haciendo pública una carta con el compromiso de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sahara. Carta que, salvo Sánchez, nadie conocía. Después con el “acuerdo de la bandera al revés”, cuyo contenido también se desconoce. Y ahora con el anuncio del hallazgo de un yacimiento de petróleo en aguas de Marruecos, pero muy cerca de las islas Canarias. Según Rabat, los pozos tendrían una capacidad de extracción de más de mil millones de barriles de crudo.
Es curioso que este hallazgo se anuncie ahora, en plena crisis energética, con España descolocada con Argelia, precisamente por el anuncio sobre el Sahara y desplazada por Italia como país de recepción del gas argelino. Y es igualmente llamativo que en 2014 Repsol llevara a cabo prospecciones prácticamente en la misma zona de las Canarias, pero en aguas españolas, y no encontrara bolsas de petróleo de calidad y cantidad que las hiciera rentables.
Hasta ahora ni España ni Marruecos habían encontrado yacimientos potencialmente comerciales en la zona. A lo que hay que añadir, en el caso español, la oposición de los políticos y buena parte de la sociedad canaria a que se extrajera petróleo, en caso de haberlo, por las negativas consecuencias ecológicas que, según decían, tendría para las islas.
No es la primera vez que Marruecos anuncia a bombo y platillo el hallazgo de “oro negro”. Ya lo hizo Mohamed VI en el año 2000 al encontrar, supuestamente, un yacimiento en Talsint, en el Sahara Occidental, que por razones legales y limitaciones de la ONU no pudo perforar. Las empresas encargadas de la prospección, la francesa Total Fina Elf y la norteamericana Kerr McGee, prefirieron evitar complicaciones internacionales y no vieron rentabilidad a la operación. Y eso que entonces se dijo que el yacimiento tenía unos 5.000 millones de barriles de crudo y 196.000 millones de metros cúbicos de gas.
Marruecos sueña con convertirse en una potencia petrolífera y que sus vecinos, especialmente España, dependan de Rabat. Con un gobierno como el de Pedro Sánchez, marcado ideológicamente por una política sensible al cambio climático pero ineficaz a la hora de establecer la soberanía energética del país, seríamos un juguete en manos marroquíes en caso de confirmarse como cierto el hallazgo del suculento yacimiento de petróleo frente a las Canarias. Y a ver quién le dice a Mohamed VI que muy bien, que saque todo el petróleo que quiera pero que no manche nuestras playas.
El hallazgo, de momento, no es más que un anuncio. Pero Marruecos sabe que noticias como esta sirven para desestabilizar. Y sabe también que Sánchez se la juega, cada vez más, en la batalla económica. El mensaje de Rabat a la opinión pública española es claro: después de darnos el Sahara encontramos petróleo en vuestras narices, seguid así.
Como decía Antonio Escohotado, la riqueza de un país no es ni su petróleo, ni su gas ni sus diamantes. Es la educación de sus ciudadanos. Pero me temo que también la hemos perdido entre la arena del reloj.