Marruecos, el chantaje que no cesa
Si la crisis diplomática entre Marruecos y España no se soluciona con el pago de 30 millones, es posible que Sánchez ceda ante el objetivo de Mohamed VI: el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara
Marruecos conoce las debilidades de la democracia. Al menos las de la democracia española. Sabe de las consecuencias que tiene para cualquier gobierno de Madrid estar sujeto a una dura opinión pública sensible en materia de inmigración, del trato a los menores y no digamos del posicionamiento en las crisis humanitarias o en los conflictos bélicos internacionales.
Y ese es un problema que nuestro vecino del sur no tiene. En Marruecos no existe opinión pública como tal. No hay una masa social capaz de movilizarse, en la calle o en las urnas, contra cualquier decisión que de manera impopular haya adoptado el régimen. Existen, claro, destacados líderes de opinión, con más o menos influencia, cuyo nivel de oposición se mide en función del tiempo que tardan en acabar en el extranjero.
Así que nuestro vecino juega con ventaja. La sociedad de ese país, unida fundamentalmente por la religión en torno a la figura de su rey Mohamed VI, máxima autoridad religiosa, se limita mayoritariamente a esperar con resignación que un designio del cielo cambie su destino. Y quien interpreta esa señal divina es el rey. Así lo hizo Hassan II en 1975, cuando ocupó el Sáhara con la famosa “Marcha verde”. Entonces envió a miles de marroquíes desesperados, con el Corán en la mano, convencido de que el ejército español no sería capaz de disparar contra ellos. Y así fue.
Hacia el «Gran Marruecos»
A su hijo, Mohamed VI, le queda ahora cerrar el proceso que se inició hace 46 años. Podría decirse que en ello le va su futuro y el de su dinastía. Y por extensión el del régimen construido a su alrededor durante tantos años con la promesa de conseguir el “Gran Marruecos” con soberanía plena sobre el Sáhara. No hay que olvidar que la mayor parte de las familias marroquíes tiene algún pariente destacado en el desierto y que semejante ejército supone una sangría económica para una sociedad de muy limitados recursos. Así que M-6, como allí se conoce al rey, parece haber tomado una decisión.
¿Qué lleva a Marruecos a empujar a su gente hacia Ceuta en estos momentos? Está claro que la razón última es el Sáhara. Que el Gobierno de España haya acogido al líder saharaui Brahim Gali en un hospital de Logroño es una afrenta para Rabat. Porque viene a ser la constatación de que nuestro país no está por la labor de reconocer la soberanía marroquí sobre la antigua colonia.
Pero esto no es nuevo. Todos los gobiernos, desde Suárez hasta ahora, han tenido que desplegar una amplia actividad diplomática y una no menos generosidad económica para tratar de evitar, sin éxito, que Marruecos utilizara la inmigración como un chantaje permanente.
Hace unos meses lo comentaba en este mismo espacio. Marruecos, con una población superior a los 35 millones de habitantes, es un país demográficamente muy joven. Nada que ver con la envejecida España. El 42% de los marroquíes tiene menos de 25 años.
Desocupados en su mayoría, sumidos en la pobreza y sin futuro, son una olla a presión que el régimen contiene gracias a un represor sistema policial que lo controla todo. Un sistema que abre y cierra la válvula de la olla a su conveniencia. Cuando quiere deja salir la energía de esta legión de jóvenes para que se monten en una patera o crucen hacia Ceuta, como lo están haciendo ahora.
Si el régimen marroquí ha dado ahora un paso más allá de lo habitual es porque entiende que las condiciones le son favorables. EE.UU se ha convertido en su gran aliado desde que Donald Trump reconociera la soberanía marroquí sobre el Sáhara a cambio de que Rabat abriera embajada en Israel para mantener relaciones diplomáticas con ese país. Y Joe Biden, lejos de dar un paso atrás, ha refrendado la decisión de su predecesor.
España pierde apoyos, Marruecos los gana
Washington, aliado de España durante la crisis de la isla de Perejil, lo es ahora de Marruecos. Francia también apoya a su excolonia en sus reivindicaciones sobre el Sáhara. Así que España, en su papel de histórica potencia administradora de ese territorio, es la pieza que le falta a Marruecos.
El chantaje permanente de la inmigración aumenta ahora la apuesta. Ya no son pateras llegando a Canarias o al sur de la península. Se trata de una llegada masiva, con tintes de invasión, a una ciudad que va a ver alterada su vida diaria de una manera peligrosa.
El gobierno ya ha respondido como suele: 30 millones de euros para las arcas marroquíes. Veremos si en Rabat se conforman. Todo apunta a que no. Y veremos igualmente si la presencia del ejército español disuade a los marroquíes y esta crisis pasa como han pasado otras. De lo contrario no sería de extrañar que, ante la actual incapacidad diplomática española, el ejecutivo de Sánchez acabe reconociendo, implícita o explícitamente, la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara.
No sería el peor error de cuantos ya ha cometido.