Mario Onaindía y el espectro de las dos comunidades

Mario Onaindía manejó el espectro de las dos comunidades en un viaje ideológico en el que pasó de ser soldado vasco a defender una Euskadi inserta en España

“El nacionalismo ha creado una ‘contrasociedad’, definida por oposición a un fantasma que se identifica como Madrid o como España. Pero ha sido incapaz de ofrecer un modelo de convivencia en positivo, una cultura integradora y que responda a nuestra época”.

La relevancia de la cita no es su conexión con la actualidad catalana, sino quién la pronunció, cuándo y a qué nacionalismo se refiere. Su autor es Mario Onaindía, histórico militante de ETA político-militar, en 1979, dos años después de ser liberado de la condena con la que Franco conmutó las dos penas de muerte que le impusieron en el Proceso de Burgos.

Onaindía protagonizó la transmigración ideológica más valiente y más difícil que conozco: desde gudari (soldado) de la patria vasca en 1969, a defender una Euskadi inserta en España como senador del PSE-PSOE en 1996. Entre medias, jugó un papel central en lograr que los ‘poli-milis’ se disolvieran en 1982. La izquierda abertzale, erigida en grial de la esencias, le acusó de traidor: tuvo escolta hasta su muerte hace 14 años. Y el nacionalismo tradicional, encarnado en el PNV de Xabier Arzalluz, le consideró un peligroso competidor.

Uno de los temas más recurrentes en el pensamiento y la acción política de Onaindía desde que recobró la libertad fue el peligro de fractura en dos comunidades. Su temor era que lo que nunca consiguió el nacionalismo (‘Una, Grande y Libre’) del dictador –una Euskadi dividida entre vencedores y vencidos– lo lograra el nacionalismo autóctono distinguiendo entre patriotas (abertzales) y españolistas.

Desde entonces soy alérgico al término. Me preocupó su uso creciente en Cataluña durante los últimos años y ahora me alarma. “¡Españolista!, así, con exclamaciones. No es ni neutro ni meramente descriptivo. Y su carga peyorativa no es casual. A quien se señala de esa manera se le identifica de inmediato con la ‘metrópoli’ colonial. No con el Gobierno popular o con las voces más ultramontanas, sino con un concepto unívoco que engloba el origen de todas las injusticias: España y, por extensión, los españoles.

¿Cuánto 155 se aplicará? ¿A qué velocidad? ¿Con qué convicción se declarará la independencia?

Para los impulsores del independentismo catalán –como para los capataces del patriotismo vasco– es un truismo (verdad tan obvia que no requiere prueba) que lo expresado en la calle es reflejo fiel de la voluntad mayoritaria del pueblo. Han contado con la adhesión por incomparecencia  –o por silencio– de un sector de la ciudadanía que hasta el 8 de octubre no se había manifestado con la misma asertividad: ni en la calle, ni en el trabajo, ni en la asociación de padres… Y tampoco en las urnas. Eso permitió aprobar ‘a capón’ en el Parlament las leyes de desconexión y justificar la independencia con un 40% del censo.

Concluido como cabía esperar el juego de ultimátums y contra-ultimátums entre Gobierno y Govern, entramos en terreno desconocido. ¿Cuánto 155 se aplicará? ¿A qué velocidad? ¿Con qué convicción se declarará la independencia? ¿Qué pasará con las instituciones; con los líderes independentistas (dos de ellos ya encarcelados); con la economía, con el orden público, con la opinión pública y con la opinión política internacional?

Todas esas preguntas son de gran relevancia, pero el mayor peligro es que la suplantación del todo por la parte –los dos millones de votos del 1-O frente al los tres millones que no votaron en una consulta que fue de todo menos representativa— haga que se materialice en Cataluña la preocupación de Onaindía: la consolidación en dos comunidades. Y, peor, su confrontación en el actual clima de irritación.

En los últimas semanas se perciben, al menos en la ciudades, signos desconocidos de tensión social: enfrentamientos verbales, afirmaciones inéditas de simbología constitucional, contra-caceroladas, himnos de España emitidos desde balcones en patios de manzana contra versiones de Els Segadors

El temor es por la ruptura de la convivencia y el surgimiento de una desconocida animosidad

Hace pocos días, tan solo el en tiempo que lleva desayunar, oí en dos noticieros radiofónicos diferentes, a varios conocidos periodistas relatar escenas semejantes de la noche anterior, coincidentes con lo observado en mi propia calle. Al describir sus impresiones, tres de ellos coincidieron en la palabra que mejor definía sus sentimientos: “miedo”. Su temor no era por su integridad personal sino por la ruptura de la convivencia y el surgimiento de una desconocida animosidad ajena a cualquier experiencia que se recuerde.

Conocí a Mario Onaindía en mayo de 1977 en Bruselas pocos días después de que el primer Gobierno de Adolfo Suárez le excarcelara por vía “extrañamiento” junto a otros cuatro condenados de Burgos (los demás fueron enviados a Noruega) como prólogo de la Amnistía aprobada ese otoño. Le traté luego como periodista en diversos encuentros informativos y en conversaciones off-the-record, muchas con el abogado Juan Mari Bandrés, generalmente en torno a una comida, que es como los vascos abrimos el corazón y aflojamos la palabra.

A Mario le sobraba generosidad –corazón— para poner a trabajar las credenciales de su pasado para lograr compromisos, cesiones y entendimiento de todas las partes en conflicto. Ayudó a que la política se abriera paso entre disparos y explosiones. Esos esfuerzos salvaron vidas. Y ahorraron que otras se malograran en prisión.

Su otro gran servicio fue la brutal sinceridad de su palabra, comparable solo a la honestidad de las conclusiones a las que fue llegando en su viaje ideológico. En ese camino no sólo tuvo que superar la dialéctica imposible de marxismo y nacionalismo que intentó ETA (y sigue preconizando la izquierda abertzale). Lo hizo frente a la amenaza de sus ex correligionarios. Murió en 2003 de un cáncer asesino, pero pudo morir asesinado por una bala de 9mm, como Yoyes. Le salvó ser un símbolo, intocable incluso para la ETA militar mas enajenada.

Onaindía apostó el crédito de haberse jugado la vida frente a la dictadura franquista en la defensa del Estatuto de Gernika de 1979 y de las instituciones de Vitoria y de Madrid. El veredicto de las urnas y no el asamblearismo abertzale ni la pretendida legitimidad de las pistolas eran para él la única garantía para impedir la creación en Euskadi una comunidad dominante y otra dominada.

Hay violencia, y comienza aflorar en las palabras, en las actitudes, en la falta de empatía, en la crispación

“La solución es que quienes no aceptan el Estatuto de Guernica y la Constitución (…) acepten que en democracia no vale todo (…), que respeten las instituciones representativas y acaten las reglas que se ha otorgado a sí misma la ciudadanía”. Esta cita es diez años posterior a la primera y corresponde a un artículo dirigido al independentismo vasco en septiembre de 1987 titulado –¡oh coincidencia!— ‘El camino de la convivencia’.

Jamás hubiera pensado, cuando llegue a Cataluña, que llegaría el día en que recordaría tanto los peores días de Euskadi. Mis amigos catalanes me insisten en que “no es lo mismo”, que aquí no hay violencia, que no hay una ETA. Y, por supuesto, lo último es cierto. Pero también lo es que hay violencia. Larvada y hasta ahora latente, sólo ahora comienza aflorar en las palabras, en las actitudes, en la falta de empatía, en la crispación.

Existen causas y culpas de sobra para repartir, pero esa no es la discusión que se requiere en estos momentos. Lo urgente es reconocer que la fractura se ha producido y se agranda con cada nuevo episodio. ¿Dará alguien el primer paso para remediarlo?

Ni siquiera en el penal de Burgos fue preso Mario de su biografía; ni de esclavo de una versión doctrinaria de la historia. Actuó como le dictó su conciencia y le ordenó la inteligencia ante el momento histórico que vivía su país. Me molesta inmensamente que se habla de un supuesto Régimen del 78 . Nos vendría bien alguna figura como Onaindía en Cataluña, en Euskadi y en España.

Sinceramente, creo que con la Generación del 78, no habríamos llegado a esto.