Mariano Rajoy entre futbolines, ‘selfies’ y churros con chocolate
Mariano Rajoy está haciendo una campaña contra su propia naturaleza. Hay que felicitarle por ese enorme esfuerzo de travestismo político. Suena a despedida. Y lo confirma esa sospechosa presencia de Soraya Sáez Santamaría en los carteles electorales del PP y el debate que organizará Atresmedia. No hay un líder único; por lo menos un liderazgo compartido. Algo inédito o extraño en una campaña electoral. Es un anuncio de presidencia compartida o de sucesión pactada. El esfuerzo de transformación de Mariano Rajoy tiene un toque póstumo, de anuncio de despedida.
Mariano Rajoy ha descendido del plasma y anda como loco por las pequeñas ciudades de España y por los programas de entretenimiento. Juega al futbolín con Bertín Osborne, macho alfa de nuestro sistema solar. Come churros, mojados en chocolate; se hace selfies con cara jovial, con señoras entusiasmadas que triunfarán el lunes en la peluquería. Se acerca de rapiña a la estatua de Adolfo Suárez, reclamando la herencia de quien nunca soportó a Alianza Popular, el preludio del partido de Rajoy.
Naturalmente, con una agenda tan cargada, no tiene tiempo para ir a debates. Quería endosar esa responsabilidad a la aspirante Soraya Sáez de Santamaría pero de momento no la ha podido colar.
El PP tiene una campaña diseñada para personas mayores y de orden. Movilización general de la tercera edad como remedio de la perdida de cariño de los jóvenes. El único debate que le interesa es un cara a cara con Pedro Sánchez. Apuntalar al más débil para perjudicar a los verdaderos contrincantes.
Me recuerda los esfuerzos que hacía el PSOE para mantener a Manuel Fraga Iribarne con el estatuto de líder de la oposición, desde la consciencia de que el líder gallego no ganaría nunca. Nunca tuvo Felipe González un aliado tan valioso como Manuel Fraga Iribarne.
Mariano Rajoy se va a poner morado de churros. Va a besar niños hasta que se le sequen los labios. Como además le gusta el dominó con personas mayores, estas van a ser las señas de identidad de su campaña. Es sal gruesa donde no se nota la impostación de la campaña, pero la gente no se fija tanto en los detalles y aunque suene algo falso, está sirviendo. Se ha logrado una cierta sensación de cercanía de un hombre adusto, lejano e inseguro. Los ensayos que ha tenido que hacer el equipo electoral para crear esa imagen de un Rajoy cercano han tenido que ser épicos.
Sorprende que la defensa del PP frente a la modernidad punzante de Ciudadanos sea una campaña diseñada con moldes antiguos para electores conservadores y tradicionales. Ni siquiera la presencia de Soraya le da un toque de cambio o modernización a la campaña del PP. Parece más la sobrina de Rajoy que su sucesora. Es cierto que tiene fama, merecida o no, de eficaz. Muñe las maquinas, engrasa los medios de comunicación y aparece los viernes en pantalla después del Congreso de Ministros. No es un logro menor haber ejercido de súper vicepresidenta cuatro años y no haber metido la pata.
Ahora han desaparecido las caras tradicionales del PP. Pablo Casado, el imán para la juventud, se encuentra en paradero desconocido. Ni qué decir de Rafael Hernando o María Dolores Cospedal. Puede llegar a parecer que no han existido nunca.
Incluso el lema de «España en serio» respalda la idea de orden, de rechazo a cambios y de más de lo mismo. Los demás, a contrario sensu, son una broma, una aventura: la incertidumbre.
Esta campaña está pensada para los más conservadores, en una época –los ataques terroristas, el desafío antidemocrático catalán–, de miedos y amenazas. Se ofrece «seriedad». Es una utilización sutil y encubierta del miedo a la incertidumbre en una época de amenazas. Ha pasado a segundo término la recuperación económica. Estas no son unas elecciones de programas sino de postureos. Y Rajoy dibuja la imagen de un maduro amable, cercano y confiable. Lo que corresponde a una España en serio.
Ceo que es una campaña inteligente; o mejor aún, la única campaña posible contra unos adversarios jóvenes, nuevos y en cierta manera «modernos». Creo que Rajoy acertó a no acudir al debate de El País porque su presencia hubiera sido como la de un sesentón respetable en una discoteca llena de jóvenes. Su única defensa frente a ese contraste era la de pretender ventaja para los españoles al ser un señor antiguo y mayor que ofrece seriedad frente a las aventuras de esos jóvenes sin experiencia. «En tiempo de tribulaciones no hacer mudanza».
Siento ahora una cierta ternura hacia Rajoy. Es como observar en un maratón un corredor talludito frente a atletas musculosos y sobrados. Y lo que quiere el PP es generar empatía frente a este líder, en retirada, que pide su última oportunidad. Ese producto solo lo compran los electores de provincias, de orden de toda la vida. Ellos son el objeto de deseo de esta operación para salvar al PP.