Margallo, Junqueras, y la fe del independentismo  

Una cuestión de fe. El debate sobre la independencia de Cataluña se ha convertido en eso, por lo menos desde el punto de vista del bloque soberanista, que no quiere escuchar ninguno de los argumentos que se ofrecen, con la machacona acusación de que se trata, en realidad, de una campaña del miedo.

Pero desde el otro lado, al margen de esgrimir la ley y los tratados y los casos tangibles que se han producido en el pasado –algo que se debe hacer— tampoco se desea atender una demanda política que deberá mostrar su mayor o menor peso en las elecciones de este domingo.

El debate de este miércoles en 8tv, la televisión del Grupo Godó, entre el ministro José Manuel García-Margallo, y el presidente de ERC, Oriol Junqueras, fue una magnífica oportunidad para evidenciar que, en realidad, todas las partes están deseando un acuerdo.

El independentismo se basa en un supuesto: el de que el sentido común, al final, primará. Según esa premisa es muy complicado que un territorio como Cataluña se quede en el limbo jurídico, como Margallo aseguró hace unos meses. Un territorio fronterizo, por el que pasan las mercancías del sur de España y del levante hacia Europa, no podría quedar fuera de la Unión Europea, con la introducción, de nuevo, de aranceles.

Ese sentido común se basa en que España acabaría aceptando a Cataluña como estado, porque «nadie quiere dañar la economía», como dijo hace unos días Artur Mas. Pero ese discurso peca de una gran fragilidad. Porque los gobernantes de España, sean del color que sean, tienen muy claro que no renunciarán a que una parte de un todo se escinda sin más.

Junqueras repitió en varias ocasiones que Europa no echará a Cataluña, porque «ya somos europeos». Y Margallo incidió en que nadie echa a nadie, sino que Cataluña «se autoexcluye» si proclama su independencia. Junqueras afirmó que «seremos un estado miembro porque ya somos parte de la Unión Europea», mientras que Margallo señaló que Cataluña es miembro de la UE porque forma parte de un Estado, como España, que es miembro de la comunidad. 

Fue un debate constructivo, con argumentos, pero que, en realidad, sirvió para reflejar que nadie quiere escucharse, hasta ahora. 

Tal vez, a partir de enero de 2016, cuando se hayan celebrado las elecciones generales, con los resultados de todos los partidos sobre la mesa, y tras conocer el peso del independentismo –por primera vez puede ser claramente la opción ganadora en unas elecciones y eso no se puede orillar—todas las partes podrán acometer lo que todos, en realidad, están rogando: una reforma profunda de España.