Manuel Azaña y el 155
Aunque eran otros tiempos: la obcecación y el caciquismo secesionistas de consecuencias imprevisibles sigue vigente
Quienes dicen que en España nunca se ha aplicado el 155, o algo parecido, antes de 2017, se equivocan. Ahí está Manuel Azaña. Sí, el presidente de una Segunda República que hoy revindican algunos de nuestros políticos. El nacionalismo catalán incluido.
El 20 de mayo de 1937, en el llamado Cuaderno de la Pobleta, Azaña señala el “espectáculo que ofrece Cataluña, en plena disolución”.
Azaña: “el Gobierno debe restablecer en Cataluña su autoridad en todo lo que le compete”
Concreta: “Ahí no queda nada: Gobierno, partidos, autoridades, servicios públicos, fuerza armada; nada existe”.
Prosigue: “La inercia. Nadie está obligado a nada, nadie quiere ni puede exigirle a otro su obligación… engreimiento de advenedizos, insolencia de separatistas, deslealtad, disimulo, palabrería de fracasados”.
El 31 de mayo de 1937, en el mismo Cuaderno de la Pobleta, Azaña dice al nuevo gobierno, presidido por Juan Negrín, que “necesitaba y estaba obligados a trazarse con urgencia una política catalana, que no podía ser la de inhibirse y abandonarlo todo”.
El Gobierno de la República recuperó poder, leyes y competencias contra los “excesos y desmanes” de un nacionalismo catalán
Añade que el Gobierno anterior “había incurrido en el gravísimo error de desentenderse de los asuntos de Cataluña, limitándose a lamentar enojadamente los abusos e insubordinaciones de la Generalidad”.
Y dice “que por muchas y muy enormes y escandalosas que hayan sido las pruebas de insolidaridad y desapego, de hostilidad, de chantajismo que la política catalana de estos meses ha dado frente al Gobierno de la República, no son razón para inhibirse, sino para lo contrario”.
¿Qué respuesta? “Que con autonomía y todo, siempre hay materia de gobierno allí que incumbe al poder de la República… el Gobierno debe restablecer en Cataluña su autoridad en todo lo que le compete… sin perder día ni hora”.
Esto es, hay que “respetar la Constitución, el Estatuto, las leyes de la República, las dictadas por el Parlamento catalán en uso de su potestad… [cosa que] sería irreprochable e inatacable, y muy bien recibida por la opinión pública catalana, harta de abusos, de locuras, y de traiciones, y no se manifiesta porque la aterrorizan”.
Nadie pide perdón por el daño causado: cinismo secesionista
Más: “No puede admitirse que la autonomía se convierta en un despotismo personal ejercido nominalmente por Companys, y en realidad, por grupos irresponsables que se sirven de él… no se han privado de ninguna transgresión, de ninguna invasión de funciones”.
Propuesta: “Que incluso el Gobierno debería basar su política para Cataluña en el propósito de restablecer y mantener la autonomía, según el Estatuto, hoy secuestrada… que al derrumbarse el sistema [autonómico], el Estado no debe enterrarlo, sino acudir a resucitarlo”.
Precisión: “Ninguno de los funcionarios que durante estos diez meses ha tenido nominalmente a su cargo funciones que según ley corresponden al Estado, puede seguir en su puesto, porque no tienen autoridad, ni espíritu, ni muchas veces ganas de servir fielmente al Gobierno”.
Efectivamente, el Gobierno de la República recuperó poder, leyes y competencias contra los “excesos y desmanes” de un nacionalismo catalán que –marca de la casa- se victimizó.
Cosa que hizo decir a Azaña –que después de impulsar la autonomía catalana se sintió traicionado por la deslealtad de los políticos catalanes- que “si llegase el caso, después de cuanto ha ocurrido en Barcelona, la institución [la Generalitat] sería difícilmente salvable”.
Aires de un 155 avant la lettre que muestra la respuesta del Estado de derecho –sea República o Monarquía y sea un gobierno de derecha, centro o izquierda- frente al desafío antidemocrático y anticonstitucional del nacionalismo catalán.
Aquellos eran otros tiempos. Pero, algo parecido sucedió en 1873, 1918, 1931 o 1934. Y en el período 2012-2017. Ahí siguen: “Lo volveremos a hacer, claro que sí”, proclama en sede parlamentaria el presidente de la Generalitat. Obcecación y caciquismo secesionistas de consecuencias imprevisibles. O, según se mire, previsibles.
Y nadie le desmiente. Y nadie pide perdón por el daño causado. Cinismo secesionista. Y -entre el fanatismo agresivo, el oportunismo de bajo vuelo, y lo ridículo y lo zafio- el secesionismo deviene la amenaza que no cesa.
Un modelo recurrente
Sea como fuere, todo apunta a la existencia de una suerte de patrón o modelo nacionalista catalán recurrente que establece un ideal de conducta que llevaría a la denominada realización nacional catalana.
Una realización nacional que lleva a Azaña a decir lo siguiente: “Cataluña es un pueblo frustrado… un personaje peregrinando por las rutas de la historia en busca de un Canaán que él solo se ha prometido a sí mismo y que nunca ha de encontrar”.
Aunque, también resulta verosímil una interpretación prosaica según la cual el nacionalismo catalán sería –sería también- la expresión de las aspiraciones de unas élites locales que persiguen ventajas competitivas en el mercado de recursos simbólicos, políticos y económicos.
Una combinación inviable de sentimiento y poder que suele generar frustración y odio.