Maniobra loco Iván
Si el análisis más sofisticado que somos capaces de hacer es que Putin es el delirante instrumento de Rasputín encarnado en Alexander Duguin, seguiremos enfrascados en un diálogo de sordos
Es tentador despachar la conflagración en Ucrania buscando su razón en la irracionalidad de Putin en particular, y de los rusos en general. Pudiendo esto ser útil a efectos propagandísticos, no dejar de ser el equivalente a barrer debajo de la alfombra, y tiene poca utilidad para afrontar la realidad cuando cambiemos de pantalla, y Rusia siga ahí. Como decía el general Patton, si todo el mundo piensa igual, alguien no está pensando, y nos hacemos un flaco favor reduciendo a caricatura algo que tiene tantas tangentes como siglos detrás. Si el análisis más sofisticado que somos capaces de hacer es que Putin es el delirante instrumento de Rasputín encarnado en Alexander Duguin, seguiremos enfrascados en un diálogo de sordos entre playboys atómicos, por usar una expresión del vicealmirante William Blandy.
Como en tantas otras cosas en los asuntos humanos, en geopolítica las percepciones subjetivas acostumbran a ser más determinantes que los hechos objetivos. De igual manera que China tiene su Siglo de Humillación, en la opinión pública rusa persiste la percepción de la denigración nacional padecida desde que el presidente Borís Yeltsin disolvió el Congreso de los Diputados del Pueblo de Rusia y el Sóviet Supremo de Rusia, y puso en marcha el programa de préstamos por acciones con el que se pusieron en manos de oligarcas las gargantuescas empresas estatales soviéticas.
Putin llegó al poder porque supo leer mejor que sus adversarios el sentimiento popular ruso, explotando una narrativa nacionalista y romántica basada en el culto al liderazgo singular de Putin al frente de la Gran Madre Patria, manteniendo así vigente el mito de Pedro el Grande. Así, Putin tuvo la perspicacia de rehabilitar a los servicios de inteligencia para dotarse de un círculo de hombres fuertes en el ‘siloviki’, provenientes de los servicios de seguridad, que facilitaron la expulsión de la influyente oligarquía facilitada por Yeltsín, que se había hecho con el patrimonio material de la Unión Soviética, y la sustituyeron por su propia oligarquía, que lleva desde entonces las riendas de Rusia.
Putin tuvo la perspicacia de rehabilitar a los servicios de inteligencia para dotarse de un círculo de hombres fuertes en el ‘siloviki’
El éxito de las estructuras de poder creadas por Putin lo prueba el apoyo que aún recibe por parte de los jóvenes rusos, quienes solo han conocido la Rusia postsoviética bajo el dominio de Putin, y que han comprado su retórica de grandeza global que articula la política de afirmación nacional característica de su acción política. Esto le permite seguir proyectando internamente su imagen del hombre fuerte que personifica el interés nacional ruso, y así permanecer en el poder para seguir al frente de una renovada nomenklatura, cambiándolo ahora todo para que todo siga igual. En este sentido, por más que nos empecinemos en personificar las causas del contencioso militar, la lógica de las acciones rusas en Ucrania transciende al propio Putin, quien, por otra parte, ha diseñado una estructura de poder refractaria a las reformas: en el actual sistema político de Rusia, el poder político se concentra en la presidencia, mientras que la Duma no es tanto un órgano colegiado como un instrumento para canalizar los conflictos interministeriales.
Las medidas de Putin para prolongar su control
Estas claves nos permiten entender las motivaciones detrás de las recientes reformas constitucionales propuestas por Vladimir Putin para transformar el régimen político de Rusia y permitirle prolongar indefinidamente su control real del poder, una vez que su cuarto mandato presidencial finalice en 2024, mediante enmiendas constitucionales para reforzar los poderes del primer ministro y el Parlamento a expensas de la Presidencia. Esto debilitará el poder de su sucesor, ya que, al apostar por la preeminencia del Consejo de Estado -hasta entonces, un florero institucional que posiblemente termine presidiendo Putin- y un Parlamento reforzado, Putin sienta las bases para que sus adláteres sigan teniendo influencia, gracias a que el futuro presidente verá sensiblemente erosionada su capacidad discrecional de nombramiento de ministros y altos cargos.
Más allá del modelo de Estado, la política exterior de Rusia, este quien esté en el Kremlin, seguirá estando basada en el credo panruso y antiliberal, porque no está determinada por la búsqueda de un equilibrio global de poder, ni por las inercias propias de la diplomacia burocrática al uso, modulada por los intereses económicos nacionales. Por el contrario, la acción exterior contemporánea rusa, liderada por Serguéi Lavrov, da por amortizadas las pérdidas materiales en las que incurre, y trasciende así el marco clásico de las relaciones internacionales, estableciendo alianzas no sólo con diferentes Estados-Nación, sino con actores heterogéneos que, dentro de los mismos, tengan capacidad para influir en las instituciones y la opinión pública de terceros países, en sintonía con la visión ideológica de la Gran Rusia.
Desde esta óptica, la intervención de Rusia en Siria y en Ucrania surgen de una escuela de pensamiento político ruso cuyo marco de referencia básico explica la política internacional norteamericana en clave de su propensión al derrocamiento o asimilación de todo regimen que suponga un impedimento para la expansión de los intereses corporativos estadounidenses.
Es por ello que el Kremlin optó allí, como en el Dombás, por la opción más onerosa, toda vez que las condiciones en la guerra civil siria se deterioraron desfavorablemente para los aliados de Putin, impeliéndole a emprender una considerable intervención militar sin apoyo doméstico, para apuntalar el Baazismo de al-Assad e impedir el establecimiento de un nuevo régimen respaldado por occidente, que ineludiblemente reduciría la influencia rusa en la política interna de Siria, y por extensión, en el Medio Oriente.
Lo mismo cabe decir con respecto a la intervención en Ucrania, en el contexto del Mar Negro. Si cabe colegir lección alguna de las intervenciones militares rusas en el siglo XXI, es que el tipo de consideraciones y cálculos geopolíticos que habitualmente motivan la toma de decisiones estratégicas en las cancillerías occidentales son de relativamente poca utilidad aplicadas a Rusia, porque el Kremlin enmarca estas acciones en términos existenciales y de choque de civilizaciones, sin hacerle ascos a las victorias pírricas. De lo cual no debe inferirse que tales actuaciones sean obra de locos.