Magreb, integración, la revolución pendiente y efectos colaterales

 

La región del Magreb intenta renacer. Se abren nuevos horizontes para recuperar el tiempo perdido. Los líderes ya no están buscando la exportación de sus revoluciones, sino más bien la esperanza de que se conecten, que se tengan en cuenta los retos de la región y su potencial para un cambio de dirección. Lo mejor que se puede hacer en este caso es bombear sangre nueva en el Magreb después de los cambios profundos que se están viviendo.

El mundo vive grandes convulsiones económicas y los países del Magreb, a pesar de mantener un crecimiento cercano al 4%, podrían sufrir los daños colaterales de esta situación, sobre todo porque la Unión Europea (UE), su primer socio económico, está colapsada, siendo España uno de los principales actores con el 12% del total. Además, el 40% del suministro energético de la UE proviene de esta zona y el turismo europeo es el primer cliente de países como Túnez y Marruecos.

Los países del Magreb no pueden esperar a que pase esta crisis y ganar tiempo. El riesgo de no poder hacer frente a las exigencias es alto y muy costoso. Por ello, urge la integración regional que crearía una dinámica de mercado y sus economías de escala podrían absorber con eficacia la demanda laboral e impedir que se extiendan los problemas a los países vecinos de Europa.

Hoy, más que nunca, es el momento de analizar, más de dos décadas después, los objetivos por los que se creó la Unión del Magreb Árabe, que no se han cumplido y cuyo camino sigue atascado. Existen cuatro factores que condicionan el futuro del Magreb: la presión demográfica, el déficit en el índice de desarrollo humano, el cambio climático y la competitividad global. Pero también unas estructuras muy diferenciadas y la dependencia de las exportaciones energéticas y productos primarios. Son demasiados retos que superar sin vertebrar económicamente todo el territorio magrebí.

En el conjunto de los países del Magreb viven 81 millones de personas con una media de edad de 24 años. La estabilidad depende de la presión demográfica y la economía. La región debe crear 20 millones de puestos de trabajo para el 2020. La falta de una verdadera integración regional está impidiendo atraer inversiones y crecer lo suficiente.

Las diferencias políticas entre Argelia y Marruecos y el cierre de sus fronteras impiden avanzar. Ambos países representan el 75% del conjunto de la población y el 70% de PIB de la zona. El débil comercio interregional, que sólo representa el 4% del total frente al 70% con la UE y 21% con el ASEAN, también bloquea el progreso.

Algunos estudios han cuantificado el coste de la no integración económica del Magreb en pérdidas de 8.000 millones de euros anuales, es decir, un 2% de crecimiento del PIB: 200.000 empleos anuales en cada país de la región. La posible integración tendría unos beneficios anuales de 20.000 millones de euros. Además, esto afectaría positivamente a países vecinos como España e Italia.

A pesar de las dificultades se perciben en el Magreb aires nuevos: impulso de grandes infraestructuras, apuestas innovadoras, mujeres que fundan grandes empresas, el talento y la energía de los jóvenes y sus propuestas audaces. La sociedad civil magrebí está demostrando su capacidad de cambio, con proyectos impensables hasta hace poco, además de un amplio debate y historias de éxito.

Con demasiada frecuencia en Europa, las cuestiones de seguridad y de inmigración nublan esta realidad, porque el objetivo de crear un futuro mejor allí beneficia también aquí, en esta orilla norte. Los procesos de cambio pueden profundizar la fractura económica del Magreb, pero también podrían impulsar la hipotética creación de un conjunto regional integrado y anticipar una nueva orientación estratégica para una región que lleva medio siglo de desunión.

Esta es una tarea difícil pero no imposible. ¿Quién hubiera imaginado a la gente en las calles de Túnez, Egipto y Libia rebelarse de esta manera? La lección aprendida a través de estas experiencias podría aplicarse para superar las dificultades a las que se enfrenta la Unión del Magreb. Esta revolución debe ser una prioridad. No se puede, otra vez, dejar pasar el tren. Las oportunidades perdidas han sido muchas y muy dolorosas.