Madrid a deshoras
Un cúmulo de obscenidades políticas ha aflorado en Madrid, desde los entresijos de la caja que presidió Blesa, la sucesión en el PSOE o la lucha feroz por la alcaldía. Comparados con las aguas turbulentas bajo los puentes de hoy, la antigua pugna Aguirre-Gallardón o el legendario enfrentamiento socialista entre partidarios de Prieto y de Largo Caballero son casi anécdotas.
Esperanza Aguirre, según parece, es la gran reincidente, activa en todas las estrategias que de un modo o de otro acabarían por debilitar la imagen del gobierno de Mariano Rajoy. En el PSOE, Tomás Gómez se comporta como un mísil extraviado. Con la propuesta secesionista de Artur Mas en el tobogán, es mal momento para que los dos grandes partidos tengan de dedicarse a evaluar los daños que generan sus asuntos internos.
A pesar de todo, hay buenas noticias: el cielo nublado de la crisis económica comienza a aclarar y se diría que ETA está en las últimas. Eso hace más deplorable y grotesco que los focos tengan que estar puestos en nuevos casos de picaresca bancaria y de malquerencia de partido. Es una conducta a deshoras: un Madrid de poder que trasnocha en reservados clásicos o “mix”; un Madrid que deja la huella de correos electrónicos en los que el lenguaje del poder institucional se rebaja a la expresividad chulesca.
Como ya no sabemos latín, no extrañe la locuacidad digital de los políticos, ajenos al “Verba volant, scripta manent” –las palabras vuelan, los escritos quedan-. Los jueces dedican largas horas a leer correspondencia digital.
No es paradójico que haya otro Madrid, mucho menos irreal, creativo, capaz de competir y de preservar la calidad institucional. Pero en estas cosas lo que cuentan son la filtración, el desatino, el puro latrocinio, el tráfico de influencias o anteponer con tanta desmesura el interés personal o de partido al bien común. Ocurre casi en todas partes: Jaume Matas, UGT de Andalucía, Fabra, Bárcenas, caso Palau, pero ¿a quién le sirve de consuelo salvo al rifirrafe parlamentario del “Y tú, más”?
De este modo se consigue que de cada vez haya más ciudadanos convencidos de que todos los políticos son lo mismo. Y ahí entrará en escena algún salvador de la patria, sea de extrema derecha o de extrema izquierda, tanto da mientras saque provecho del lenguaje populista. Los populismos ofrecen soluciones imposibles en momentos críticos. Ocupan espacio gracias al pluralismo. Y si logran ser hegemónicos, bloquean el ejercicio de la pluralidad. Ha ocurrido desde la antigua Roma al peronismo, por ejemplo. Se hace posible cuando la política es un sobresalto de correos electrónicos y registros policiales.