Macron, les citoyens!
Macron ha ganado con mayoría absoluta, pero logra la victoria con menos del 20% del total de votos, lo que le obliga a ganarse la legitimidad en la calle
El título de enfermo de Europa pasa de un país a otro como la Eurocopa. España lo tuvo hasta que lo ganó la Francia de François Hollande. Su presidencia ha sido una espiral de estancamiento económico, degradación institucional y frustración popular que dio alas al nacionalismo xenófobo del Frente Nacional y a los deseos de desquite de los Insumisos de Mélenchon. Tras el brexit y Trump, llevaba camino de ser el siguiente dominó en el hundimiento del viejo orden mundial. Pero en esto… llegó Emmanuel Macron.
El rotundo resultado logrado por La Republique en Marche (LREM) en la vuelta final de las legislativas del domingo otorga un inmenso poder a Macron. Y lo usará con rapidez para aprovechar la inercia de su proyecto, lo más parecido a una revolución que se puede ejecutar sin suprimir la legalidad. Los 350 miembros de la nueva mayoría presidencial (sobre un total de 577 escaños de la Asamblea Nacional) representan un triunfo sin precedentes para un movimiento que no ha cumplido todavía un año.
Pero a nadie se le escapa que el 57,3% del electorado no acudió a las urnas. El presidente ha obtenido una cota de poder desconocida desde Charles de Gaulle en 1968. Pero a diferencia del general, la histórica abstención significa que ha ganado con menos del 20% del total de los votos y tiene que ganarse aún la legitimidad para llevar adelante su programa. Como el médico de Molière, Macron pretende liberar malgré lui –a su pesar— a Francia de las trabas que limitan su reinvención. Quiere una nueva grandeur para la sexta economía mundial, un 52% mayor que la española.
Desde su establecimiento en 1958, la Quinta República ha acumulado capas de legislación, hábitos y tejido necrosado que han terminado por causar la esclerosis de sus instituciones y un abismo entre la partitocracia tradicional y el común de la ciudadanía. La hipertrofia del estado es una losa: su gasto representa el 56% del PIB (frente a un 43% en España) y el sector público emplea al 20% de los trabajadores (el 16,5% en España).
Macron gana con sólo el 20% de los votos, y deberá ganarse la legitimidad para que sus reformas tengan éxito
El nuevo gobierno quiere modernizar el mercado de trabajo, reducir la presencia de lo público en la vida de los francesas y acabar con un sistema político clientelar, puesto recientemente de manifiesto por el caso Fillón. Macron es un liberal confeso. Su objetivo es reducir las 3.000 páginas de normas que dificultan la restructuración de empresas y frenan la agilidad que requiere la economía actual. Entre sus planes, quiere dar preeminencia a los convenios de empresa; hacer que la semana de 35 horas sea opcional, flexibilizar la movilidad y el despido; fomentar el empleo juvenil y rebajar los costes sociales de las empresas.
En agosto 2016, los socialistas iniciaron ese proceso con la ley Al Khomri. El domingo pagaron el precio, perdiendo 266 escaños (de 295 en 2012 a 29 el domingo) en un cataclismo que el primer secretario del PSF, Jean-Christophe Cambadélis, calificó de “desbandada sin paliativos” cuando anunció su dimisión 20 minutos después de conocerse las primeros datos de los comicios.
Esas reformas, y otras de calado parecido, son las que Macron necesita plasmar mientras aún disfrute del aura de triunfador y el impulso de la novedad. Francia pasa pronto del un pragmatismo un tanto escéptico–on verra bien— a la censura sin piedad, como la que ha liquidado al partido que ha gobernado el país durante 19 de los últimos 36 años.
Su primera prueba serán los sindicatos. Aunque su tasa de afiliación es la más baja de Europa (un 8% frente a un 17% en España o el 70% en Suecia y Dinamarca), las tres centrales principales –CFDT, CGT y Force Ouvrière—pueden paralizar el país. Por mucho que LREM pueda aprobar cualquier reforma, si no pacta con los agentes sociales, su problema no será la Asamblea Nacional, sino la calle, las redes sociales y las movilizaciones que han vuelto con la pasión de 1968.
La agitación popular desgastó a Hollande más que la oposición parlamentaria. Desde los ‘gorros rojos’ que repelieron los peajes a transportistas y la ecotasa en Bretaña a la Manif pour Tous conservadora contra el matrimonio del mismo sexo o La Nuit Debout (La Noche en Vela), germen de un 15-M francés contra la reforma laboral.
Será la calle, las redes sociales y las movilizaciones las que secunden o no a Macron
Con 131 diputados, los Republicanos y sus aliados de la Unión de Demócratas e Independientes pueden considerarse afortunados por perder ‘sólo’ 94 diputados respecto de la Asamblea anterior. Pero en 2012, la derecha estaba a un 15% por detrás en escaños de la mayoría presidencial; ahora, esa brecha es de un 40%. El Frente Nacional, pese a haber crecido de dos a ocho diputados, también sale debilitado y no tendrá grupo propio. Sí lo tendrá la Francia Insumisa del incombustible Jean-Luc Mèlenchon, con 17escaños unidos a los 10 de sus aliados del Partido Comunista.
El peligro para el presidente es el exceso. Las encuestas inmediatamente anteriores a la votación predecían un resultado a la búlgara de más de 450 escaños. La abstención y la reticencia a entregar demasiado poder al presidente rebajó la super-mayoría a 61 por encima de los 289 diputados necesarios. Suficientes para gobernar con holgura pero no tantos como para vencer por aniquilación. Los sondeos de hace diez días acertaron más en el resultado que las realizados en vísperas de la votación. Un segmento amplio de los franceses han decidido probar suerte con Macron pero, al tiempo, le están diciendo, “no abuses de nuestra confianza y no vayas demasiado lejos”.
El nuevo presidente podría hacer suyo el lema que se atribuye el protagonista de ‘Con La Muerte en los Talones’, Roger O. Thornhill, de siglas ROT: Rapidez, Osadía, Tenacidad. El también usó sus iniciales para dar nombre a En Marche en abril del año pasado, siendo aún ministro de economía de François Hollande. En agosto dimitió del gobierno y en noviembre anunció su candidatura a suceder a quien fuera su jefe y valedor.
Se descontó su osadía –no tiene estructura ni financiación; carece de ideología, de experiencia y de tiempo para ganar; no tiene apoyos en el ‘estado profundo’ y en los centros de poder real: las finanzas, los consejos de las grandes empresas, el generalato de las Fuerzas Armadas… Tampoco contaron con su tenacidad: en menos de un año, Macron ha cooptado a los MoDem de François Bayrou y, mediante fichajes selectivos en otros partidos –principalmente entre los moderados de la derecha y de los socialistas—ha debilitado sus rivales.
Macron ha demostrado que sabe ganar, pero ahora tiene que gobernar. Es posible que los modos tradicionales de la política francesa hayan sido sustituidos por la frescura y el estilo de quien en lugar de decir “no se puede” dice “¿por qué no?”. Pero a partir de ahora, la promesa y la ilusión deben converger en la realidad.
Caroline Janvier, 35 años, representa la nueva era que comienza. Licenciada en Ciencias Políticas, casada, con tres hijos, y nueva en política, acaba de poner fin en Loiret, cerca de París, a 15 años en el parlamento del hasta hace poco alcalde de Orléans, el republicano Serge Grouard. «Soy novata pero no una aficionada», dice Janvier, con el espíritu de los nuevos electos de LREM. Otra parte menos visible pero crucial de la nueva administración, sin embargo, provendrá del mismo origen que Macron, la elitista École Nationale d’ Admnistration, cantera del estado permanente francés. Su meta no es cambiarlo sino transformarlo en profundidad: hacerlo digital, liberal, desacomplejado y unfo ha suscitado. escañY es que
Macron, el producto perfecto del sistema, entiende el sistema la perfección. No pretende cambiarlo sino transformarlo en profundidad: hacerlo digital, liberal, desacomplejado y que se exprese en inglés sin perder el orgullo de hablar francés. Si lo logra, podrá aspirar a un segundo mandato y convertir a Francia –y a su propia figura—en cabeza tractora de la revitalización de la Unión Europea.
Si fracasa, los políticos que, como Grouard, hacen hoy las maletas para regresar a sus casas no encontrarán adjetivos suficientes para maldecir su ambición.