Macron, Le Pen y la herencia republicana del general
Marine Le Pen resucita el 'odio' al general De Gaulle, con la exclusión, la regresión y la negación, frente a Macron, que busca una renovación
El mundo le debe a Francia la Ilustración, los Derechos del Hombre y la noción rousseauniana de soberanía popular: Liberté, Égalité, Fraternité. Los franceses deciden el domingo entre dos visiones contrapuestas de esos valores en el duelo final por la presidencia: la continuidad reformista de Emmanuel Macron o la batahola ultranacionalista de Marine Le Pen.
La Unión Europea y cuantos tiemblan ante el asalto populista al sistema demo-liberal respiraron con alivio a noche del 23 de abril.
El millón de votos de ventaja obtenidos por el aspirante centrista y europeísta calmaron la ansiedad de Bruselas y desataron la euforia de los mercados. Pero la ventaja de Macron en los sondeos –un 60-40 a su favor, estable desde la primera votación—es un falso positivo potencial.
Por un lado, la experiencia del Brexit y de Donald Trump aconseja no excluir un cisne negro, improbable pero factible si hay una muy alta abstención que dé la victoria a Le Pen. Pero, aunque pierda, la líder del Frente Nacional (FN) ya ha ganado al situarse en disposición de obtener un buen resultado en las elecciones a la Asamblea Nacional del 11 y 18 de junio.
Le Pen ha logrado anular los valores republicanos a los que los políticos franceses les gusta tanto mentar. Así es como ha abierto la brecha en el muro que hasta ahora separaba a los frontistes del resto de los partidos nacionales.
Marion Anne Perrine –Marine—Le Pen (48) se ha empleado a fondo desde 2011 en blanquear el discurso filonazi, colaboracionista, negacionista y racista de su padre y fundador del FN. En su lugar, ha predicado un populismo de amplio espectro, nacionalista, antiglobalización, antieuropeo e islamófobo. Tiene algo para todos: retórica patriótica para la derecha de Cruz de Lorena que vota a Sarkozy o Fillon; y demagogia antisistema para los que con el puño en alto votaron a Mélenchon.
Le Pen tiene algo para todos, desde retórica patriótica a demagogia antisistema
Algunos esperaban esa oferta transversal en el cara a cara con su rival el miércoles por la noche. Lo que encontraron fue una Le Pen bronca que exhibió un estilo más propio de un bierkeller alemán de los años treinta que de una retransmisión para 20 millones de franceses.
Su estrategia fue atacar de la forma más tosca, ofensiva y simplista con el propósito de pintar a Macron como un agente del “capitalismo mundialista” y simpatizante del Islam que venderá a Francia por lotes y comprometerá su seguridad.
Macron venció en el debate no tanto por superioridad dialéctica, por mantener la calma o por fuerza argumental. Fue sencillamente porque la líder frontiste no pudo disimular la realidad fundamental de su oferta: no tiene proyecto, solo consignas; hace promesas sin detalles sobre cómo pagarlas; quiere sacar a Francia del euro y de UE, pero –como su admirada Theresa May— no tiene un plan para el caos del día después, y que, su visión se resume en que quiere que “Francia siga siendo como es”.
Si el Frente Nacional puede optar al Elíseo es porque ha explotado como nadie la malaise existencial de Francia: la ira causada por el paro y la desindustrialización; la frustración por una economía que no ha crecido por encima del 2% desde 2007, y la proverbial desafección con “la oligarquía, las élites, el sistema” de la que Le Pen hace personalmente responsable a su rival, “el candidato de las finanzas” o, como llamó en el debate, “Hollande junior”.
Y es verdad que Macron es el arquetipo de las élites dirigentes francesas. A sus 39 años, este ex alumno de la fábrica de mandos que es la École Nationale d’Administration, ha sido banquero de inversión, alto cargo, ministro de economía y desertor temprano del descalabro socialista. Pero su fulgurante ascenso político también es resultado del agotamiento de la política tradicional… y del apoyo del estamento empresarial y los medios de comunicación.
En apenas un año, sin presentarse nunca a unas elecciones, la propuesta de renovación de su movimiento En Marche (En Marcha) y su estilo –mezcla de Bobby Kennedy y el joven Tony Blair— han suscitado entre la Francia urbana y cosmopolita la esperanza de haber dado con alguien con carisma para suceder al prosaico François Hollande. Porque, aunque no lo admitan, lo último que los franceses quieren al frente de su república con alma imperial es –como Hollande dijo de sí mismo— “un tipo normal”.
Macron es el resultado del agotamiento de la política tradicional, con una propuesta de renovación
El general Charles de Gaulle famosamente dijo que un país con 300 quesos distintos es ingobernable. Por eso, cuando retornó de su retiro en 1958 exigió una presidencia fuerte, capaz de gobernar aunque no se tuviera el apoyo de la Asamblea Nacional. La elección a dos vueltas es esa garantía. Lo que no pudo imaginar el fundador de la V República es que un día su legado lo disputarían la hija de un pétainiste encubierto que reivindica torticeramente su concepto de grandeur y un tecnócrata cuyo liberalismo le causaría espanto, pero que irónicamente defiende la esencia del sistema que el general creó.
Y lo harán en un escenario en el que los polos tradicionales –izquierda-derecha, campo-ciudad— han cambiado de signo. El norte y el este industrial, de tradición socialista y comunista, han votado igual que la conservadora y católica Francia rural y los feudos meridionales originarios del FN. Macron ganó en París, en las grandes ciudades y en la cornisa atlántica, pero no atrajo a los más jóvenes: sólo fue el preferido de los millennials de entre 25 y 34 años. Los votantes más recientes prefieren a los insumisos de Mélenchon.
Macron cometió errores de principiante tras el 23 de abril: celebrar ostentosamente el resultado; caer en una trampa tenida por Le Pen en una fábrica de Amiens y, sobre todo, mostrar que desconoce la regla capital de la política electoral: hay que pelear hasta el último voto. Su principal enemigo será una abstención elevada entre quienes votaron a los a descartados –el republicano Fillon, el socialista Hamon, el neo-gaullista euroescéptico Dupont-Aignan, otros cinco candidatos minoritarios y el populista de izquierda Jean-Luc Mélenchon.
El verdadero enemigo de Macron será la abstención, tras la decisión de Mélenchon
Son 20 millones de votos. Macron necesita la mitad. Pero el país no es el de 2002, cuando el cordón sanitario en torno al Jean Marie Le Pen dio la presidencia a Jacques Chirac con el 82% de las papeletas y una participación del 80%. Si una proporción sustancial de esos votantes favorecen, por acción u omisión, el domingo a su hija, será por el oportunismo teñido de distanciamiento de Mélenchon y la ambición teñida de patrioterismo de Dupont-Aignan.
La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon (7 millones de votos) espera obtener en junio un resultado que le permita condicionar en el nuevo Legislativo a quien resulte elegido presidente. Dupont-Aignan (1.7 m. de votos) y su Débout la France (Francia En Pie) es el golpe de efecto de Le Pen, que promete hacerle primer ministro si gana el Elíseo. Los dos, desde la izquierda y la derecha, son la pinza que ha liquidado el barrage republicain.
Pero la política, igual que acerca a los opuestos, separa a los iguales. A Mélenchon no le ha afeado su amigo español Pablo Iglesias, pero sí, con conocimiento de causa, el ex ministro griego de economía y dirigente de Syriza Yanis Varoufakis: “Hizo todo lo que pudo para salvar a Grecia: votad a Macron” decía en un apasionado artículo a los “progresistas franceses” publicado en Le Monde.
Mientras tanto, Yves de Gaulle, nieto del general, publicaba un manifiesto aún más incendiario contra Dupont-Aignan por insultar el espíritu del gaullismo y contra el Frente Nacional, al que acusa directamente de traición. Le Pen representa a quienes “siempre combatieron” a De Gaulle. “Su odio sigue presente y sus discípulos no han cambiado; son la regresión, la negación y la exclusión”. Ni Macron lo hubiera dicho mejor.