Luyendijk: »El poder financiero ha jugado a la ruleta rusa con la cabeza de otros»
El antropólogo y periodista se sumerge en la city de Londres y desvela que las prácticas que llevaron al desastre en 2007 se mantienen sin que los gobiernos sepan qué hacer
Una apuesta atrevida, pero tal vez la única posible. El análisis sobre qué ocurre en Londres, de cómo actúan los banqueros de la banca de inversión, sólo se podía abordar desde la antropología. Y Joris Luyendijk es antropólogo, además de periodista, con una sólida carrera como corresponsal en Oriente Próximo.
Acaba de publicar Entre tiburones (Malpaso, en castellano), Nedant entre taurons (Empúries, en catalán). Con dos años de trabajo, y más de 200 entrevistas a banqueros, los que cubren el riesgo, los que compran y fusionan empresas, los que especulan con activos, o los que elaboran fórmulas matemáticas para crear productos que nadie entiende pero que provocan grandes sumas de dinero, Luyendijk tiene claro que «el poder financiero ha jugado a la ruleta rusa con la cabeza de otros».
Esos otros son «pensionistas, ciudadanos, corporaciones, o gobiernos», que asumieran o no el riesgo, no pensanron que sus ahorros estarían en manos de unos profesionales «amorales».
Luyendijk, en una entrevista con Economía Digital, y en la presentación de su libro en un almuerzo en la Bolsa de Barcelona, con la colaboración de este medio y de Malpaso y Empúries, y junto al economista Miquel Puig, considera que los profesionales «forman parte de una comunidad cerrada, tienen miedo a que se conozcan sus prácticas, pero también han querido colaborar y he sido una especie de confesor para ellos».
Un avión sin piloto
Este periodista holandés, que comenzó a entrevistar a banqueros para The Guardian, con un blog sobre todos los avances que iba consiguiendo, entiende que el problema no es la propia condición humana, «sino un sistema que se asemeja a un avión sin piloto, donde no hay nadie en la cabina».
Lo explica porque muchos de los productos que venden los bancos de inversión no son entendidos por los propios responsables, por los directivos de los bancos. Y, en ocasiones, son jóvenes matemáticos, de menos de 30 años, que acaban ganando sumas enormes de dinero, pero también pueden crear agujeros gigantescos en los propios bancos con productos financieros sofisticados, que consisten en empaquetar, una y otra vez, la deuda de los diferentes agentes del mercado.
En los países del norte de Europa, el libro de Luyendijk ha causado sensación. Es un éxito de ventas, pero no tanto en el Reino Unido. «Permanecen más ajenos a unas prácticas, en la City, que conocen, pero saben que es una industria enorme para el país», asegura, aunque en el libro se constata que la población británica no tiene, precisamente, la mejor imagen de sus banqueros.
El problema de la izquierda
El problema es cómo controlarlo desde la política. «La izquierda tiene un problema, porque no quiere defender postulados que se consideran nacionalistas», asegura Luyendijk, que se explica a través de un cazatalentos que aparece en el libro, y que le espetó:
«Aquí es donde la izquierda anda perdida: insiste en la solidaridad nacional, con tasas impositivas más altas para los ricos que ayuden a sus compatriotas menos afortunados. Pero esta solidaridad se basa en un sentimiento de pertenencia nacional, al que la izquierda es alérgica, porque la identidad nacional va acompañada de chovinismo y nacionalismo, y de gente racista de derechas. Es bastante irónico cómo los posmodernos y muchos de los pensadores sociales de izquierdas dicen que todo ese sentimiento de pertenencia es una construcción, una tradición inventada, y que las naciones son simplemente fantasías o cuminidades imaginadas. Pues bien, las élites globales están de acuerdo», sentencia.
Dividir los grandes bancos
Esa es una gran paradoja. Luyendijk, sin embargo, tampoco cree que los países por sí sólos puedan hacer gran cosa. En el caso de que Cataluña fuera un país independiente, este holandés tiene claro que «no serviría para controlar el sistema financiero, que es global y que exige medidas globales, y ¿qué tendrías, una bandera en el Parlamento?», pregunta con cierta distancia.
Luyendijk asegura que el sistema financiero «es mucho más peligroso de lo que pensaba», y que, aunque tiene otra imagen de los banqueros, «pueden ser buena gente, decentes, que se defienden porque actúan dentro del margen de la ley», el gran problema es el sistema.
«No hay barreras entre la banca de inversión y la comercial, y los bancos, si se consideran demasiado grandes para caer –too big to fail– también se debería entender que si son tan grandes mejor que no existan». Es decir, que dejen de ser «unos monstruos» para poder actuar con racionalidad.
Incentivos perversos
Los incentivos, por ejemplo, son perversos. «No puede ser que la recompensa sea personal, por los números que se consiguen, y el error no lo sea, y lo deban pagar los otros», asegura. Respecto a eso, Luyendijk describe en el libro como se ha jugado «con el dinero de los demás», y cómo la banca de inversión tenía, antes de las desregulaciones que se iniciaron en los años 80, propietarios con nombres y apelllidos. Se asumían, entonces, menos riesgos. Pero ahora esos banqueros, profesionales y jóvenes matemáticos, juegan sin arriesgar su dinero, porque es del banco, pero es del conjunto de los inversores o ciudadanos, en realidad.
En Barcelona, y con la sensación de que aún quedan lugares que no se han globalizado –al margen de las grandes cadenas de distribución que Luyendijk ha identificado en el centro de la ciudad– este periodista destaca algo importante de la City de Londres. «Hay un proceso meritocrático, eso es cierto, con gente con procedencias muy distintas, con más minorías que en otros sectores, como el periodístico, a la que sólo se les pide que ofrezca resultados. Eso produce que se normalice una situación en la que puedes ser despedido de inmediato, donde todo fluye, y en la que es difícil pararse, abandonar el sector, porque crea una gran adicción».
La política, siempre la política
Luyendijk pide cambios, globales, y describe cómo los políticos han sucumbido a ese poder del sector financiero, desde Tony Blair, a Hillary Clinton, que cobró 200.000 dólares por parte de Goldman Sachs por una serie de conferencias.
Y deja en el aire que la «impotencia política ante las finanzas globales es exasperante y plantea la pregunta de si la globalización es compatible con la democracia nacional, y si podemos poner bajo control al sector financiero global sin un legítimo gobierno global».
Eso no quita que Luyendijk afirme con convicción que «descartar la política parece la cosa más estúpida que se puede hacer. Un sistema democrático es y continúa siendo la mejor oportunidad para que el sector mismo se reforme antes de que sea demasiado tarde».