Luces y sombras de la crisis energética europea
Los europeos vivimos una situación de abastecimiento energético muy comprometida. De hecho, la estrategia de la UE ya no pasaba por su mejor momento antes del estallido del conflicto
Dos semanas después de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, a nadie se le escapa que los europeos estamos inmersos en una situación de abastecimiento energético muy comprometida. De hecho, la estrategia energética de la UE ya no pasaba por su mejor momento antes del estallido del conflicto: no fue hasta hace pocos meses cuando se presentó una hoja de ruta a nivel europeo para llevar a cabo la transición energética, el programa Fit for 55. Un programa que llegó sorprendentemente tarde si tenemos en cuenta que los países miembros ya habían venido tomando decisiones muy trascendentes, pero de forma desordenada.
La falta de un plan riguroso para ejecutar ordenadamente la transición energética ha provocado más de un sobresalto, incluyendo un aumento de emisiones del mix eléctrico alemán, que tuvo que recurrir al carbón mientras cerraba centrales nucleares; los descubiertos de oferta franceses resultado de un parque nuclear envejecido con más parones por mantenimiento de los que desearían; y los mensajes contradictorios sobre qué marco regulatorio se adoptará en relación al gas y petróleo, desincentivando así las inversiones a largo plazo.
Recientemente hemos descubierto que, además de desordenadas e inconcretas, las políticas energéticas europeas han sido extraordinariamente temerarias y cortoplacistas. Una política mínimamente eficaz de gestión de riesgos debería haber contemplado que Europa no podía tener tal nivel de dependencia energética de países y potencias con una exposición muy alta a conflictos geopolíticos. Hemos constatado también que no existe un plan de contingencia apropiado –en este momento, seguimos dependiendo de Rusia para un tercio del gas europeo, y no parece que la UE tenga una hoja de ruta alternativa a medio plazo.
¿A qué problemas nos exponemos? Recientemente se ha puesto énfasis en el impacto de los altos precios energéticos para los bolsillos de los consumidores domésticos en sus facturas de gas y electricidad. Sin embargo, eso es tan solo una fracción del problema. Entre febrero de 2021 y febrero de 2022, el precio del gas y la electricidad se ha multiplicado por diez. Es inevitable que las industrias intensivas en consumo energético –cemento, cerámica, vidrio, papel, cartón, fertilizantes y metalurgia– tengan que repercutir ese escenario en forma de aumentos de precio que impliquen duplicar o triplicar las tarifas en tan solo un año.
Por la vía de los fertilizantes (cultivo de alimentos) y el cartón (packaging), el problema filtra hacia los supermercados. A ello hay que sumarle la presión alcista del precio de la gasolina y gasóleo, lo cual encarece el transporte. Por mucho menos, en Francia vivieron el grave conflicto social de los Gillets Jaunes –no hay que descartar, pues, que esa tormenta perfecta derive en estallidos sociales.
Los severos aumentos de costes también pueden ser difíciles de digerir para las cadenas de valor, forzando intervalos de márgenes negativos que hundan una parte del tejido productivo y generen escasez de determinados productos. Habrá ganadores y perdedores en las industrias intensivas en energía, y ello no dependerá de su productividad, innovación y rentabilidad estructural sino de la ruleta rusa del mercado de futuros energético, hoy ya totalmente imprevisible.
¿Qué podemos hacer para mitigar el golpe? Una primera medida de contención sería desacoplar el mercado eléctrico del precio del gas. Actualmente tenemos en Europa un sistema de fijación de precios llamado “marginalista”, en el que la tecnología más cara de la subasta diaria fija el precio de todas las otras. Con la nuclear en costes fijos de poco más de 40€/MWh, es inconcebible que estemos meses −quizá años− pagando esa energía a más de 500€/MWh. La alternativa es el precio medio ponderado, o hacer dos subastas paralelas agrupando tecnologías de costes fijos y otras de costes volátiles.
¿Qué podemos hacer para mitigar el golpe? Una primera medida sería desacoplar el mercado eléctrico del precio del gas
También se abre la oportunidad de que nuestro país tome un papel geopolítico más relevante. Ursula Von der Leyen afirmó el sábado que “España tendrá un papel relevante en el suministro energético a Europa” – presumiblemente a través de las múltiples plantas de gasificación, que convierten el gas que desembarca en estado líquido en un gas transportable por grandes tuberías hacia el resto del continente. De este modo, la presidenta de la Comisión resucita el extinto proyecto Midcat, un gran conducto de gas a medio construir que debía conectar Catalunya con Francia y que está listo hasta Hostalric, de modo que se podría alargar con cierta agilidad hasta la frontera.
Es tarde para evitar que el escenario energético resulte en un grave trauma para la sociedad: inflación, precios descontrolados, márgenes negativos y pánico en la industria. Pero estamos a tiempo de evitar los mismos errores en las decisiones que se tomen a partir de ahora. Harán falta grandes dosis de agilidad, coordinación, contingencia y flexibilidad regulatoria para superar la coyuntura.