Los versos sueltos de Laura
Borràs es una persona de gran dulzura cortés, pero a mí siempre me ha parecido que lo es un poco más (dulce) si le hablas en un catalán sin acento ni mácula
Cuando mi padre falleció, hace unos pocos, pero muy duros meses, entre las variadas muestras de apoyo, recibí una que no me esperaba: alguien con número desconocido -no lo tenía grabado en mi móvil- me mandaba por WhatsApp el siguiente mensaje. Traduzco del catalán: “Anna, me han dicho que se ha muerto tu padre. No sabía nada. Lo lamento muchísimo y te acompaño en el sentimiento. A mi padre le diagnosticaron un cáncer y murió un mes después, con 65 años, y fue un golpe muy duro. Mucho. Por tanto, no es ningún tópico decir que puedo imaginar cómo te sientes. Te dejo uno de los poemas que a mí me sirvieron en aquellos momentos y siempre”.
Seguía un poema en catalán que yo no conocía hasta entonces, que hacía una punzante aproximación a maneras más simples y directas de relacionarnos vivos y muertos, una especie de Pedro Páramo del Baix Llobregat en el que creí reconocer las trazas de Joan Vinyoli. Bingo. “Era nuestro poeta de cabecera”, concluía mi remitente sin identificar. Hasta que vi su foto de perfil de whatsapp: cony, la Laura. Laura Borràs.
Mientras me recuperaba de la sorpresa, ella se despidió rogándome trasladar su pésame a toda mi familia. Esto hizo germinar en mí un pensamiento hasta cómico a pesar de la gravedad de la hora. Pensé que mi parentela indepe, algo escocida por el inesperado protagonismo que Ciutadans había tenido en el velatorio de mi padre (nunca os agradeceré bastante, compañeros, cómo os volcasteis ahí, cómo oleada tras oleada de cariño me mantuvisteis a flote…), agradecería que la presidenta del Parlament de algún modo “contraatacara”.
Lo siguiente que pensé es que el detalle de Laura Borràs conmigo tenía su señorío, las cosas como son. Y hasta me pregunté si tendría algo que ver con mi condición de catalana díscola, pero catalana estrepitosa. Digamos que mis años de periodista me han enseñado a “calar” a los políticos, ese ganado al que ahora yo misma pertenezco.
En el trato personal, Borràs es una persona de gran dulzura cortés, pero a mí siempre me ha parecido que lo es un poco más (dulce) si le hablas en un catalán sin acento ni mácula. Incluso en sus sonados rifirrafes con mi compañero Nacho Martín Blanco, quien con toda la razón acabo rebautizándola Reina Sol por su despotismo en el Parlament, creí percibir siempre destellos de oculta simpatía, ya que Nacho, como yo, cuando habla catalán, puede parecer más de la ceba que nadie. Y esto con cierta gente actúa a cierto nivel muy penetrante. Como las feromonas.
No es la misma actitud la que yo creo percibir en Borràs cuando se encara, por ejemplo, con Carlos Carrizosa, que habla un catalán irreprochable, pero que es evidente que no es su primera lengua. Que charneguea más que Nacho y servidora, para entendernos. ¿Son imaginaciones mías, o la presidenta le trata a él, a Carrizosa, con un plus de distancia y hasta de superioridad? ¿Como si considerara su existencia, la de Carrizosa, ligeramente más ofensiva que la mía y la de Nacho? ¿Por eso a mí tuvo aquel detalle de mandarme versos de Vinyoli para consolarme por la muerte de mi padre?
En estas cogitaciones estaba cuando le escribí a Carrizosa para desahogarme. Obviamente, no del todo. Ni se me ocurrió decirle que yo sospechaba que en el supremacismo de Laura Borràs hacia las huestes de Ciutadans pudiera haber… grados. Me limité a contarle lo de su pésame por sorpresa, lo del poema.
Mismo poema
Y hete aquí con lo que me encuentro: “Uy, sí, ella y… (aquí citó otro nombre que no viene al caso) son muy dados a estas cosas. A mí también me escribió y me mandó un versito cuando mi padre se murió, en pleno confinamiento por el Covid”.
Lo mejor es que contrastamos nuestros respectivos poemas…¡y nos había mandado el mismo, a Carrizosa y a mí! Vamos, que de mi teoría de las feromonas catalanas, na de ná. Para Lady Laura éramos, somos, todos lo mismo. Todos menos ella, claro. La única que es diferente. Y a la que no se aplica ninguna ley, ni la de la gravedad. Pero cuerpos más celestes que el suyo se han estrellado por un mal cálculo de su órbita.