Los últimos estertores del ‘pujolismo’
Mientras la comisión de investigación que el Parlamento de Cataluña ha creado para evaluar el caso Pujol lleva camino de convertirse en una mala representación de un sainete, el pujolismo da sus últimos estertores. Pujol está KO, como señalamos en el libro editado el pasado octubre por este medio, pero por fortuna su imperio moral no se desmorona en solitario.
Su primera órbita de cooperadores familiares atraviesa serias dificultades. Su hijo Oriol pasó en las últimos días por los juzgados y se negó a declarar ante la juez que instruye el sumario llamado de las ITV. Fue a recordarle que ya se había explicado con anterioridad sobre las mismas cuestiones y ni él, ni su mujer Anna Vidal Maragall ni su amigo, vecino de Urús (Cerdanya) y al parecer asociado con los manejos, Sergi Alsina, quisieron responder a la magistrada.
La justicia deberá continuar el caso, pero para Oriol pinta mal el asunto. En especial, el supuesto cobro de comisiones por mediar en la retirada de algunas multinacionales como Sony, Sharp y Yamaha. Operaciones que aún desertizaron más la maltrecha industria catalana que decía defender con sus coartadas políticas.
Hemos conocido hace horas también algo indiscutible: Oleguer Pujol, otros de los hermanos del patriarca del clan familiar, ha comunicado a Hacienda que posee bienes en el extranjero, en su mayoría en paraísos fiscales, por valor de 89 millones de euros que no habían tributado en España. Todo apunta a que, pese a ser el más joven de los hermanos, era quien mejor instruido estaba en el noble arte del toreo a la Hacienda Pública.
El asunto del hermano mayor Jordi Pujol Ferrusola pareció que no levantaba los biorritmos del juez y de los fiscales de la Audiencia Nacional cuando le llamaron a declarar. Pero algo lleva a pensar que conoceremos nuevos datos que abundarán, aún más, en la actividad irregular del primogénito. Por si fueran pocas las prebendas del grupo, la hija Marta Pujol también percibía una generosa retribución a dedo del consistorio convergente de Sant Vicenç de Montalt.
Si el clan Pujol no está hundido, sí que está, diríase, muy tocado. Tanto como para pensar que ya no caben defensas válidas en clave política de sus actividades, sea cuál sea la ideología desde la que se interprete. Y que algo similar pasará con quienes lo intenten o sigan indispuestos a entrar en el fondo de las investigaciones, como ERC en el Parlament.
Su ‘modus operandi’, la impunidad y la vista gorda que los benefició no debe ser un legado en Cataluña
Por si quedaba alguien vivo en el entorno del clan, la Fiscalía Anticorrupción pide unas penas mayúsculas a dos de los colaboradores, estrechos e históricos, de la familia. La friolera de 6 años y 10 meses de prisión para cada uno por tráfico de influencias, cohecho y delitos continuados de blanqueo de capitales. Se trata de quien fuera su mano derecha en la Generalitat (Lluís Prenafeta) y su mano izquierda (Macià Alavedra). Ambos ocuparon cargos públicos durante años, en especial el segundo de ellos con varias consejerías de los gobiernos de Pujol.
Difícilmente restituirán lo sustraído cada uno a su manera, pero cuando menos la justicia puede impedir que lo disfruten plácidamente como planificaban en sus mejores sueños. Su modus operandi, su nexo común (la impunidad y la vista gorda política de la que se beneficiaron) el llamado pujolismo en estado puro, no puede traspasar ningún legado a ningún catalán de bien.
Lo que suena son sus últimos estertores. Ese fenómeno que resultó una adecuada mezcla de una política aldeana con una cosmovisión dineraria de auténtica vanguardia debe ser bien sepultado. No hay que enterrarlo en la memoria (aprendamos de una vez en Cataluña), sino garantizar como sociedad y como país que ni ellos ni sus herederos podrán levantarlo jamás ni con banderas ni con engaños, subterfugios o cualquier estratagema propia de estafadores.