Los últimos de la clase

Es una dicotomía casi inexplicable que la nación que lidera el mundo en investigación y desarrollo dentro del campo médico sea la último de la clase en el ranking mundial de sistemas sanitarios entre los países industrializados.

En el 2000, la Organización Mundial de la Salud publicó los resultados de su primer análisis comparativo de diversos sistemas sanitarios mundiales. El primer puesto del ranking mundial lo ocupó Francia, y en el puesto número 38, por detrás de la isla de Dominica y Grecia, se encontraba Estados Unidos. Increíble, pero cierto.

El lista que colocó a los EEUU en el puesto 38 en términos de acceso, resultados y equidad en el ámbito sanitario provocó tanta ira que la OMS ha rehusado continuar con la publicación de esta importante labor investigativa. Aun así, la prestigiosa organización privada Commonwealth Fund ha colocado al sistema sanitario norteamericano como el más caro del mundo y el último en resultados entre los países industrializados.

En el último ranking de 2014, el Reino Unido ocupó el puesto de honor, con un coste sanitario de 3.405 dólares por persona, seguido de Suiza, mientras que EEUU es una vez más el último de la clase, con la exorbitante cifra de gasto de 8.508 dólares por persona. El coste sanitario total norteamericano ya supera la barrera de los tres trillones de dólares, con unos 3,8 trillones en gastos anuales, y es superior al Producto Interno Bruto de Alemania.

Estados Unidos es un país donde la cobertura sanitaria universal no existe. Esta carencia es grave y la única entre los países industrializados, génesis de la injusticia sanitaria norteamericana. Un dato preocupante es que el promedio de vida en Cuba es más alto que en EEUU, a la vez que los norteamericanos pagan 14 veces más por una atención médica menos efectiva, según señala la agencia de noticias Bloomberg

El Banco Mundial asegura que el gasto total sanitario –como porcentaje del Producto Interior Bruto– de Estados Unidos es del 17,9%. El del Reino Unido es del 9,4% y el de Suiza del 11,3%. En otras palabras, hay una relación inversa entre el gasto total sanitario y la eficiencia.  El diferencial de coste no es atribuible a una calidad superior de servicios sanitarios, ya que la tasa de mortalidad infantil –un indicador clave de eficiencia sanitaria– es más alta en EEUU que en el resto de los países industrializados

La controvertida ley Obamacare ha sido un esfuerzo masivo de la Casa Blanca para mejorar un sistema sanitario corroído desde su núcleo y que para muchos no es, ni será, suficiente. Impone obligaciones para contratar seguros médicos con cuotas mensuales y deducibles demasiado altas para la clase media norteamericana. Los programas gubernamentales de seguros médicos para personas mayores de 65 años (Medicare) y los programas de seguros para personas de bajos recursos (Medicaid) no cubren a la mayoría de la clase media, que se empobrece cada vez más por los exorbitantes costes sanitarios.

Es escandaloso que la causa número uno de las bancarrotas personales en EEUU sea por gastos médicos. La industria sanitaria norteamericana emplea agresivas tácticas legales para cobrar las deudas sanitarias y fuerzan las quiebras y los deshaucios de los pacientes que no pueden costear las astronómicas sumas de dinero que tienen que pagar para recuperar el acceso a la sanidad. Aunque hay un flujo dinámico de ideas y sistemas entre EEUU y Europa, en materia de sanidad, somos el último de la clase y eso no debería ser así. La consecuencia es el sufrimiento humano, y eso, simplemente, no es civilizado. 


Abogada estadounidense, doctorada en jurisprudencia norteamericana