Los trastos de ETA que quedan en el desván
Hay que extraer las lecciones de medio siglo en el que se alteró el compás moral de varias generaciones
ETA inicia la escenificación de su final. Hace como si pidiera perdón y ofrece una despedida por entregas. Pero en lugar de una sensación de trascendencia histórica, el sentimiento que provoca es un generalizado suspiro.
Un alivio similar al que se siente cuando un familiar indeseable anuncia que, por fin, ha decidido llevarse los trastos que dejó en el desván. Lo único que hacían allí era ocupar sitio y traer malos recuerdos.
La velocidad con la que la sociedad vasca –y la española, por extensión— se ha recuperado del ahogo al que le sometía la presa del terrorismo debe ser frustrante para los 360 presos y el puñado de miembros errantes de Euskadi Ta Askatasuna (Patria Vasca y Libertad, fundada en 1959) que continúan en la clandestinidad.
La escenificación del final de ETA provoca una sensación de alivio, pero no de trascendencia histórica
Al dejar de matar (su última víctima fue un gendarme francés abatido en un tiroteo en 2010), el resto de la organización perdió el único recurso que le hacía marginalmente relevante: su capacidad de estorbar.
Sólo los extremos del arco político-emocional reaccionaron al comunicado de perdón a medias del pasado viernes. La atención mayoritaria se centró en las víctimas.
Y en el intento de secuestrar el relato que evidencia que los terroristas continúen hablando de “conflicto”, de “lucha armada” y de “liberación nacional”.
¿ARREPENTIMIENTO O SOLO ‘RESPETO’?
ETA sigue instalada en su caja de Faraday ética al discriminar entre muertos que merecen su arrepentimiento y los que sólo son acreedores de respeto.
¿Respeto después de más de 800 asesinatos? Y, por si no fuera suficiente, tienen la desvergüenza de proclamarse vengadores del blitz que arrasó Gernika en 1937.
Es bueno que Euskadi haya expulsado en poco tiempo las toxinas que durante más de medio siglo envenenaron su cuerpo social. Léase Patria, de Fernando Aramburu (Tusquets Editores, 2016) para tener una idea aproximada.
No se ha notado hasta qué punto condicionaba la vida cotidiana la bruma de ETA hasta que dejó de actuar en 2011. No conozco a nadie que no recibiera con alivio el levantamiento de esa niebla.
Desde entonces, los vascos nos hemos preguntado cómo lo pudimos soportar. Y algunos, por qué lo consentimos.
Es fundamental que ETA y sus propagandistas no se conviertan en exégetas de su propia trayectoria
Cada época está marcada por una peripecia que contribuye a definirla. ETA ha influido tanto en la política, en la vida diaria y en el compás moral de varias generaciones que sólo una catarsis profunda inmunizará de sus secuelas a las próximas generaciones.
El peligro que se corre en Euskadi es que la necesidad de avanzar en la normalización justifique tomar atajos a la hora de afrontar honestamente la historia. Catarsis significa purga. Y lo primero que necesita purgarse es el lenguaje.
Cuando al sustantivo «lucha» se le añadió el adjetivo «armada», el resultado fue terrorismo. Los muertos no fueron bajas de un conflicto, sino asesinados; término que abarca también a las víctimas de los GAL o de otros grupos que emergieron en las alcantarillas del Estado.
Es fundamental que ETA y sus propagandistas no se conviertan en exégetas de su propia trayectoria.
Eso, “la batalla del relato”, es precisamente lo que apunta la “nota explicativa” que acompaña a su comunicado del viernes y que constituye el elemento más significativo de su declaración.
Cuando ETA asegura que desea evitar un “ejercicio de cinismo e hipocresía” es que se propone desarrollar uno de proporciones descomunales.
El título del acto que se anuncia para el 4 de mayo en Cambo-les-Bains, cerca de Bayona –Encuentro Internacional para avanzar en la resolución del conflicto en el País Vasco– reafirma esa sospecha.
RELATIVIZAR LA HISTORIA
Un argumento común para relativizar la historia de ETA es plantear el dilema clásico entre freedom fighters (luchadores por la libertad) y terroristas.
Otro consiste en trazar una frontera moral entre una ETA legitimada por la ferocidad de la dictadura franquista y otra que dejó de tener justificación tras la amnistía de 1977, la Constitución y el Estatuto de Gernika.
A Urkullu no parece interesarle tanto que los terroristas pidan perdón como que se reconozca que la historia de ETA fue un periodo “de radical injusticia”
Se olvida que el segundo atentado más sangriento de la organización data de 1974, cuando colocó 30 kilos de explosivo bajo una mesa de la cafetería Rolando, cercana Dirección General de Seguridad en Madrid.
La cifra de 13 víctimas del atentado de la calle del Correo –todos ellos civiles menos un policía que murió dos años después de la explosióN— sólo sería superada por los 21 fallecidos en el atentado de Hipercor en Barcelona, en 1987.
Iñigo Urkullu también adopta en ocasiones un tono episcopal para dirigirse a la ciudadanía.
El sábado, en la academia de la Ertzaintza, el lehendakari se mostró más claro y más pastoral que los obispos al decirle a ETA que lo que se espera de ella es un pronunciamiento “claro, sobrio y con intención reparadora”, y no la declaración incompleta y parcial que hizo.
Al presidente del gobierno vasco no parece interesarle tanto que los terroristas pidan perdón como que se reconozca que la historia de ETA fue un periodo “de radical injusticia” y que se repare ese agravio. Se trata de una distinción esencial.
El perdón es un acto de voluntad moral que otorga –o no— cada individuo. El reconocimiento de la responsabilidad y la reparación del daño es un acto político y, por tanto, colectivo.
Lecciones aprendidas
El final de ETA no se resolverá con declaraciones, con comunicados ni con actos públicos, sino con un proceso lento mediante el que cada protagonista –central o marginal, activo o pasivo— haga lo posible para atenuar los rencores latentes, el dolor y las heridas acumuladas durante medio siglo.
Y un corolario esencial es extraer las lecciones de tanto enconamiento.
Particularmente, las que se aplican a Cataluña. Salvadas todas las diferencias (la principal es la ausencia de terrorismo), esa reflexión es relevante cuando la división de la sociedad catalana ya no es un riesgo; es una realidad tangible.
Los que hemos visto como un conflicto acaba convertido en una profecía autocumplida que ha durado décadas, advertimos en la etapa actual del procés signos de una degeneración parecida.
Cataluña no se merece estar, como estuvo Euskadi, a merced de personajes cuyas ideas se convirtieron en delirios
Cuando el supuesto ideólogo del independentismo más unilateral e irracional, Agustí Colomines, tuitea que “estamos en guerra” se traspasa una frontera peligrosa: siempre hay alguien dispuesto a entender las cosas literalmente.
ETA y la izquierda abertzale rechazaron el Estatuto de Gernika en 1979, prometiendo que presentarían el suyo. Hasta hoy.
Cataluña no se merece estar, como estuvo Euskadi, a merced de personajes cuya ideas se convirtieron en delirios. Delirios hechos de palabras que significan lo contrario a lo que pone en el diccionario.