Los “silencios” europeos
El candidato a la presidencia de la Comisión Europea por la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (ALDE), el flamenco y exprimer ministro belga Guy Verhofstadt (Dendermonde, 1953), estuvo el otro día en Barcelona de campaña arropado por el president Artur Mas y el euro-candidato de CiU Ramon Tremosa.
Verhofstadt hizo campaña en Barcelona y Vic y aprovechó para echar un cable a sus aliados catalanes. Concretamente dijo que «España y Catalunya deben dialogar, pero la solución deberá tener en cuenta la voluntad de los catalanes expresada en una consulta o en unas elecciones».
Les guste o no a los que se oponen a la consulta, el candidato liberaldemócrata a la presidencia de la Comisión Europea dijo lo que no quieren oír: que se debe negociar una salida al conflicto planteado pero con las urnas de por medio, que es lo mismo que defiende, pero con mayor contundencia, Ska Keller, candidata de los verdes.
No fue una declaración hecha para contentar los oídos de CDC, sus patrocinadores catalanes que al fin y al cabo son los únicos liberales que se presentan en España, pues lo repitió en la entrevista que le hizo Jordi Barbeta en La Vanguardia: “Yo he reaccionado contra las declaraciones de Juncker y Barroso sobre Catalunya —afirmó. Europa no debe interferir. España y Catalunya deben resolver la cuestión mediante el diálogo, pero habrá que tener en cuenta la opinión de los ciudadanos, expresada de una manera o de otra. Puede ser a través de una consulta o de unas elecciones. Europa debe tener un papel positivo, no negativo”.
Esta es exactamente la tesis que defienden los nacionalistas catalanes y en especial el President Mas.
¿Y si los catalanes optan por la independencia?, le preguntó también Barbeta. La respuesta de Verhofstadt fue simple y sencilla: “Habrá que considerar el deseo de los catalanes”. Pura democracia, como no podía ser de otra manera en un liberal que se precie de serlo de verdad. El liberalismo nació para defender a los individuos frente a vulneraciones de la libertad. Porque esta es la cuestión: ¿estamos hablando de la libertad o por lo menos de lo que John Stuart Mill enunció que era la libertad?
Condenar al silencio una opinión que puede ser verdadera, decía Mill, supondría considerarnos infalibles y poseedores de la certeza absoluta, lo cual siempre vulnera la libertad. El gran problema del mundo contemporáneo ha sido ese predominio arrogante —y casi siempre criminal— de las certezas absolutas.
Casi a la misma hora que Verhofstadt daba su apoyo desde la sede de la Fundació CatDem a la posibilidad de que los catalanes puedan ser consultados, en la Aula Magna de la Universidad de Barcelona Allen Buchanan (Ohio, 1948), catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Duke (EEUU), protagonizó un debate sobre las teorías expuestas en su libro Secesión: causas y consecuencias del divorcio político (Ariel, 2013). Estuve presente y fue realmente interesante. Buchanan sostiene su teoría sobre el principio de “causa justa”. Es por ello que a la pregunta sobre si Catalunya tiene derecho o no a la secesión, su respuesta es negativa.
Según esta teoría, sólo se tiene derecho a la secesión unilateral cuando se dan una serie de condiciones, las denominadas “causas justas”, que deben ser probadas por aquellos que se consideran maltratados sin que exista la necesidad de pedir al Estado pruebas sobre el buen trato dispensado a aquellos que se quejan. O sea que ese otro principio, considerado básico por Stuart Mill, que es el derecho a la libertad, se queda en nada en la teoría de Buchanan.
La teoría de la “causa justa” pone a prueba precisamente lo que cualquier liberal no puede admitir: la vulnerabilidad de la libertad ante la fuerza del Estado y de la minoría que la controla que se convierte así en una verdadera “tiranía de la mayoría”. De todos modos, Buchanan, dijo algo que los unionistas catalanes aborrecen porque temen la consecuencia: que Catalunya debería intentar negociar mayor autogobierno con España con la ayuda de una tercera parte cualificada.
¿No podría ser la UE esa tercera parte? Sería lógico que lo fuera si se quiere que el proyecto europeo sea algo más que un simple mercado con demasiada burocracia. Al final la gente se cansará de que los gobernantes tengan siempre intereses opuestos a los suyos.
Si el gobierno catalán puede demostrar que ha hecho todo lo que ha podido y España rechaza negociar, tendría argumentos para la secesión, dijo el profesor norteamericano ante la estupefacción de notables unionistas que lo consideran el gurú de su política. ¿Y si eso fuera lo que ocurriese?, le preguntó desde el público Laia Balcells, también profesora en Duke.
Entonces parecería “justo” preguntarse cuándo se agota el tiempo de espera. Ahí está el quid de la cuestión. Hacer un esfuerzo más sería estratégico para los intereses de los catalanes partidarios de la consulta, apuntó el profesor, puesto que si España no coopera habrá mayor comprensión internacional.
Cuando Ramon Tremosa insiste en que “el silencio de Europa es el gran fracaso de la diplomacia española”, está diciendo lo mismo. El conflicto catalán está hoy en la agenda internacional, política y académica, y esto es, de entrada, una victoria política y mediática de los soberanistas catalanes.
Los “silencios” europeos se han convertido en proclamas a favor de la negociación, ya que el contraste entre cómo está reaccionando el gobierno británico y cómo está reaccionando el gobierno español ante las demandas soberanistas es como la noche y el día. Eso lo ve incluso un paladín del federalismo como Buchanan. ¿Lo entenderá algún día Rajoy?