Los sembradores de odio
Tras presentar el informe sobre delitos de odio cometidos en España en 2014, quedó demostrado que las agresiones verbales y físicas motivadas por el odio son resultado de la intolerancia hacia inmigrantes, homosexuales, bisexuales, transexuales, discapacitados, mendigos, semitas, o creyentes de alguna religión.
Pero también quedó claro quiénes padecen ese tipo de agresiones. El documento subrayaba que de los 1.285 casos contabilizados, 376 de los agredidos tenían menos de 18 años.
Con esta cifra se constató que en 2014 hubo un incremento del 9,6% en este tipo de delitos respecto a 2013. El 39,9% de las agresiones –casi cuatro de cada diez– se cometieron por motivos de orientación e identidad sexual. El 37% fue por racismo y xenofobia, el 15,5% contra discapacitados, el 4,9% contra creencias y prácticas religiosas, el 1,9% por antisemitismo, y el 0,9% por «aporofobia» (odio a los pobres).
El odio y la intolerancia se extienden por doquier, lo que debería resultar sorprendente en las sociedades democráticas avanzadas. Pero no lo es, desgraciadamente. Al fin y al cabo, el siglo XX estuvo dominado por las guerras y el terror y lo que llevamos del XXI no le va a la zaga.
Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia y secretario del Consejo de Víctimas de Delitos de Odio, declaró hace poco que «el odio ideológico y el odio religioso se van a disparar en los próximos años». Normalmente, nos fijamos en ese odio evidente, aun cuando a veces resulte invisible, dirigido contra los homosexuales, las mujeres o los inmigrantes.
Incluso somos capaces de denunciar el odio que transmiten las ideologías de extrema derecha, pero es poco frecuente que se denuncie y se condene el odio promovido desde la extrema izquierda, ese odio social que resurge en el mundo digital con una agresividad verbal propia de otras épocas.
Durante la campaña electoral en curso, por lo menos dos candidatos vinculados a Podemos y a los comunistas han puesto cara a la intolerancia a través de Twitter i Facebook. La candidata número 4 de la lista de ICV-EUiA-E que se presenta en Gerona, Marina Pibernat Vila, protagonizó un delirante incidente cuando calificó a sus oponentes de «catalufos», como quién le dice «maricón» a alguien para insultarle, simplemente porque criticaban a Ada Colau en su aparición en el debate de BTV.
El incidente se zanjó con la supuesta retirada de dicha señora de la candidatura, lo que es imposible cuando los candidatos ya han sido proclamados. Por lo tanto, si saliese elegida tendría derecho a ocupar su plaza.
El segundo incidente lo protagonizó otro candidato, Òscar Ibarra, número 5 de Compromís d’Esquerres per Figueres, una coalición que engloba ICV-EUiA y el Círculo Podemos de la capital ampurdanesa. Con el mismo tono que su correligionaria de Gerona, este candidato se dedicó a ofender a los nacionalistas con comentarios impropios de alguien que quiere servir a los ciudadanos.
Su odio es etnicista y lingüístico, como el que fomenta el ministro Wert con sus comentarios. Es este caso, y a diferencia del intento de justificar a Pibernat por parte de Joan Herrera, el dirigente de EUiA David Companyon pidió la dimisión de Ibarra: «Son declaraciones que si las dijera alguien del PP o C ‘s pediría que dimitiera, y si lo hace alguien de EUiA aún más». Es un alivio que alguien en el entorno de los comunistas sea un poco sensato.
Los sembradores de odio crecen y se expanden. Hace un par de años, Esteban Ibarra recordaba que en 1998 en España solo había una página web que promovía o justificaba formas de odio, pero en 2013, en cambio, había 600 webs, blogs, páginas de redes sociales y de vídeos españoles que incitaban al odio, un número que ascendía hasta las 2.000 si se contabilizaban todos los sitios web de habla hispana y hasta las 20.000 a nivel europeo. ¡Qué horror!
Ya en 2010, la Oficina para las Instituciones Democráticas y los Derechos Humanos de la OSCE, la Comisión Europea contra el racismo y la Intolerancia (ECRI) y la Agencia de la UE para los Derechos Fundamentales (FRA) intentaron atajar ese incremento del odio en Internet con una declaración conjunta que denunciaba la utilización de las redes sociales para verter opiniones xenófobas y reclutar a jóvenes por parte de grupos racistas. Yo le añadiría ese odio ideológico que les estoy comentando.
Todo el mundo aplaude cuando la denuncia afecta a fascistas declarados o al reclutamiento de yihadistas, pero cuando ese odio lo fomenta la izquierda, esa que se autocalifica de emergente sin serlo, y los insultos son como una diana en la cabeza del adversario, nadie se da por aludido. Incluso se atreven a justificarlo.
La prueba está en los improperios que Pablo Iglesias lanzó contra Mas en el mitin de Ada Colau o en las páginas web pretendidamente revolucionarias que fomentan el odio incluso en el encabezado, aunque lo camuflen en francés para emular la película del mismo nombre. El odio es la venganza de un cobarde intimidado, decía el gran dramaturgo fabiano George Bernard Shaw, quien fue un reformista social que no sintió la necesidad de calificar de «gentuza y ladrones» a nadie.
Lo que resulta bochornoso es que se pueda abordar la cuestión del odio con ese «buenismo» izquierdista que lo justifica todo para demostrar que algo va mal en las democracias consolidadas. Rosa Montero, por ejemplo, hace poco escribió un artículo abominable refiriéndose a las razones por las que algunos jóvenes europeos musulmanes se apuntan al yihadismo: «uno recurre al consuelo ferozmente fraternal del fanatismo si se siente ninguneado, solo y no querido, si piensa que no pinta nada […] No parece que estemos sabiendo ofrecer un modelo ilusionante de sociedad a nuestros jóvenes».
Lo más alucinante de ese artículo es que Montero empiece su reflexión sobre los cuatro españoles conversos sedientos de sangre con el recuerdo del GRAPO arrepentido al que ella entrevistó en 1989. ¿Nos está diciendo que ese terrorista español se lío la manta a la cabeza en 1979 y asesinó a seis personas en menos de dos meses por falta de ilusión? ¡Qué barbaridad!
Me parece que cuando uno mata a otra persona por motivos ideológicos o de creencias y luego se compra un pastel para celebrarlo, los motivos que justifican ese asesinato no tienen nada que ver con la desilusión. Es una bajeza moral convertir la víctima en el victimario. El odio no vale ni para justificar a los GRAPO ni a los yihadistas ni tampoco a ETA. Cuando Zygmunt Bauman nos habla del predominio de la sociedad líquida para definir el presente se refiere, precisamente, a ese relativismo ético que se suma al «proceso de licuefacción» que está derritiendo los valores sólidos de la modernidad.
El odio es un crimen, aunque ya sé que el concepto de crimen de odio está asociado a la existencia de un delito penal y en este caso resultaría complicado que se aceptase como prueba, pongamos por caso, las declaraciones de la secretaria general de Podemos en Catalunya, Gemma Ubasart, cuando dijo aquello de que tras «el 9N Mas tuvo un mes de gloria, pero en el mitin de la Vall d’Hebron [en diciembre, con Pablo Iglesias] vimos el odio que despierta su persona, y ese odio contra Mas es el que vamos a usar contra él en la campaña».
Luego se retractó, o la obligaron, pero la semilla de lo que ahora vemos estaba ahí. Hubiese valido la pena que antes de hablar Ubasart hubiera leído la Declaración de principios de la UNESCO sobre la tolerancia, promulgada el 16 de noviembre de 1995, para saber que «la tolerancia es la responsabilidad que sustenta los derechos humanos, el pluralismo (comprendido el pluralismo cultural), la democracia y el Estado de derecho», lo que supone el rechazo del dogmatismo y del absolutismo.
El odio ideológico se fomenta en las facultades de ciencias sociales y humanidades. Lo digo sin empacho. Lo he vivido en primera persona. Creo que es en el único círculo laboral y vital donde hay gente que no me dirige la palabra por motivos ideológicos. Les podría dar nombres pero no hace falta.
Lean ustedes, si tienen tiempo y ganas, el blog de la señora Pibernat cuando justifica por qué se hizo comunista y me parece que entenderán lo que les estoy diciendo. Sus argumentos dan que pensar. Todo el mundo recuerda profesores con cariño, pero lo normal debería ser recordarlos por lo que nos han enseñado y no por la ideología que sostenían, pero en el caso de Pibernat se ve que eso no fue así. Siempre hay gente débil que necesita mitigar esa debilidad con un pensamiento rígido, cercano al que difunden las sectas.
La mayoría de los dirigentes de Podemos son universitarios y conservan las maneras sectarias que se exhiben en las facultades de letras, incluyendo la endogamia. En su día ya les conté sus orígenes en un artículo que publiqué aquí mismo: Podemos o cómo llenar el vacío. De Perry Anderson a Gemma Galdon.
La gran batalla por el conocimiento pasa por sortear ese ideologismo que somete el saber al dogma, como si todavía estuviésemos en tiempos de la Inquisición, despreciando la verificación, que es el principio de cientificidad de cualquier disciplina. ¡La tierra es plana!, gritan estos nuevos guardianes de lo correcto, sin darse cuenta de que son la fotocopia de esos totalitarios, fascistas o comunistas, que en los años treinta destruyeron la democracia liberal en gran parte del mundo con sus grandes dosis de intolerancia y violencia.