Los promotores del independentismo, ¿unos aprovechados?
Algunos autores han sostenido en los últimos meses una teoría que apenas aparece en los medios de comunicación catalanes. Lo hizo Jordi Amat, en su libro El Llarg Procés, que partía de una imagen: la de los intelectuales ligados al Govern de Artur Mas, esperando para agasajar al President en la plaza Sant Jaume de Barcelona, que regresaba de Madrid donde se había entrevistado con Mariano Rajoy pocos días después de la Diada de 2012.
Pero lo han concretado en un breve artículo dos profesores españoles, en la prestigiosa web Project Syndicate, que, en varios idiomas, recoge importantes reflexiones de los mejores pensadores del mundo en diferentes disciplinas. Se trata de Victor Lapuente, profesor de ciencia política en la Universidad de Gotemburgo, en Suecia, y de Benito Arruñada, profesor en el departamento de Economía de la Universitat Pompeu Fabra.
La cuestión que destacan es que no hay sólo razones económicas. Que el independentismo catalán no se agarra sólo a los hipotéticos agravios económicos, sino que lo promueve una elite que vive de crear el relato, cercana a las instituciones de la Generalitat.
Lapuente y Arruñada hablan de la «clerecía», un concepto que acuño Samuel Coleridge. Es el grupo que busca rentas para su interés propio, y que vive de «crear, preservar y difundir la cultura nacional».
Ese grupo fue, según los autores, el que, en el pasado, «también lideró los esfuerzos para lograr la independencia catalana». Se asegura que es cierto que «toda sociedad moderna necesita una clerecía reflexiva», pero que este grupo acaba trabajando para satisfacer sus propios intereses.
La historiadora Deirdre McCloskey señaló que lo que ha ocurrido históricamente es que la burguesía ha sido la que ha sustentado a esa clerecía, pero que en tiempos de crisis esa clerecía subvencionada acaba por «promover fantasías anti-burguesas, desde el nacionalismo al comunismo», como recogen Lapuente y Arruñada. ¿Les suena eso en Cataluña justo en estas semanas de campaña electoral y de negociaciones para elegir al nuevo President de la Generalitat?
Dicen los autores que el autogobierno ha resultado inmejorable para esa clerecía catalana, porque se ha subvencionado «todo tipo de creencias, como un glorioso pasado en Cataluña antes de ser ‘conquistada’ por España. O la ilusión de que en un futuro independiente Cataluña puede ser la «Dinamarca del Mediterráneo».
¿Y quiénes son esos miembros de la clerecía? Los presupuestos en educación y cultura han producido un grupo numeroso e influyente: «apparatchiks políticos, funcionarios, escritores, académicos, docentes, trabajadores de ONG’s, periodistas, y productores de televisión, entre otros».
Lo más perverso es que, siguiendo ese punto de vista, que muy poca gente aborda en Cataluña, la clerecía siempre gana. O, al menos, no perderá. Porque si se consigue la independencia, serán la elite del nuevo estado; si encalla «retendrá sus blindados trabajos en el sector público»; y si se consigue una tercera vía, «los subsidios a los medios de comunicación y a las actividades culturales quedarán a salvo de las políticas de austeridad, y eso facilitará que la clerecía pueda organizar un nuevo reto soberanista en un futuro próximo».
¿Hay alternativa? Los autores mencionan al historiador John Elliot, que describe el papel de la clerecía catalana cuando fomentó al rebelión contra la corona española en 1640. La cosa se les fue de las manos a los nobles y mercaderes de la época, que percibieron que «era peor el remedio que la enfermedad». La burguesía catalana apoyó en el siglo XX, recuerdan los autores, en dos ocasiones soluciones autoritarias «como respuesta a la radicalización de la clerecía catalana».
Ahora las cosas han cambiado mucho. Pero la dualidad podría seguir siendo la misma: el conflicto entre quienes se ganan la vida vendiendo bienes –esos empresarios angustiados– y quienes se la ganan vendiendo ilusiones».
Oigan, es una interpretación. Hay otras. Pero la debemos tener en cuenta.