Los problemas del ‘conseller’ Puig ante una sociedad quejica

 

Una cosa es pasarse y otra no llegar. Y claro la línea que divide ambas situaciones siempre es confusa y muy subjetiva. El conseller Felip Puig debe estar ahora dándole vueltas a una reflexión parecida. Intentando evitar que Catalunya padeciera una situación similar a la que vivió en 2010, tripartito mediante, o en el 2001, con Mas de conseller en cap, a causa del mal tiempo, ha provocado la irritación de una parte de la población que considera que su actuación ha rayado la alarma social.

Unos 260.000 escolares enviados a sus casas, con la correspondiente secuela de padres abandonando su trabajo; universidades vacías; polígonos industriales y empresas de diverso tamaño a medio gas; la actividad del Parlament suspendida por la tarde (bueno, esto no es muy significativo)… parece un escenario excesivo para la nieve que cayó. Sobre todo, cuando este año se pretende eliminar los “puentes” laborales para aumentar la productividad.

Tan etérea como la línea de la que antes hablábamos es esa otra que separa en un político el comportamiento diligente en el cumplimiento de sus responsabilidades de aquella que busca más que en resolver un problema en cubrirse las espaldas con cargo al erario público. Como tiendo siempre a conceder el beneficio de la duda, quiero pensar que un político de agallas, de los que quedan tan pocos, como el actual conseller de Interior se limitó a poner en marcha todos los mecanismos preventivos a su alcance para evitar los problemas que auguraba la entrada de frío y la intensidad de las nevadas anunciadas.

Me pongo en su lugar y le entiendo. Le dieron palos hasta en el carnet de identidad a su antecesor por ser blandito con los reventadores y le están dando a él por ser más duro. Desde su militancia en CDC vivió en primera fila la crisis del frío temporal que pilló al entonces conseller en cap, Artur Mas, en Vilassar en un concierto de Mónica Green, y ya en la oposición arrastró por la nieve al tripartito de Montilla por su incapacidad para responder a una meteorología desbocada. A él no podían pillarle desprevenido.

En realidad cada día resulta más difícil contentar a una sociedad quejica que no perdona la más mínima incomodidad.
Es como si exigiéramos a nuestros gobernantes que nos mantuvieran permanentemente en una burbuja con aire condicionado a temperatura ideal tanto en invierno como en verano. Y si tenemos que salir de ese ambiente protegido, queremos un aeropuerto lo más cerca posible de la esquina de casa. Ah, y con los impuestos más bajos que pueda ser.

Las inclemencias del tiempo hay que desterrarlas; carreteras y autopistas deben poderse recorrer sin atascos, con capacidad para un consumo ilimitado de tráfico aunque esto sólo se produzca un día a la semana; ciudades verdes, por supuesto; transporte público barato con televisión, a la carta si puede ser, para distraerme durante el trayecto; un hospital de urgencia por barrio y con habitaciones individuales, que a mi edad me incomoda compartir… En definitiva, un estado del bienestar creciente preparado para dar respuesta a unas demandas sociales exponenciales.

La lástima es que parece ser que no es posible y en vez de reclamar continuamente ese hábitat idílico e irreal convendría asumir que en la vida cabe la fatalidad, que podemos enfrentarnos a situaciones imprevisibles y hasta que nuestros hijos pueden sufrir algún coscorrón en una pelea con otros niños sin que ello signifique una declaración de guerra mundial (vean, por favor, si no lo han hecho, la deliciosa “Un dios salvaje”, título español de “Carnage”, la última película con guión de Yasmina Reza y Roman Polanski).

Dejemos, en definitiva, que los políticos se dediquen a otros menesteres más trascendentales y se abstengan de aprovechar dificultades meteorológicas o de otro tipo para hacer oposición o alardear de gestión. Gestionar posibles nevadas está bien, pero personalmente espero otras cosas.