Los porcentajes independentistas no cuadran
La idea de que una inmensa mayoría de la sociedad catalana está por la independencia tiene un sustento estadístico precario. Pero aun así, esta percepción inducida empapa todo un sistema mediático, especialmente TV3 y la trama digital de portales independentistas que posiblemente alguien sufraga.
Lo mismo ocurre con los twitter del independentismo friki, por ejemplo. Ahí predomina un lenguaje muy agresivo, de beligerancia acentuada por la simplificación aberrante del mensaje respecto a una cuestión con tantas complejidades.
Se ha producido una dislocación deliberada en la dimensión cuantificable de la propuesta independentista. Es decir, lo que constatamos es que los porcentajes no cuadran. Raramente la ya usual abstención a la hora de votar cuestiones identitarias alcanzó el volumen del abstencionismo en el referéndum sobre el segundo Estatut, un estatuto que –como puede comprobarse leyendo declaraciones y entrevistas de aquellos días– carecía de unanimidad política, por decirlo en términos suaves.
Si en el caso del primer Estatut la abstención fue del 40%, en el segundo superó el 50%. En el primero, el sí fue de un 88% y el segundo no llega al 74%. No es fácil dar solidez a la afirmación de que la inmensa mayoría de los catalanes avalaron ambos procesos.
Luego vino la sentencia del Tribunal Constitucional, un texto que necesita una cierta paciencia y conocimiento jurídico para leerla. El actual presidente del Consell Assessor per a la Transició Nacional y ex vicepresidente del TC escribió entonces un artículo muy matizado en el que deslindaba pros y contras de la sentencia. Por ejemplo, al contrario de lo que se dijo después, no veía en la sentencia amenaza alguna para la lengua catalana.
Pero la cuestión de fondo es la siguiente: si más de un 50% del electorado catalán se abstuvo en aquel referéndum, ¿cómo es posible que tras un intervalo temporal una inmensa mayoría se manifieste en contra la sentencia del TC que lo retoca en detalles y lo matiza en algunos puntos?
Una hipótesis es que, en primer lugar, no es una inmensa mayoría; en segundo lugar, que entre la sentencia y la protesta callejera hay un período de nueva intensidad en el activismo y propaganda secesionistas y, en tercer lugar, que el impacto de la crisis económica y de los recortes sociales del ejecutivo de Artur Mas activaron dispositivos de respuesta emocional cuyas causas son múltiples y solo parcialmente corresponden al sentir soberanista.
Es una hipótesis a partir de unos porcentajes que no encajan. Por eso la verdad es que lo que cuentan son los votos y no las manifestaciones tan mal cuantificadas. Lo que cuenta no es la interpretación lineal de tales manifestaciones al margen de la pluralidad de motivos las generan. Es una exageración imprudente pretender que cualquiera de las manifestaciones pro derecho a decidir o pro independencia haya representado la voluntad general del electorado catalán.
En buena parte viene a corroborarlo que las consultas amateur convocadas hasta ahora hayan tenido un participación que no alcanza al 20%. Es una de las razones por las cuales en la nebulosa secesionista ahora se prefiere apostar por unas elecciones plebiscitarias e irse olvidando de una consulta que muy previsiblemente sería un fiasco en cuanto a participación, sideralmente desproporcionada respecto al mantra de la mayoría inmensa.