Los luditas de ‘Libération’

En un acto que me ha transportado mentalmente a aquella revolución ludita que intentó parar la revolución industrial destrozando las máquinas de las nuevas fábricas textiles, los redactores del diario francés Libération tomaron la portada el sábado 8 y proclamaron desde allí: “Somos un periódico, no un restaurante, no una red social, no un espacio cultural…”

Pretendían oponerse de esta manera al proyecto de los accionistas y de su director (a estas alturas ex director), Nicolas Demorand, de dar la vuelta al modelo de negocio tradicional de esta histórica cabecera y adaptarla a unos nuevos tiempos en los que la información camina sobre otros paradigmas, sin duda inciertos pero diferentes.

No deja de ser curiosa, siendo amable, la postura de los redactores de Libération, esa reacción visceral, conservadora (aunque el Libé sea un estandarte, algo ajado, de la izquierda francesa) y corporativista ante un proyecto que pretendía fundamentalmente frenar la sangría de lectores y resultados y resituar al diario en territorios de vanguardia.

Con unos 300 trabajadores en plantilla, Libération alcanzó el pasado noviembre su cota más baja en cuanto a lectores: apenas 97.299 ejemplares vendidos; en 2002, eran 175.000. En los 11 primeros meses de 2013, su circulación había caído un 15%, las pérdidas de todo el año superaron el millón de euros. En este escenario y escépticos, los propietarios han dicho basta. No volverán a poner dinero si no había un proyecto de futuro que no consistiera en seguir enterrando capital en un diario que los lectores claramente están abandonando.

Pero los redactores han dicho no. Por lo que se ve, están convencidos de que deben seguir haciendo exactamente lo mismo que han hecho hasta ahora, independientemente de los resultados obtenidos. Es una postura, pero entonces deberán buscarse a alguien que financie la fiesta. Posiblemente, ellos mismos podrían hacerlo. ¿Por qué no? Si están tan seguros de que lo que ellos entienden por “un periódico” es lo que hay que hacer, no deberían tener miedo a arriesgar sus ahorros.

 
La obligación de los periodistas no es hacer un periódico, sino periodismo con métricas claras de sostenibilidad

Lamentablemente, el mundo cambia, y sobre todo en lo que se refiere al consumo de información. Como una buena parte de nuestra industria tradicional de medios empieza también a darse cuenta, el problema, el primer problema, no es la caída de ingresos publicitaros o los derivados de una mala gestión financiera, de un excesivo endeudamiento (que también, y mucho), sino la pérdida continuada de lectores, el profundo cambio en los hábitos de consumo de la información que se está produciendo.

Dense una vuelta los redactores del Libé por las pantallas de sus ordenadores y vean lo que están haciendo proyectos como Upworthy, un medio con un crecimiento espectacular en las redes sociales y millones de lectores; o The Intercept, el más nuevo, con potentes exclusivas, que recuerdan que sus dos líderes dieron el bombazo tiempo atrás con las revelaciones de Edward Snowden; o Vocativ, con un estilo periodístico brillante, muy de datos; o BuzzFeed, que está permanentemente reinventando la manera en que usa la publicidad; o nuestro querido Business Insider, o incluso algunos modelos más próximos que no citamos por pudor.

Son cabeceras con estilos muy diferentes, con temáticas también muy distintas, unas con historias más ligeras, otras con periodismo del duro… pero todas ellas pensando más en lo que han de ser los nuevos medios que en lo que fueron.

 
Sartre no entendería por qué los redactores del ‘Libé’ se agarran a sus confortables butacas

Rentabilidades pasadas no garantizan rendimientos futuros, como dicen los eslóganes de productos financieros, y eso es aplicable también para los medios. La obligación de los periodistas no es hacer un periódico, sino hacer periodismo: explicar a los lectores historias que les conmuevan y les ofrezcan noticias y perspectivas que les interesen. Todo ello con unas métricas muy claras de sostenibilidad: lectores e ingresos, por este orden. Y eso, hoy, se hace en las redes sociales. No sólo, pero de manera muy importante, y cada vez más.

Si el fundador de Libération, el izquierdista filósofo Jean Paul Sartre, levantara la cabeza y viera esa portada caería víctima del desconcierto. Él, que siempre buscó estar en la vanguardia, no acabaría de entender como sus redactores se agarran a sus confortables butacas y se niegan a explorar un territorio transparente y que les permite llegar no a esos escasos 100.000 lectores, sino a todo el mundo. Aunque para ese viaje haya que llenar la mochila con más riesgo y menos melancolía.