Los liquidadores

 

El primer concepto que prendió con un cierto éxito en la opinión pública para definir a los consellers que fueron nombrados por Artur Mas fue el de fusibles. Se decía que habían sido designados con un horizonte muy concreto: llevar a cabo los duros ajustes que requerían los finanzas públicas catalanas, lo que podía durar la mitad de la legislatura si todo iba bien, y ser cesados, fundidos, a continuación para que un nuevo ejecutivo permitiera en la segunda etapa, con políticas más populares, una amplia victoria de la mayoría nacionalista.

A medida que cuadros intermedios militantes o próximos a la coalición gobernante iban llegando a los siguientes niveles de la administración, aquellos que sufrían en carne propia las políticas de fuerte recortes presupuestarios han empezado a referirse a los nuevos dirigentes con el término de liquidadores. El líder nacionalista ha acabado teniendo aquí su primera derrota: su ejecutivo no será reconocido como el de los mejores, como él quiso etiquetarlo; sino como el de los dirigentes cuya principal característica, lo que mejor les está definiendo es su voluntad implacable de reducir, de jibarizar, la administración.

Tamaña determinación no podía ser gratis y lógicamente su actuación ha sido contestada no sólo por afectados, agentes sociales y oposición, sino incluso por personas de su propio entorno electoral que dudan que realmente fuera necesario llegar hasta donde se ha llegado y de la manera que se ha hecho. La tregua que han decretado con motivo de la campaña electoral municipal es apenas una moratoria y nadie duda que esa política de ajuste duro, palo y tentetieso, continuará tras el 22-M y seguramente llegará a otros ámbitos donde hasta ahora no había entrado. Los recortes extenuantes van a seguir, sean ejecutados por socialistas, personas de CiU, populares o dirigentes sin adscripción política concreta, porque el recorte, el tijeretazo presupuestario se ha convertido en la única línea de trabajo a seguir.

Evidentemente no es una decisión arbitraria. En descargo de los hombres de Mas hay un buen saco de argumentos: el primero, por supuesto, la situación que se han encontrado en las arcas públicas, aunque esa sorpresa no deje en buen lugar el trabajo que hicieron en la oposición y por otro lado refleje una creciente y peligrosa falta de trasparencia en la gestión pública. También las urgencias a las que han tenido que hacer frente. El actual escenario financiero es poco dado a los matices y no admite componendas: los mercados -esa especie de gran hermano de la economía mundial- quieren medidas ya, muchas y profundas, que reduzcan el endeudamiento público.

En estas circunstancias, no había ciertamente mucho tiempo para pensar. Pero una vez admitida esa excepcionalidad, el ejecutivo de CiU -y podría perfectamente aplicarse a otros gobiernos de diferentes colores- no ha dado la impresión de que detrás de esas urgencias, detrás de esas exigencias, algunas externas y otras de dentro de la propia cosa, se tenía un proyecto propio diferenciado. Por ejemplo, está bien poner freno al déficit que genera sistemáticamente la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (TV3, Catalunya Ràdio, etc.), pero falta saber qué modelo de televisión y radio públicas se quiere, más allá de genéricas y bienintencionadas declaraciones, y si los recortes están en esa dirección o no. No sé si están bien los recortes que se están aplicando en sanidad, pero sería mejor saber cuál es el sistema que se pretende, más allá del abstracto modelo catalán de salud.

Decía el viernes Pilar Almagro en La plaza, parafraseando a Unamuno, que en política lo más importe es saber el por qué y para qué y que el cómo ya se decidiría a posteriori. Mis miedos respecto a los recortes presupuestarios generalizados que se están aplicando, y los que vendrán, nacen precisamente en la poca confianza que tengo en que sepan el para qué.

La deuda tiene muchas partidas para ser atacada. Tampoco todas las deudas tienen la misma cobertura ni todo el volumen de deuda ha generado el mismo retorno a la sociedad. Una política de recortes indiscriminados son palos de ciego. Es como la actuación de esos killers que contratan algunas empresas en situación desesperada. Llegan, ven el balance, se fijan en las partidas más abultadas (personal,…) o con menos retorno inmediato, y aplican con fruición la tijera. La empresa tapona la sangría pero se queda sin viabilidad alguna. En política esa estrategia es inadmisible.

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