Los límites de un país

Leo estos días las quejas de jóvenes españoles emigrados. Se han manifestado en lugares públicos de capitales de Europa o América y delante de algunas embajadas o consulados españoles. Critican al Gobierno porque, según su punto de vista, es responsable de expulsarles del país. Aseguran que representan a una generación muy bien preparada que no encuentra su lugar.

Debo confesar que soy un europeísta convencido tanto en la forma como en el fondo. Recuerdo los tiempos en que viajar y vender más allá de los Pirineos era un verdadero sacrificio. Cambios de monedas, aduanas y un largo etcétera de inconvenientes que las nuevas generaciones parecen desconocer. En aquellas fechas, no tan lejanas, conseguir un visado para ciertos países representaba un verdadero dolor de cabeza. Un escenario completamente diferente del actual, en el que la mayoría de aeropuertos internacionales reconocen que el pasaporte europeo es la mejor presentación posible.

Aunque a ciertas personas les cueste entenderlo (lamentablemente, muchos jóvenes), trabajar en cualquier país de Europa no es estar en el extranjero, significa estar en tu propio país. Los límites de un Estado no se acaban en el idioma, a pesar de lo que muchos piensen. Están en la moneda, en los derechos, usos y costumbres. Estos jóvenes que quieren vivir al lado del bar de su pueblo todavía deben aprender y viajar mucho. Tienen una oportunidad histórica.

Ellos han sido, en muchos casos, una generación de privilegiados. En vez de devolver a su país el esfuerzo con sacrificio y valor, se encargan de hacerle daño con ridículas manifestaciones y miedos pueriles a lo desconocido. Piensan que el límite de su país lo marca una barra de bar o un trabajo estable. No me extraña que la tasa de paro supere el 50% entre los jóvenes en España. Supongo que alguna culpa tendrán. ¿O también esperan que les creemos empleo como si se tratara de una subvención pública y al lado de casa?

Tenemos un problema de educación. El sistema educativo no solamente falla, hace aguas por todos lados. No estamos ante la generación más preparada de la historia del país, pero los fallos del sistema provocan que realmente lo crean de este modo. Tener títulos no es per se un síntoma de educación, éste es otro de los errores claves del sistema. No logramos la generación más preparada, sino la generación más titulada.

Me avergüenza que, en pleno siglo XXI, los más jóvenes se quejen de tener que buscarse la vida en el extranjero. La autarquía es un sistema tan antiguo como la sociedad, pero tan superado como cuando el primer hombre o mujer se dieron cuenta de que el territorio no se acababa en una línea sobre un mapa. Lamentablemente, muchos de nuestros jóvenes aún no están preparados. Tienen muchos títulos pero muy poca experiencia de vida. Les falta y añoran tener cerca a sus madres.

No se puede construir Europa cuando muchos jóvenes, formados en democracia y con España dentro de la UE, no entienden que el extranjero no es Alemania, ni Reino Unido, ni, mucho menos, Catalunya, Galicia o España. Pensar así es un síntoma de fallos graves. Pero no solamente de los nefastos políticos y de los educadores, es un error general de la sociedad española. Lo nuestro no es una crisis, es una enfermedad terminal. La salida por este camino de críticas pueriles será más individual que colectiva. Una lástima para un país que no debiera tener límites.