Los liberales, la independencia y el periodismo en Cataluña

Justo ayer o anteayer leí una de esas versiones esotéricas del proceso soberanista que se publican en los medios unionistas como reacción al acuerdo soberanista entre CDC, ERC y las entidades de la sociedad civil. Hoy en día está claro que todos los periodistas escriben con la pasión de los partisanos. Lean sus crónicas y miren sus tuits, porque les delatan.

No les culpo, puesto que no soy nada partidario de esa memez que convierte a los periodistas en angelitos buenos, ajenos al entorno, defensores de una neutralidad inexistente.

Todo el mundo toma partido. Todos defendemos intereses y opiniones, y los periodistas los primeros. Ya lo decía Walter Lippmann en su famoso libro de 1964: la opinión pública se forja a través de los medios de comunicación, que son los encargados de transmitir los mensajes de los discursos políticos. Ahora cabría añadir en esa tarea a las redes sociales.

Twitter es hoy también otro instrumento de propaganda política, por eso los periodistas, incluyendo a los directores de los principales periódicos, emiten opiniones políticas en tuits encadenados. Rezuman doctrina en 140 caracteres.

La crónica de ese periodista neutral apuntaba que el giro soberanista de Mas era aceptado en silencio por los sectores más liberales de CDC porque el pegamento que les une a él no es ideológico, ni tampoco nacionalista, sino que es simplemente debido a su apego al poder. No sé quien queda peor en ese retrato utilitario de las familias convergentes, si Mas o los liberales de CDC.

A Mas y a los liberales de CDC sólo les preocupa, según el cronista, la pervivencia y la estabilidad parlamentaria en beneficio de los privilegios de siempre. Por eso se adaptan y acatan la deriva radical de Mas, pese al progresivo descenso de apoyo electoral. Por eso aceptan la lista unitaria soberanista. ¡Qué malo es Artur Mas!

¿De qué liberales está hablando ese avispado cronista? ¿De Antoni Fernández Teixidó? ¿De David Madí? ¿De Marc Guerrero? ¿De Carles Llorens? ¿De Ramon Tremosa? ¿De Roger Albinyana? ¿De Santi Vila? ¿De Jordi Vilajoana? ¿De Feliu Guillaumes? ¿De Luca Bellizzi? ¿De Andreu Mas-Colell? Podría seguir dando nombres en un larguísimo etcétera de jóvenes y viejos políticos, unidos bajo el techo de lo que ellos llaman Llibergència, que tienen en mente algo más que estar preocupados por sus privilegios.

Es verdad que algunos de ellos tienen un pasado poco soberanista, pero entre los jóvenes el independentismo es tan natural como su liberalismo. Y eso es muy saludable, porque el liberalismo no tiene porque ser conservador en esta cuestión cuando no lo es en otros aspectos de la vida social y política.

Si el golpe de Estado de 1936 no hubiese liquidado los partidos políticos, seguramente muchos de los actuales miembros de Llibergència estarían afiliados a Acció Catalana, el partido creado en junio de 1922 por antiguos militantes de la Juventud Nacionalista de la Liga Regionalista disconformes con la actuación de los dirigentes de ese partido que consideraban poco nacionalista, por antiguos miembros de la Unión Federal Nacionalista Republicana y por jóvenes intelectuales independientes.

Ahí estaban Jaume Bofill i Mates, Lluís Nicolau d’Olwer, Antoni Rovira i Virgili, Josep Maria Pi i Sunyer, Leandre Cervera e incluso Manuel Carrasco i Formiguera, antes de dar forma a la democracia cristiana catalana en 1931. El periódico La Publicitat, que ellos catalanizaron, fue su portavoz.

En 1939 el liberalismo catalán quedó atrapado entre los extremos, aquellos extremos que al fin y al cabo también marcaron y amputaron, como ya señaló en su día Eric Hobsbawm, la democracia mundial en el siglo XX. «El liberalismo es pecado», denunciaban los tradicionalistas católicos de Félix Sardá Salvany en 1884, con el mismo fervor  reaccionario y liberticida con el que hoy lo combate Pablo Iglesias y compañía. Por eso su movimiento está trufado de monjas y capellanes.

El modelo político y social de los liberales de CDC lo resumió muy bien Marc Guerrero, vicepresidente de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (ALDE), al presentar un documento programático de Llibergència: «Queremos un Estado que sea poco intervencionista, que sea pequeño pero a la vez eficaz, que esté abierto al mundo, que sea cosmopolita, que sea global en un mundo y una economía globales».

En el terreno democrático, esto se concreta en medidas como la limitación de mandatos, la financiación transparente de los partidos políticos, la regulación de los grupos de presión o el impulso de los mecanismos de consulta ciudadana.

En el campo económico, su programa gira principalmente en torno a la reducción del gasto público y la presión fiscal, así como la disminución de la administración catalana a las dimensiones imprescindibles, sin invadir espacios que no le corresponden.

Concretamente, el manifiesto de los liberales soberanistas planteaba la necesidad de promover una transición del estado del bienestar hacia una sociedad del bienestar. «La Cataluña Estado —escriben—debe dotarse de los instrumentos necesarios para la articulación de una sociedad del bienestar, caracterizada por la colaboración y entendimiento entre las instancias gubernamentales y la iniciativa privada para dotar de servicios al conjunto de la ciudadanía y crear los dispositivos necesarios para atender a los más desfavorecidos».

Y añaden: «En esta relación prevalecerán los principios de subsidiariedad y eficacia. Declaramos que en la Cataluña del bienestar se deberá garantizar el acceso universal a los estándares básicos de manutención, enseñanza, sanidad y vivienda y garantizar la igualdad de oportunidades«. Su último boletín, Notícia de la Llibertat, está dedicado a exponer cómo entienden que debería ser la lucha contra la pobreza y la exclusión social.

Me parece estupendo que el movimiento soberanista catalán tenga a su favor a los liberales. Su líder natural se llama Artur Mas y no tienen porqué ocultar que son defensores de un sistema económico de mercado, como el que incluso existe en China, pero sin renunciar a la libertad, que es lo que no sucede en un país controlado por los comunistas.

Si los liberales gobiernan en Holanda o Dinamarca, por qué no deberían poder hacerlo en Cataluña, se preguntan muchos de esos jóvenes soberanistas. «El liberalismo es la bandera de nuestra próxima victoria como país», aseguran, marcando distancias con los socialdemócratas y los cristianodemócratas con los que conviven en el seno de CDC.

Los forjadores de la opinión pública deberían ser menos simplistas cuando intenten explicar qué sucede en el entorno de Artur Mas. A lo mejor entenderían algo de lo que está pasando en CDC, y en Catalunya en general, y en vez de difundir mensajes políticos ofrecerían información a sus clientes, que son los lectores.