Los herederos de Botín y Álvarez

Una economía como la española necesita buenos banqueros y buenos empresarios. Al margen de simplismos y simplezas maniqueas, Botín e Isidoro Álvarez lo fueron. Con sus grandezas y con sus flaquezas. Con sus aciertos y sus errores, más notorios en el caso del banquero cántabro. Con sus cosas buenas y sus cosas malas. Pero en la hora final el balance conjunto de sus gestiones en lo suyo fue, qué duda cabe, positivo. Desde la distancia ideológica y de intereses, así lo reconocía el líder de Comisiones Obreras, Fernández Toxo, al difundir su pésame a la familia del presidente del Santander.

Botín y Álvarez vivieron sus años felices durante la mejor época de la economía española. Algo tendrían que ver en lo que de bueno hubo, como algo tendrían que ver en los errores y excesos que nos llevaron a la crisis actual. Los sesusos especialistas del mundo financiero y empresarial podrán desgranar matices en los muchos análisis que vendrán en los próximos días.

La vida continúa. Santander y El Corte Inglés seguirán el rumbo que tenían trazado con los mismos o renovados dirigentes. Son instituciones demasiado sólidas como para que sufran vaivenes o den tumbos inesperados al cumplirse el ciclo vital de sus máximos responsables.

Lo que sí cabría desear de sus herederos es que, además de acreditar la capacidad de gestión esperable, se mostrasen dispuestos a captar las lecciones que está dejando la crisis, los ecos de sus consecuencias sociales y los mensajes críticos que emite el paciente y vapuleado pueblo soberano. Sean o no reproducibles los respectivos estilos de los dos desaparecidos patrones al viejo estilo, los tiempos cursan de otra manera.

La crisis ha generado, en España y en toda Europa un profundo malestar social en amplias capas sociales. Aquí, la desigualdad ha crecido más que en ningún otro Estado del continente. Más desigualdad implica más injusticia y con más injusticia merman los conceptos de libertad y de democracia.

La nueva generación de mandamases empresariales y financieros –también en el Santander y en El Corte Ingles– se las verán no sólo con los retos propios de su ámbito, de la globalización y del cambio de modelo económico. Porque la mejoría economía no se atisba en la calle, ni en los salarios, ni en las listas negras de la EPA. El malestar está ahí. Se han pagado pocas facturas por los desmanes y, tarde o temprano, habrá que aceptar que, para que la democracia no sucumba o quede relegada a una mera liturgia, la política habrá de recuperar su supremacía sobre la economía.

Y si la nueva ola de dirigentes de las finanzas y la economía no lo entienden así, peor será para ellos. Peor será para todos. Después que no se quejen si crecen peligrosamente el populismo y la desafección.