Los enemigos del “régimen”

Supongo que por una cuestión de edad, uno asocia el término “régimen” con el sistema político dictatorial implantado “manu militari” por el general Franco. En España, el suyo fue el Régimen por excelencia, así con mayúscula. Bien sé que, mundo adelante, hay otro tipo de regímenes. También se habla del régimen cubano, del coreano o de algunos peculiares sistemas políticos de Hispanoamérica.

Al régimen político imperante en los países más avanzados en materia de derechos y libertades –entre los que se incluyen la práctica totalidad de los europeos– se les denomina democracias. Hasta donde uno alcanza, se le tiene por el menos malo de los posibles. Tanto es así, que la ciudadanía de estos países privilegiados siempre ve con muy buenos ojos las transformaciones que encaminan hacia la democracia a aquellos Estados que no cubren mínimos. Se alientan las transiciones allá donde son posibles, porque, no se olvide, la democracia es un bien escaso sobre la Tierra.

Al hilo de la crisis política y social derivada de la financiera y económica, en determinados sectores de la izquierda española comienza a extenderse el hábito de llamar “el régimen” al sistema político desarrollado desde 1978 bajo el paraguas de la Constitución: una democracia homologable a cualquiera de las existentes por Europa adelante.

La líder de Esquerda Unida, Yolanda Díaz, decía en una entrevista reciente que “el régimen está atemorizado porque por primera vez desde la II República la mayoría social puede tumbar el sistema”. Nada menos.

Al margen de la fragilidad histórica y sociológica de tamaño aserto, cada quien es muy dueño de reubicarse en el mapa político como quiera. Fuerzas hasta ahora integradas “en el sistema”, aunque minoritarias, pueden cruzar la línea roja y pasarse al cada vez más nutrido campo antisistema. Es su derecho.

Se supone que renuncian a dar la batalla desde dentro. Porque en su diagnóstico sobre la situación, como en el de otras fuerzas de izquierda y en el de otros movimientos sociales emergentes, es fácil encontrar verdades como puños: imperio de la economía sobre la política, instrumentos de control ineficaces, facilidad para la corrupción, esclerotización de los partidos (eso que los politólogos llaman despectivamente “cartelización”), recortes de derechos, aumento de la desigualdad…

Problemas de grueso calado, compartidos muchos de ellos con otras democracias europeas. Cuestión de calidad de la democracia, hoy muy afectada, como todos sabemos, y que están pidiendo a gritos reformas a la altura del grave daño que originan a la credibilidad del propio sistema.

En todo caso, quien no crea en el sistema democrático (no en sus fallos o en sus desviaciones) deberá aclarar cuál es su propuesta alternativa. Yo personalmente tengo mucho interés en conocer qué régimen de qué país se aproxima más o es claramente el referente para los movimientos, mareas, partidos o coaliciones que están “contra el régimen”. No los que critican sus defectos, sino los que proponen otro distinto.

Porque, como dice el gran pensador búlgaro-francés Tzvetan Todorov, la democracia siempre está amenazada por la demagogia, esa técnica que consiste en identificar los problemas de mucha gente y proponer soluciones fáciles de entender, pero imposibles de aplicar