Los efectos de la Guerra Civil aún se notan

Este fin de semana entramos en 2016, año en que se cumplirá el ochenta aniversario del inicio de la Guerra Civil. Han pasado ocho décadas desde entonces y los efectos de aquel enfrentamiento todavía se notan en la sociedad española.

La transición no apartó a ningún antiguo jerarca de la dictadura ni pidió responsabilidades a nadie. A cambio, claro está, de permitir el retorno de los exiliados, la amnistía de los presos políticos y la legalización del Partido Comunista de España (PCE), que resultó mucho menos problemática, aunque lo fue, que la legalización de ERC.

Aquella fue una guerra de bandos muy enconados, enfrentados por razones ideológicas y también nacionales. Los militares sublevados se alzaron a la vez contra las izquierdas y en contra de los nacionalismos «periféricos». Les enfrentaba a la izquierda la visión reaccionaria y católica de España que tenían esos militares, que se sumaba a los intereses oligárquicos y burgueses de los grupos políticos que les apoyaron.

Contra los nacionalismos, especialmente el catalán, les unía, precisamente, otro nacionalismo, el nacionalismo español, que aún estaba impregnado por el lamento patriótico que caracterizó a la generación del 98, y que aceleró las fuerzas centrípetas a las que les costaba digerir la debacle colonial de España.   

Los historiadores radicales de derecha coinciden con los historiadores de izquierdas residentes en la Villa y Corte, porque sólo estos lo entienden así, para negar algo que la mayoría de historiadores, incluyendo los hispanistas más reputados del mundo, ya han demostrado con creces: que Franco y sus huestes se alzaron, también, para acabar con el separatismo.

Por eso a los herederos de la dictadura les costó tanto admitir la legalización, como ya he indicado antes, de ERC, que no pudo presentarse con sus siglas a las elecciones del 15 de junio de 1977, las primeras que inauguraron el actual régimen constitucional. Algún día sabremos cuál fue la actitud de Josep Tarradellas para con su antiguo partido y si esa no legalización estuvo presente en las negociaciones que acabaron con su retorno a Cataluña el 23 de octubre de 1977.

El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 fue protagonizado por militares pero tuvo muchos cómplices civiles. Entre estos, la derecha catalanista de la Lliga Regionalista, que traicionó por segunda vez la historia del catalanismo. Algunas de las interpretaciones sobre aquella actitud de la derecha catalana olvidan que no se puede justificar el antes por el después.  

Primero fue su apoyo al golpe militar y luego, una vez encendida la mecha, llegó la persecución y el asesinato de eclesiásticos y civiles «sospechosos» por parte de los milicianos que defendieron con las armas la legalidad republicana. Lo digo para poner las cosas en su sitio.  

La interpretación que promueve el entorno de la FAES respecto al origen de la Guerra Civil es falsa. La revuelta de 1934 en Asturias y Cataluña sólo fue una excusa para justificar ese alzamiento. Razones para matar a los adversarios siempre puede haber, pero alguien debe estar dispuesto a apretar el gatillo.    

La II República propició la autonomía catalana, que era una manera nueva y moderna de entender la organización del Estado en España. A menudo se ha señalado que el gesto de Francesc Macià de proclamar la República Catalana como Estado integrado en una confederación de pueblos ibéricos fue un acto de deslealtad a lo pactado en San Sebastián en 1930. Es una interpretación.

Pero tal vez si Macià no hubiera actuado de aquella manera, la Generalitat y el Estatuto no hubiesen sido aprobados jamás. Los debates parlamentarios en Madrid para aprobar la propuesta de Estatuto así lo indican, pues la derecha republicana y la Agrupación al Servicio de la República (en especial de José Ortega y Gasset, Alfonso García-Valdecasas y Felipe Sánchez Román) mostraron su oposición frontal a un proyecto que les parecía que atentaba contra la unidad de España.  

La Guerra Civil se llevó por delante la autonomía y, claro está, la democracia. Ochenta años después, el catalanismo, hoy transformado en soberanismo, sigue estando ahí pero ahora desconfía de lo que pueda ofrecerle el Estado.  

A  pesar de que el catalanismo político fue profundamente regeneracionista desde sus inicios en 1885 —y lo era en 1931 y también lo fue incluso bajo la dictadura franquista—, a comienzos del siglo XX, quien fuera presidente del consejo de ministros y autor del artículo-manifiesto de la generación del 98 España sin pulso, el conservador Francisco Silvela, no le daba «al catalanismo más alcance ni más carácter que el de una verdadera enfermedad nerviosa». De los nervios se pusieron los militares en 1936 con los catalanistas y los izquierdistas.  

No les aburro más, que acaba de empezar el año. Les deseo un feliz 2016 y me atrevo a pronosticar que este va a ser también un año de alegrías. Ya lo verán.