Lo que mis mayores me enseñaron
Personas reflexivas, creativas, vanguardistas, disruptivas en determinados momentos, pero con el objetivo común de preservar lo que tanto nos ha costado alcanzar
Puedo decir que soy un privilegiado. O por lo menos así me siento. Para alguien que, por cuestiones generacionales, aún es tildado de joven, haber crecido, madurado y aprendido de la mano de grandes intelectuales como fueron Josep Piqué o Alfredo Pérez Rubalcaba es todo un privilegio.
Tuve el honor de contar con ellos como padrinos y presentadores de mi segundo libro publicado en 2019. Desde entonces, con ambos, mantuve una bonita e intensa amistad de la cual no puedo más que estar agradecido. Las continuas reflexiones, enseñanzas y enfoques que brotaban de sus aceleradas y brillantes cabezas constituyen un antológico legado que debemos compartir y mutualizar.
Las continuas reflexiones, enseñanzas y enfoques […] constituyen un antológico legado
El objetivo implícito de todo aquel ideario que emanaba del intelecto de Josep y de Alfredo no era otro que el de morigerar los impulsos primarios que nos impiden alcanzar mínimos consensos y que persiguen anteponer lo visceral y lo propio por delante de lo racional y lo comunal. Entender que la pasión no es incompatible con la mesura, que la convicción no es rival del consenso o que el dogmatismo nos reduce a diminutas atalayas en forma de guetos en los que solamente residen los hooligans sin capacidad de evolucionar.
Una visión que, tanto para Josep como para Alfredo, debía regir todas las esferas de la vida. No solo en lo político o en lo institucional. También en lo personal. Cuidar las relaciones, reforzar los afectos, estrechar lazos, mejorar nuestro entorno y tratar de ser mejor persona cada día.
Personas reflexivas, creativas, vanguardistas, disruptivas en determinados momentos, pero con el objetivo común de preservar lo que tanto nos ha costado alcanzar. Ambos vivían como modernas Casandras alertando del riesgo de poner en cuestión todo lo alcanzado en los últimos tiempos. La democracia liberal, el establecimiento de un Estado moderno, la conquista de derechos y la cimentación de un andamiaje institucional que impide que nadie se quede atrás.
Personas […] con el objetivo común de preservar lo que tanto nos ha costado alcanzar
Hay quien esto lo da por descontado. Quienes creen que todo lo construido no puede ser revertido. Que por delante solo puede asomar un futuro mejor. Lamentablemente, la Historia nos demuestra que lejos de ser así, la fragilidad del bienestar nos exige ser conscientes del valor de lo alcanzado juntos.
Como recordaba Piqué en el prólogo que tuvo a bien regalarme “España ha sido, en las últimas décadas, la historia de un gran éxito. Conviene reiterarlo y valorarlo –para preservarlo–, en contra de los que pretenden, contra toda evidencia, negarlo y destruirnos como nación y como democracia.
No somos, lamentablemente, una excepción. Estamos en un momento de auge de todo tipo de populismos y de renacimiento, de nacionalismos agresivos y excluyentes que buscan socavar los valores que han conformado lo que conceptualmente hemos dado en llamar Occidente.
Es decir, en lo político, la democracia representativa, en lo económico, la economía de libre mercado basado en la iniciativa privada; en lo social, cultural e ideológico, las sociedades abiertas, en sentido popperiano, fundamentadas en la libertad, la igualdad y la solidaridad; y en lo global, el denominado orden liberal internacional, basado en el multilateralismo, la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas, la cooperación y la solidaridad.”
La vida (la personal, la laboral y la institucional) nos debe recordar constantemente las enseñanzas de estos dos grandes guardianes de las esencias de nuestra convivencia. Esa misma vida que cruelmente nos arrebata a los más brillantes en su momento de máximo esplendor. Cuando su profusión alcanza un cenit pocas veces atisbado y cuando la sociedad reconoce el trabajo bien hecho.
Es esencial recordarles cómo se merecen. Cumpliendo sus deseos y cuidando de lo que tenemos. Es un privilegio, pero también una obligación.