Lo que Iceta sabe de España

Miquel Iceta ha ganado las primarias del PSC. Es, de nuevo, el primer secretario del partido, y le corresponde conducirlo con el objetivo de que vuelva a ser útil para el conjunto de la sociedad catalana. En los últimos años el socialismo catalán ha sido víctima de sus propias contradicciones y de un proceso soberanista que ha logrado una bandera muy difícil de combatir: el llamado derecho a decidir.

Al margen de la defensa de la legalidad y de la Constitución, lo que eso expresa es que los catalanes deberían ser los protagonistas de su futuro, que no es exactamente lo mismo que una apuesta por la independencia.

Para resituar esa apuesta, para concretarla, para acercarla a la realidad de los ciudadanos está el PSC. O esa es la apuesta de Miquel Iceta, que reclama un acuerdo con el Gobierno central para, después, ratificarlo en Cataluña. Eso pasa por una reforma constitucional, que plasmara, de verdad, lo que el propio espíritu de la Constitución sugería en la transición: la división entre nacionalidades y regiones.

Sin embargo, casi cuarenta años después, en esa Constitución no aparecen ni los nombres de las autonomías que, finalmente, se conformaron.

Iceta sabe, en todo caso, como lo han sabido los dirigentes históricos del PSC, que en España hay una realidad con la que es mejor negociar y pactar que ignorar. Y se llama Andalucía, la principal federación territorial del PSOE, pero también la autonomía más poblada de España, y la que condiciona, para mal y para bien, el futuro de todo el estado.

España puede exhibir un enorme logro, y los catalanes –los soberanistas también—lo deberían tener en cuenta. No hay varios países en el seno del estado, como sí ocurre, por ejemplo, en Italia o en el Reino Unido, con un norte y un sur por completo diferentes. A pesar de las diferencias económicas, el sur de España es un territorio moderno, con oportunidades –otra cosa es que se podrían haber aprovechado mejor— que dan sentido a las políticas socialdemócratas que han aplicado todos los gobiernos, del PSOE, pero también del PP, que no las ha querido variar.

Ahora, sin embargo, la disyuntiva que se presenta es muy clara. Miquel Iceta, como responsable del socialismo catalán, deberá negociar con la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, que aspira a lograr el mando en el PSOE. Nadie discute que en una empresa tenga más poder el máximo accionista, y en este caso es Susana Díaz.

Pero la presidenta de la Junta también debería entender que España se la juega en Cataluña, que los catalanes han ayudado como nadie a modernizar España desde la transición –ese fue el gran objetivo del catalanismo— y que el populismo puede funcionar en un territorio y en un tiempo tasado, pero que ahora se trata de ofrecer un proyecto realmente atractivo en el que la mayor parte de Cataluña se pueda sentir partícipe.

Iceta conoce esa realidad, por eso no buscará una ruptura con el PSOE. Sería contraproducente para el PSOE y para el PSC, e incoherente para el socialismo catalán, que ha aguantado como ha podido la presión independentista durante estos últimos años. Iceta sabe que ahora llegará con fuerza Susana Díaz, pero sabe también que el PSC no podrá abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy.

Llega la hora de que el socialismo catalán y el andaluz, los pilares del PSOE desde la transición, sepan renovar su antigua alianza para un proyecto que sea útil a España, pero no para una España que sigue reivindicando el PP, sino para una España más abierta, más plural, más pegada, de hecho, a su realidad.