Lo que está pasando en Quebec

El hecho de que el soberanismo catalán busque modelos de un punto a otro del planeta es del todo lícito, aunque uno siempre suele hacer los parangones que más le conviene. El problema es la improvisación y la falta de rigor.

A estas alturas, la ciudadanía no dispone de un blue print sobre cómo sería una Catalunya independiente. Se nos invocan todos los males que derivan de la vinculación con España, pero hay escasa exactitud en los cálculos de los modos en que se pudiera asimilar e institucionalizar una ruptura secesionista.

Un modelo habitual fue hace unos años el Quebec. Ahora, con motivo de las elecciones que se celebrarán el 7 de abril, los resultados previsibles son de empate. En un sondeo paralelo sobre la intención de voto en caso de un nuevo referéndum sobre la soberanía de Quebec, el 51% opta por el “no”, en clara ventaja sobre el 41% del sí.

En las urnas, el actual gobierno en minoría del Partido Quebequés, soberanista, quedaría –según las encuestas– empatado con el Partido Liberal. Se aleja la deseada mayoría absoluta del soberanismo.

 
No hay voluntades de permanencia inagotable ni mayorías indestructibles. Quebec es un caso manifiesto.

Los analistas detectan una polarización entre el electorado federalista y el soberanista. También detectan que la cuestión central en estas elecciones no es la independencia, ni tan siquiera la opción de otro referéndum, sino el buen gobierno del Quebec. Un 63% de los encuestados prefieren ni oír hablar de la soberanía porque lo importante –un 85%– es la economía y la creación de empleo, según publica la prensa canadiense.

Son estados de opinión que también podrían ser referencia para el “proceso” de Artur Mas. No hay voluntades de permanencia inagotable ni mayorías indestructibles. Quebec es un caso manifiesto.

En recientes visitas a Barcelona, el liberal Stéphane Dion ha recordado que un referéndum no es comparable a unas elecciones ordinarias: en las ordinarias puedes rectificar a los cuatro años pero un referéndum implica consecuencias irreversibles.

Después de los dos referéndums sobre la independencia del Quebec, Dion encabezó la iniciativa de la Ley de Claridad sobre las condiciones para una consulta soberanista. Eso fue en 2000. Previamente, en el referéndum de 1980, el voto adverso a la independencia fue de un 59,6%. En 1995, el “sí” fue del 50,4% sin alcanzar un claro punto de ventaja al “no”.

La experiencia ha llevado al Canadá a exigir dos requisitos para una consultar de secesión: pregunta muy clara concertada con la Federación y la insuficiencia de un resultado de mayoría simple. Como ha escrito el profesor Castellà, con experto conocimiento del caso, con estos requisitos, ninguno de los dos referéndums hubiesen sido válidos.

Habrá que ver si el Quebec pasa por una fase de fatiga secesionista que acabe reconduciendo el soberanismo a lo que el Partido Quebequés era antes de 1976, cuando no se proponía alterar la unidad del Canadá. O el soberanismo tan vez vuelva a coger fuerza y reclama una tercera consulta. En tal caso, las normas ahora son muy claras, de una claridad digna de imitación. Todo también es de una naturaleza constitucional distinta a la de España, como ocurre con el caso de Escocia. En cualquier caso, de la ley a la ley acostumbra a ser un uso establecido de las democracias serias.