Lo que el coronavirus ha desvelado
Cuando esta pandemia acabe todos acordaremos que no se puede seguir dando pábulo a los que quieren cargarse la democracia
“La crisis de Cataluña planteada así de rastreramente, incluso en unos momentos tan dramáticos, ha perdido tdo ese carácter inquietante que otrora tuvo. El cambio de percepción es radical y completo y, seguramente, irreversible” (José Antonio Zarzalejos, El Periódico, 21-03-2020).
No hay verdad más rotunda que la muerte. El engaño, instalado entre nosotros como lenguaje habitual, nos había permitido ir sobreviviendo en un continuo intercambio de banalidades, construyendo lugares comunes que nos resultaban cómodos, o actitudes políticamente correctas que nos hacían sentir aceptados por los nuestros, pero claro eso era cuando la vida era más fácil, cuando con nuestra charla no arriesgábamos nada.
Era muy fácil aceptar un relato equidistante con la realidad, dejándonos mecer por la plácida consciencia de sentirnos en el centro, un centro imaginario por supuesto, pero era la idea de un centro que nos permitía considerarnos moderados, civilizados, razonables y sobre todo nunca radicales. Es tan violento ser radical, incomoda tanto…
Y es que cuando solo hay en juego una siesta, más o menos placida después de la conversación de sobremesa o el aplauso, más o menos caluroso, por la opinión que sostenemos, siempre es preferible optar por jugar el rol del bueno, el sensato, el templado, el que huye de los extremos porque, en nuestra bien estante vida burguesa, los extremos son un mal en sí mismo.
Así, nos hemos balanceado perezosamente escuchando cómo, hasta las voces más autorizadas, increpaban a los que tomaban partido, sin hacer concesiones, sin querer admitir que “todos tenemos siempre un poco de razón”. Y esos mismos sacerdotes de la convivencia, con mirada indulgente, amonestaban de manera condescendiente a los que no querían, por ejemplo, dialogar con nacionalistas ilícitos y desleales.
Pero ay cuando la muerte, tu muerte, o la de los tuyos, es una amenaza real, incluso una realidad trágica e inesperadamente cumplida, entonces no estamos para tonterías.
Ya no importa tanto nuestra imagen, al menos a la mayoría, ya sólo importa nuestra supervivencia y la de nuestros familiares y amigos. La muerte desenmascara imposturas, y pone al descubierto nuestra verdadera condición, y el Covid-19 nos está enfocando a todos y cada uno de manera despiadada y nos revela quienes somos.
Y ahora, cuando algunos tienden a correr desesperados perdiendo la compostura por el miedo, es cuando la imagen es más que una formalidad y nos retrata por completo. La belleza está justo en lo contrario de lo que nos exigen nuestros instintos más primarios, allí donde somos capaces de superarlos, allí donde a pesar de la necesidad, incluso a veces en contradicción con ésta, somos capaces de un gesto.
Los nacionalistas han pasado de una amenaza molesta a ser insignificantes
Un gesto que nos hace humanamente bellos, una imagen que nos regalamos a nosotros mismos cuando actuamos por el bien del otro. Incluso de ese otro que ni tan siquiera conocemos, que no forma parte de nuestra familia, de nuestra tribu, más que como ser humano.
Ese otro que puede llegar a sacarnos nuestra nobleza innata, cuando en la generosidad de la entrega mostrarnos lo mejor de nosotros mismos. Ésta es nuestra única fortuna ahora y la estamos viendo en cualquier rincón de España, todos los días.
Cuando la vida te lleva al limite se caen las caretas y esos rostros, que muchos habíamos visto ya, por cercanía, desgracia, empecinamiento o casualidad, se han hecho visibles para todos.
Y los nacionalistas, narcisistas, xenófobos, sectarios de mirada corta y torva, que se han mostrado como son en cada declaración frente a esta situación tan dramática y global en la que vivimos hoy, han pasado de una amenaza molesta y en gran medida delirante, a ser unos seres insignificantes, a los que va a ser difícil que alguien se tome en serio en el futuro.
Al margen de lo mucho que ellos trabajan diariamente para cavarse su propia tumba, no hay nada más efectivo que el consenso del resto, los constitucionalistas. Ya no estaremos solo unos pocos señalando el peligro que supone los que hablan de democracia engañando a la población, sino que todos acordaremos que no se puede seguir dando pábulo a los que quieren cargársela.
Cuando esta pandemia acabe, cada uno tendrá que volver a la vida, a la rutina, habiéndose visto un pedazo más de alma, ojalá que nos reconozcamos y podamos seguir mirándonos al espejo sin rubor y, en el mejor de los casos, con un poco de orgullo de ser humano.