Lo del alcalde de derechas y la escritora de izquierdas
Fue bastante más triste que sorprendente que la izquierda, cierta izquierda, se empeñara en nombrar a Almudena Grandes Hija Predilecta de Madrid cuando murió, mientras la derecha, cierta derecha, se negaba de plano. Son situaciones siempre culturalmente incómodas: ¿Qué tiene un Hijo Predilecto que no tengan los que no lo son?
Voto a bríos que Almudena Grandes fue en vida, y evidentemente sigue siendo después de fallecer, un personaje complicado. Mucho. Nadie con dos dedos de frente y de lecturas puede negarle un aliento literario excepcional, una potencia galdosiana para torear grandes masas de ficción real como la vida misma.
Nos ha dejado libros y faenas deslumbrantes. La última vez que la vi en persona, me estremecí oyéndola hablar del Quijote y de sus lecturas de juventud, conmovedoramente parecidas a las mías. También me conmovió ver que las dos dábamos una importancia crucial a esa escena de la película La princesa prometida donde un caballero español repite una y otra vez: “Hola, soy Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre…prepárate a morir”. Quien sepa de qué hablo, no necesita más. Quién no lo sepa…bueno, le quedan mundos como soles por descubrir.
Y luego estaba la cara B de Almudena Grandes, caracterizada a su vez por un profundo y desacomplejado sectarismo. La última vez que la vi en persona, antes de estremecerme oyéndola hablar del Quijote, se me pusieron los pelos de punta al presenciar con qué desparpajo defendía en público ciertas purgas en el Instituto Cervantes ordenadas por su señor marido, el poeta Luis García Montero, nada más llegar a la dirección del mismo: “Tuvo que echar a este, a aquel, al otro y al de más allá, todos del Opus”. Punto pelota.
Nunca he sabido si era verdad o simple maledicencia la especie de que, de Despeñaperros para abajo, no se movía un premio literario o ni siquiera una beca que no contara con el visto bueno de la pareja García Montero-Grandes. Es verdad que el mundo cultural español, donde son muchos los llamados y pocos los elegidos, hierve de calumnias. Sí puedo decir que cuando tenías a Almudena Grandes enfrente, te lo creías. Te creías que fuese capaz de pasar por las armas de las letras a cualquiera al que considerara desafecto.
Fue sonado su choque con otro escritor oficialmente de izquierdas, pero de talante y temperamento mucho más conciliador y moderado, Antonio Muñoz Molina, a propósito de la Madre Maravillas, una religiosa canonizada en 2003 y a la que el presidente del Congreso en 2008, el socialista y a la vez católico José Bono, quiso dedicar una placa en dependencias parlamentarias -a propuesta del PP- pero tuvo que recular ante las protestas de toda la izquierda y de su propio partido.
A Almudena Grandes le faltó tiempo para tomar eso mismo, partido, con una columna llena de un humor anticlerical tan negro, que no vaciló en utilizar unos escritos de la canonizada –“Déjate mandar. Déjate sujetar y despreciar”- como claro indicio de inclinación al sadomasoquismo. “¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y -¡mmm!- sudorosos?», remató el chiste la Grandes.
Muñoz Molina la acusó de frivolizar con las violaciones y asesinatos de monjas durante la guerra civil, y concluyó dándole un repaso. Los escritos de la Madre Maravillas, lejos de predicar la sumisión de ninguna mujer en un sentido literal, predicaban la entrega del alma en la línea mística de San Juan de la Cruz y de Teresa de Jesús.
Es la clase de patinazo/bochorno en que una persona obviamente inteligente, bien leída y mejor escrita sólo puede incurrir cuando la ciegan ciertos sentimientos de revancha y hasta odio. Aliñados con no poca prepotencia. Los caracteres fuertes tienden a avasallar a unos por lo mismo que enamoran a otros: por la tremenda.
Esta prepotencia no es patrimonio exclusivo de nadie (la mala leche, para quien se la trabaja…), pero cierta y estadísticamente, en este país es bastante privativo de cierta izquierda. No de toda, pero sí de la más detonante, intransigente, obtusa y, por momentos, intratable. La misma de la que abominaba Manuel Chaves Nogales, y en general cualquier persona sensata que, tenga las ideas que tenga, no esté por perder la razón y la cabeza. Me gusta pensar que el inmenso éxito de Almudena Grandes y de sus muchos y muy vendidos libros se debía a las virtudes de su obra, no a ese mal carácter que la autora podía exhibir ante cualquiera que ideológicamente la contrariara.
Tengo mis dudas, claro. Sin duda fue bastante más triste que sorprendente que la izquierda, cierta izquierda, se empeñara en nombrar a Almudena Grandes Hija Predilecta de Madrid cuando murió, mientras la derecha, cierta derecha, se negaba de plano. Son situaciones siempre culturalmente incómodas: ¿Qué tiene un Hijo Predilecto que no tengan los que no lo son?
Los defensores de esta “canonización” municipal de la Grandes podían mirarse en el espejo de Benito Pérez Galdós, que también murió entre el fervor popular y cierto desprecio oficial. Claro que el caso de don Benito era muy diferente: políticamente e ideológicamente, a él le sobró la matizada ambigüedad y humanidad, la capacidad, en definitiva, de ser de todos y de nadie, que no era precisamente el atributo más destacado de Almudena Grandes.
Y de repente nos encontramos con que el alcalde de Madrid, el pepero -que no es siempre lo mismo que popular…- José Luis Martínez-Almeida, se aviene por fin a hacer a Almudena Grandes Hija Predilecta, pero sólo se aviene a ello en el marco de un pacto presupuestario con una facción escindida de Más Madrid. Y además va y lo cuenta: “Almudena Grandes no merece ser Hija Predilecta de Madrid, pero he sacado unos presupuestos que son buenos para los madrileños”. Hala. Al minuto siguiente ardía Twitter, llamando al alcalde mezquino, asqueroso y no sé cuántas cosas más.
¿Mi opinión personal? Pues yo creo que el señor alcalde de Madrid se ha equivocado y mucho. Por lo que ha hecho, y por cómo lo ha hecho. Porque, teniendo delante de las narices una magnífica oportunidad de cuestionar o por lo menos matizar la pretendida superioridad moral incontestable de la izquierda dogmática, va y la refuerza. Va y les da la razón.
Y es que una de dos: si crees que es inaceptable que Almudena Grandes sea Hija Predilecta de Madrid a pesar de su evidente popularidad y de la constante presencia de la ciudad en su obra, si crees que su sectarismo la inhabilitaba para semejante honor, pues vas y mantienes el punto. No te la envainas por sacar adelante unos presupuestos. Haciendo eso, sólo confirmas la ya muy extendida sospecha de que la cultura, o por lo menos, su cultura -no necesariamente la de todos- sólo interesa a la izquierda. Que para la derecha es una cuestión infinitamente menor y eternamente negociable.
Ya me perdonarán, pero, sobre el papel, dice mucho más en favor de Más Madrid que estén dispuestos a sacar adelante los presupuestos de Almeida a cambio de honores para su Almudena Grandes, que la transacción opuesta. Es aquello tan español de los barcos y la honra…
Sorprende, por lo demás, que un político habitualmente tan ponderado y atinado como Almeida no diese con la excusa/explicación obvia: bastaba con decir que en esta de nuevo requetecrispadísima España es bueno que haya signos de distensión y de buena voluntad, es bueno que unos hagamos las paces, presupuestarias y culturales, con los otros. Bastaba con aprovechar la ocasión para hacer también Hijo Predilecto de la ciudad a un autor de otra “cuerda”, y tan amigos.
Pero no. Lo que quedará para la posteridad es que los del “no pasarán” han marcado el “gol” de hacer a Almudena Grandes Hija Predilecta torciéndole el brazo y el morro a la “derechona”, a cambio de aprobar unos presupuestos. Es decir: que la batalla cultural la dan siempre los mismos, siempre del mismo lado, siempre con la misma falta de matices. Porque enfrente tienen lo que tienen. Un PP que cada vez elige peor amigos, enemigos…Y prioridades.
Hola, soy Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. ¿Me votas los presupuestos?