Lo de menos con Marruecos fue fallar tres penaltis
La Europa que acoge, da trabajo, escolariza, ofrece un sistema sanitario de calidad y futuro es rechazada por aquellos a los que acoge con los brazos abiertos
En nuestro país viven 5,4 millones de inmigrantes, de ellos 776.000 proceden de Marruecos y a juzgar por las imágenes de las calles el pasado martes por la tarde al finalizar el partido de octavos de final del Mundial de fútbol todos ellos y sus hijos, aunque hayan nacido en España no se sienten españoles.
Lo visto en muchísimas ciudades, casi todas catalanas donde viven muchos marroquís, como Mataró, Barcelona, L’Hospitalet o Terrassa no es solo una celebración futbolística más, refleja una serie de patologías sociales que no son únicas de nuestro país y que ponen de manifiesto que las políticas de integración en Europa han sido un fracaso.
Francia juega sus partidos de fútbol en el Stade de France, un estadio ubicado en Saint Denis, una ciudad en las afueras al este de París en lo que hoy se llaman en el país vecino se llaman despectivamente banlieues. En 2008 un partido entre Francia y Túnez se suspendió porque el público, todo el aparentemente francés, pero de origen norteafricano, silbó la Marsellesa.
Los belgas tras caer en el Mundial, también, frente a Marruecos sufrieron todo tipo de disturbios en barrios de Bruselas. La Europa que acoge, da trabajo, escolariza, ofrece un sistema sanitario de calidad y futuro es rechazada por aquellos a los que acoge con los brazos abiertos.
Para los catalanes constitucionalistas los petardos de los separatistas y los bocinazos de los marroquís les dejaban en una sensación de abandono que abate al más optimista
Los hijos de españoles que durante los ‘60 y lo ‘70 emigraron a Francia, Reino Unido, Alemania o Suiza y se casaron allí, tuvieron hijos y nietos no rechazan los países que los acogieron y les dieron una vida que no podían tener en España. Eso ya no sucede hoy con aquellos que llegan a nuestro país y hacen de nuestra casa la suya.
Especialmente perturbadora fue la noche del martes en Cataluña. Luis Enrique, el polémico exseleccionador, hay algo en lo que no es dudoso y es en su profundo sentimiento español y en su comprensión hacia los catalanes que apoyan a la selección.
Así lo demostró tras el España-Albania, primer partido que España jugaba en Cataluña desde hacía tres lustros y durante el Mundial en el que en diversas ocasiones mostró su agradecimiento a los jóvenes catalanes de la asociación Barcelona por la selección, un grupo de jóvenes estupendos a los que Ada Colau impide ver el partido en mitad de la calle porque es España, si fuera cualquier otro país no habría problema.
Ni han eliminado la cultura y la lengua española de Cataluña ni han conseguido que los marroquís se sientan catalanes
En Cataluña casi mitad de la población independentista deseaba fervientemente la victoria marroquí como antes había anhelado la japonesa, la alemana y la costarricense. Para los catalanes constitucionalistas los petardos de los separatistas y los bocinazos de los marroquís les dejaban en una sensación de abandono que abate al más optimista.
Pero eso tampoco es lo más relevante de lo sucedido el martes por la noche en toda España, y en especial en Cataluña. El nacionalismo catalán desde 1980 ha hecho de la educación, la lengua y la asimilación cultural, forzada si es preciso, y que se resumen en la frase de Pujol “catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña” su principal bandera y el martes aunque ellos, en su odio cegador, no se dieran cuenta se puso de manifiesto su fracaso más absoluto tras 42 años de adoctrinamiento.
Ni han eliminado la cultura y la lengua española de Cataluña ni han conseguido que los marroquís se sientan catalanes. El independentismo ha intentado por tierra, mar y aire convertir en separatistas catalanes a los marroquís residentes en Cataluña, lo ha intentado tanto que incluso hicieron consejero de trabajo a Chakir El Homrani, un sindicalista que tenía por mérito principal su origen.
Por las calles catalanas los hijos de marroquís, nacidos no en Tánger o Rabat sino en el Hospital de Sant Joan de Deu en Barcelona, el Trias i Pujol de Badalona, en el Parc Taulí de Sadadell o en el Josep Trueta de Gerona, educados no en liceos marroquís de Nador o Tetuán sino en escuelas públicas de enseñanza en catalán, solo en catalán y nada más que en catalán.
Como alguna de las cientos llamadas Francesc Macià o Lluís Companys le dijeron al nacionalismo catalán que se vayan a tomar viento mientras el nacionalismo en lugar de frotarse los ojos atónito como el 8 de octubre de 2017 cuando un millón de catalanes salieron a las calles a decir basta de separatismo en este caso lo celebraban por considerar a los marroquís de Cataluña antiespañoles cuando no caen en la cuenta que lo que el fracaso no es de España, que hace años que tiró la toalla en Cataluña, sino de ellos.
Las banlieues han llegado a Cataluña y los independentistas son felices porque creen que pueden dominar esos guetos, los atentados de agosto de 2017 demuestran que eso es falso.