Lluís Llach lo peta
Cuando cunde el desánimo entre el independentismo, Lluís Llach diseña un cóctel músico-político que combina dosis de euforizantes, alucinantes negativos, rejuvenecedores y vigorizantes
Lluís Llach lo peta. Pero, ¿cómo lo peta el compositor y cantante y para quién y para qué lo peta? Vayamos por partes. El vocalista y pianista Lluís Llach –también político con contrato fijo discontinuo y propagandista fijo continuo de la fe nacionalista– lo peta en las dos acepciones que recoge el DRAE: agradar y estallar o explotar.
Lluís Llach y la fiel infantería independentista
Por un lado, Lluís Llach agrada a la fiel infantería independentista. Así reacciona –según recoge la prensa– el espectador durante el último recital del cantante el 18 de diciembre de 2021: “momentos vibrantes”, “momentos emocionantes”, “interpretaciones muy emotivas”, “grandes ovaciones”, “público totalmente entregado”, “levanta al público de su silla”. Un agradar que –habrá que suponer– se repite el 28 de diciembre cuando TV3 –“el emotivo retorno de Lluís Llach”, reza la promoción televisiva– retransmite el concierto en diferido.
Por otro lado, Lluís Llach hace estallar o explotar a la fiel infantería independentista cuando recuerda a los “3.000 perseguidos anónimos” (?), habla de “dar voz a la ciudadanía para consensuar cómo tiene que ser el nuevo país… definid como tiene que ser” (?), lanza consignas contra “la represión” (?), los “golpes de Estado” (¿el piano le devolvió algún reflejo?) y el “creciente discurso del odio (¿de quién?), recuerda a los líderes indultados y en el exterior (?), arremete contra los que “dirán que ahora hay que esperar…no era esto”, cuando halaga al respetable diciéndole que “sois los que de verdad dais miedo” (cosa cierta) o reivindica a los “vencidos de la Guerra Civil”.
Telón de fondo: gritos de “Independencia” y “Puigdemont presidente”. ¿Una casualidad que se aclame a Carles Puigdemont cuando el holograma de Bruselas estaría maniobrando para autonombrarse presidente de la República Catalana en el exilio más allá de ERC y Junts?
Un detalle: el concierto de Lluís Llach se hizo con el objeto de “propagar la existencia” y recaudar fondos del/para el Debat Constituent –“Pensamos Futuro. Debatimos Futuro. Escribimos Futuro”, aseguran en un alarde de modestia–, que se propone sentar las bases de la república catalana. Otro artilugio para mantener el “proceso” y a los procesistas. ¿Quién preside Debat Constituent? Efectivamente, Lluís Llach.
Otro detalle: los organizadores no pidieron el pasaporte Covid a los 16.000 asistentes, no se cumplió con las distancias de seguridad, no se controló el uso de la mascarilla, se permitió la venta de comida y bebida en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Como siempre, ejemplares.
¿Para quién lo peta Lluís Llach?
Ya se avanzó antes: para la fiel infantería independentista. Esto es: para los inasequibles al desaliento que, una vez fracasado el “proceso”, necesitan abundantes dosis de ilusión, esperanza, engaño y autoengaño para llevar a buen puerto la última utopía posible. Necesitan que alguien les diga que no son un vestigio del pasado, sino un activo del presente y un valor del futuro. Necesitan que alguien les diga que no han desperdiciado lamentablemente el tiempo durante los últimos diez años. Necesitan que alguien les alabe aduciendo que son los protagonistas de una de las causas más nobles y épicas del ser humano.
Fracasado el «proceso», los ‘indepes’ más fieles necesitan abundantes dosis de ilusión, esperanza, engaño y autoengaño
En definitiva, necesitan que alguien les instale en una torre de marfil, con sus ficciones y sus teorías esotéricas, para aislarse de toda crítica y proseguir el camino hacia la nada. Así se corre –ilusoriamente– un tupido velo sobre la realidad de un Movimiento/Régimen anacrónico y trasnochado que casa perfectamente con el autoritarismo antidemocrático populista.
Hay más. Lluís Llach también lo peta en beneficio de la progenie independentista –de la cual el cantante forma parte- que querría “volverlo a hacer”. Para ello, resulta imprescindible una fase previa de acumulación de fuerzas. El concierto de Lluís Llach –cargando pilas– forma parte de ello. Y no se fíen de la “moderación” a la carta de ERC.
El cóctel Lluís Llach
En tiempos de fracaso independentista, cuando cunde el desánimo, Lluís Llach diseña un cóctel músico-político que combina –demagogia y populismo de todo a diez, por decirlo en términos politológicos- dosis de euforizantes, alucinantes negativos, rejuvenecedores y vigorizantes.
Esto es:
1. Hay que generar confianza, alegría y optimismo, aunque no corresponda con la realidad (por ejemplo: la implosión del “proceso”).
2. Hay que estimular determinadas percepciones inducidas –el inexistente derecho a decidir– con el objeto de ocultar la realidad –el Estado de derecho tiene el deber y la obligación de “reprimir” cualquier golpe a la democracia– al tiempo que se engaña al “pueblo” previamente en estado de euforia.
3. Hay que rejuvenecer virtualmente a la masa –la canción y la arenga como láser o toxina botulínica– para devolverla ficticiamente a una juventud en la que todo –dicen– es posible.
4. Hay que transferir energía a la masa para que apueste por la acción, aunque se agote por sí misma.
Una invitación épica al combate y la victoria, dirá el nacionalismo verdadero.
El recital de Lluís Llach es lo más parecido a una manifestación nostálgica protagonizada por fracasados, frustrados y náufragos en su camino a una Ítaca que solo existe en la mente del poeta
Un recital –un ritual– de consumo político-emocional que busca aglutinar, cohesionar y movilizar a la fiel infantería independentista alrededor de una fantasía incapaz de aceptar el principio de la realidad, dice quien escribe estas líneas.
El recital de Lluís Llach es lo más parecido a una manifestación nostálgica protagonizada –el público también actúa cuando responde a los estímulos del cantante– por fracasados, frustrados y náufragos en su camino a una Ítaca que solo existe en la mente del poeta. Y sí, la estaca son ellos.
La ontología independentista
El recital de Lluís Llach es la expresión ontológica del “proceso” en sí:
1. Un fanatismo –fanaticus: sacerdote al servicio del templo– impulsado ciegamente por la causa independentista que hace olvidar cualquier otro objetivo.
2. Un egocentrismo concentrado radicalmente en sí mismo que es incapaz de liberarse de las fronteras del yo.
3. Una cruzada en la primera acepción –ligeramente modificada– del DRAE: “expedición contra los infieles, especialmente para recuperar los Santos Lugares, que publicaba el papa concediendo indulgencias a quienes en ella participaran”.
Lluís Llach lo peta. Vaya si lo peta.