Liderazgos compartidos
Cada vez más los barones de los partidos tienen más fuerza y notoriedad, algo habitual en modelos descentralizados de Estado como es el caso de España
Hace ya varias décadas que incorporamos a nuestro debate político el término “barón”. Puede existir una cierta confusión por lo que cada uno de nosotros entendemos por este concepto. ¿Qué significa? Por un “barón” interpretamos a un líder territorial que tiene personalidad propia y acaba participando en los debates públicos con su criterio conveniente. No son propios de un partido u otro. Es decir, tanto Partido Popular como Partido Socialista cuentan con sus propios “barones”. En la actualidad, Presidentes como Alberto Núñez Feijoo o Ximo Puig entrarían dentro de esta categoría.
Su surgimiento no ha sido pacífico. Las organizaciones políticas tratan de preservar su unidad interna como uno de sus bienes más preciados y los barones, en la medida que gozan de cierta autonomía, pueden acabar generando un “ruido” no deseado. Así, en muchos de los debates políticos, los líderes territoriales se posicionan de forma autónoma: ya sea porque defienden los intereses de su comunidad o ya sea porque dentro de su formación no comporten plenamente la línea ideológica.
Estas discrepancias, que suelen acaparar una gran atención mediática, pueden transmitir cierta imagen de división y, por lo tanto, debilitar a la dirección central. La pregunta que algunos se pueden hacer es: ¿Cómo es posible que los líderes territoriales hayan adquirido tanto poder? Cuatro son las posibles explicaciones.
Las propiedades del Estado de las autonomías
En primer lugar, el desarrollo del Estado de las autonomías ha generado competiciones electorales subestatales. Es decir, en la medida que las nacionalidades y las regiones se han ido dotando de instituciones propias (parlamento, gobierno…), se han generado subsistemas de partidos. Estas dinámicas de competición han adquirido “vida propia”.
¿Qué significa esto? Cada comunidad autónoma tiene su propia agenda, sus propios tiempos (muchos de los territorios pueden convocar elecciones con cierta libertad) y sus formaciones políticas correspondientes. De hecho, esta autonomía se ha visto reforzada en la medida que los partidos se han ido “abriendo”. Elementos como las primarias han reforzado esta autonomía subestatal, produciéndose en muchas ocasiones un choque de legitimidades.
Los líderes regionales son elegidos por un cuerpo electoral distinto a los liderazgos nacionales, algo que a veces puede alimentar los conflictos. Cada uno de ellos se deberá a una ciudadanía distinta, cuyos intereses no sólo no serán siempre coincidentes, sino que en muchas ocasiones son contradictorios.
El desarrollo de los líderes autonómicos
En segundo lugar, los líderes autonómicos también han acumulado muchos recursos, especialmente si están al frente de los gobiernos autonómicos. Poseen sus propios presupuestos y sus sistemas mediáticos particulares. Todo ello les otorga no sólo visibilidad, sino también un gran poder. Así, a mayor número de recursos y de visibilidad, su capacidad de autonomía aumenta. Las redes sociales y el cambio tecnológico han agravado esta situación, puesto que han aumentado la autonomía de los liderazgos territoriales. Así, aunque un “barón” no ocupe el poder y esté en la oposición, las redes sociales le permiten tener también una gran visibilidad.
Poca cooperación entre Estado central y autonomías
En tercer lugar, uno de los déficits de nuestro estado de las autonomías es que los mecanismos de cooperación casi no existen. El Senado no acaba de cumplir con ese papel, como sí que sucede en otros sistemas federales como el alemán con el Bundesrat.
Las conferencias sectoriales o la Conferencia de Presidentes se convocan según criterios del gobierno central, algo que provoca una cierta arbitrariedad. En el seno de los partidos, la evolución es en esta misma dirección. En la medida que las primarias se están extendiendo como mecanismos de selección, los órganos internos de representación se debilitan. La relación entre los liderazgos y la militancia pasa a ser directa, algo que implica un debilitamiento de todos los instrumentos dentro de las formaciones políticas que podrían ayudar a una mayor cooperación interna.
Por lo tanto, ya sea por el diseño institucional del estado de las autonomías como por la evolución interna propia de los partidos, apenas existen mecanismos de cooperación, algo que provoca un aumento de la autonomía de los “barones”.
Las debilidades del los liderazgos nacionales
En cuarto lugar, si hay algo que se observa de forma sistemática es que a mayor debilidad de los liderazgos nacionales, mayor autonomía para los líderes territoriales. Es decir, cuando el poder central está en una situación de fragilidad, aumentan las posibilidades de vida propia por parte de los barones.
En definitiva, los líderes territoriales han ido adquiriendo una gran autonomía a lo largo de las últimas décadas, como resultado de la evolución de nuestro sistema autonómico y de la organización interna de los partidos. A esto habría que añadir situaciones coyunturales de debilidad por parte del poder central. No obstante, tampoco debería sorprendernos en exceso esta situación.
Vivimos en un estado muy descentralizado. Así lo elegimos en nuestra Constitución de 1978, abriendo la posibilidad a todo el desarrollo normativo que se ha ido produciendo después. De hecho, muchas de las cosas aquí descritas se observan en otros sistemas federales. Seguramente, a lo que debemos acostumbrarnos es a los liderazgos compartidos.