Líbia, otro fracaso de la diplomacia

 

La operación militar internacional contra el régimen del líder libio Muamar el Gadafi ya ha empezado. Se realiza bajo el paraguas de una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y cuenta con el apoyo, algo extraño o cínico, de la Liga Árabe. La intervención viene precedida de una decisión del Tribunal Penal Internacional por la que se imputaban al extravagante coronel crímenes contra la humanidad y después de que numerosos países decidiesen congelar los bienes que pudieran pertenecer directa o indirectamente al dictador africano o a su familia. Por si faltara algo para que se apretara el botón definitivo, ayer mismo Gadafi parecía disfrutar con una nueva provocación cuando a la vez que declaraba el alto el fuego sus tanques abrían fuego contra los rebeldes que resistían en Bengasi, la segunda ciudad libia.

Lo primero que habría que decir es que la intervención militar en sí supone de entrada el fracaso de la diplomacia europea.
Cuando para impedir que se masacre a civiles, cuando para poner fin a otro dictador loco y a su prole de cleptómanos se ha de poner en marcha la maquinaria de guerra, no queda más remedio que admitir que han fracasado con anterioridad muchas cosas. Especialmente, la inteligencia para conocer con una cierta antelación el posible estallido de conflictos y la política para implementar instrumentos de presión que disuadan al bárbaro de seguir por un camino sin retorno.

Al menos, en este caso estamos ante una operación formalmente legal, o como poco más legal que otras que se han realizado en los últimos tiempos, entre las que habría que destacar Kosovo o Irak. Una legalidad que se apoya en la doctrina cada vez más aceptada de injerencia humanitaria, el derecho a intervenir en cualquier parte del mundo para evitar matanzas de civiles.

El problema es quién tiene la autoridad para definir cuándo y cómo debe ejercerse ese derecho. El que la Liga Árabe apoye la intervención en Libia es un puro sarcasmo y habrá que hilar muy fino para explicar por qué Libia sí y, en cambio, no se toma en consideración la posibilidad de actuar en Bahrein o en Yemen. De la misma manera que resulta hoy en día bastante confuso y difícil de definir qué es una intervención humanitaria. ¿Cómo aplicaríamos ese concepto, por ejemplo, a lo que está ocurriendo en el conflicto entre Israel y los palestinos?

Pero como la discusión sobre estos términos no impediría que la aviación fiel a Gadafi y los milicianos, especialmente chadianos, siguieran diezmando a todos aquellos que se han alzado contra el autócrata, desde un punto de vista puramente humanitario hay que felicitarse de que un grupo de países haya logrado un acuerdo de las Naciones Unidas y con salvoconducto en la mano hayan puesto en marcha una operación cuyo fin es exclusivamente impedir los ataques contra la población civil y asegurar el fin de las acciones bélicas en el país norteafricano. El Reino Unido, Francia, los Estados Unidos, España… han dado el paso adelante que seguramente había que dar, algo tarde pero al fin lo han dado. Sin embargo, la comisaria sustituta de Javier Solana deberá explicar en algún momento cuál ha sido su participación en este asunto.

Ahora, una vez puesta en marcha la operación militar para frenar las acciones criminales de Gadafi, es urgente que los políticos se pongan manos a la obra para avanzar en la construcción de un nuevo orden internacional. Un nuevo contexto en el que los difusos conceptos en los que se apoya la intervención contra el dictador libio se definan de manera clara y no en función de los intereses de turno de las potencias dominantes. Es urgente que se definan unos parámetros democráticos en los que deberían basarse a partir de ahora las relaciones internacionales, unas relaciones que potencien los derechos humanos más que las cuentas de resultados de determinadas multinacionales cuanto resulten incompatibles, lo que no tendría necesariamente por qué ocurrir.

Sólo así, si avanzáramos decididamente en esa línea, evitaríamos la sospecha de que nuestra acción la guía una doble moral que desprecia las aspiraciones y valores de los pueblos y no caeríamos en espectáculos tan bochornosos como los protagonizados por aquellos líderes que han ordenado hoy a sus ejércitos actuar en Libia y hace apenas unas semanas reían las gracias poco graciosas del coronel Gadafi y su jaima itinerante.