Libertad y poder en tiempos de pandemia
Con la aparición de una enfermedad temible, los ciudadanos aceptan que los gobiernos ejerzan mayor control sobre sus vidas. Y los regímenes abrazan el nuevo «corona-poder». ¿Cuánto durará?
En momentos en que acecha una amenaza nacional, la gente acude al gobierno en búsqueda de protección y está dispuesta a concederle poderes más amplios a cambio de ello. Esta es una norma sencilla que las primeras reacciones del mundo frente a la pandemia de la Covid-19 han confirmado completamente. Ante la aparición de una enfermedad nueva y temible que por el momento se estima que ha contagiado a diez millones de personas en todo el mundo y ha causado la muerte de cientos de miles, los ciudadanos de todo el planeta han aceptado que los gobiernos ejerzan un mayor control sobre sus vidas. Regímenes políticos de todos los tipos han asumido nuevos poderes en un fenómeno que se ha denominado «corona power grab (acumulación de poder en el coronavirus)».
Sin embargo, la probabilidad de que la Covid-19 siga suponiendo una amenaza mundial durante cierto tiempo significa que será difícil poner un punto final claro; siempre se podrá argumentar que se necesitan los poderes de emergencia para prevenir una nueva oleada
Uno de los casos más notorios se ha producido en Hungría, donde el primer ministro Viktor Orbán ha utilizado el control que ejerce sobre el parlamento para adoptar en marzo una ley que le permite gobernar por decreto y convertir en un delito castigado con penas de cárcel la difusión de información falsa o que provoque disturbios. La ley húngara de emergencia ha sido blanco de muchas críticas principalmente por su carácter indefinido, al no existir ninguna exigencia para que el parlamento la revise o la renueve. Pero son muchos los países en los que se han adoptado diferentes formas de leyes de emergencia. Según el Centro Internacional para la Ley sin Fines de Lucro, 87 países están aplicado actualmente leyes de emergencia como respuesta al virus.
Algunas de las medidas de emergencia más restrictivas se han tomado en el Sudeste Asiático. Por ejemplo, en abril Camboya aprobó una ley que permite al Gobierno vigilar comunicaciones y controlar a los medios. En Oriente Medio, Israel ha llamado la atención al autorizar a su servicio de seguridad interno, el Shin Bet, a rastrear el movimiento de las personas sospechosas de estar contagiadas. En Europa, el parlamento británico otorgó al Gobierno el poder de detener y aislar a personas potencialmente contagiadas, mientras que el Gobierno francés ha obtenido poderes para limitar libertades civiles por decreto sin precisar la aprobación del parlamento. La proliferación de medidas similares en todo el mundo ha llevado recientemente a un grupo de antiguos funcionarios públicos y activistas de los derechos humanos a advertir de que la Covid-19 es «una crisis política que amenaza el futuro de la democracia liberal».
La mayor parte de estas medidas tienen un plazo limitado y exigen que el poder legislativo evalúe si siguen siendo necesarias antes de renovarse. Sin embargo, la probabilidad de que la Covid-19 siga suponiendo una amenaza mundial durante cierto tiempo significa que será difícil poner un punto final claro; siempre se podrá argumentar que se necesitan los poderes de emergencia para prevenir una nueva oleada. Y hay países en todo el mundo que están desarrollando o adquiriendo aplicaciones de telefonía móvil diseñadas para alertar de los contactos recientes de las personas contagiadas.
Sin embargo, a medida que la enfermedad ha ido progresando, ha quedado claro que sus consecuencias políticas son más complicadas que una mera reducción de los derechos democráticos liberales. En muchos países ha surgido cierta tensión entre la necesidad de restringir libertades en aras de la salud pública y la urgencia de volver a poner en marcha economías muy golpeadas por los confinamientos. A menudo, los movimientos nacional-populistas de derechas en gran medida asociados a una agenda antiliberal se han alineado con la necesidad de reabrir la sociedad en lugar de mantener las restricciones. Esto se ve más claramente cuando tales grupos se encuentran en la oposición, como la Liga en Italia, el Partido por la Libertad (PVV) en los Países Bajos y Vox en España. Pero, en Estados Unidos, el presidente Trump también ha ejercicio mucha presión para reabrir la economía y ha alentado movimientos de protesta contra determinadas medidas recomendadas por sus propios asesores. La cultura política del populismo iliberal implica estar dispuesto a combatir las restricciones basadas en evidencias en nombre de la salud pública que atentan contra las oportunidades económicas de las personas.
Los estudios del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores demuestran que, en Europa, se ha difuminado la confianza inicial que las personas tenían en sus gobiernos. En junio, más europeos habían perdido la fe en la capacidad de actuación de su gobierno que los que habían pasado a ser más partidarios de su intervención. Es probable que esto reduzca la predisposición popular de aceptar restricciones impuestas por los gobiernos. En Hungría, Orbán sorprendió a algunos analistas al anunciar el final de los poderes de emergencia, aunque esto no signifique un regreso al liberalismo sino a la norma iliberal que existía en Hungría antes de la pandemia.
Por todo el mundo, algunos de los líderes iliberales más prominentes en países tanto democráticos como autoritarios han gestionado de manera torpe la pandemia y, como resultado, han visto cómo caía su popularidad: este parece ser el caso de los Estados Unidos, Brasil y Rusia. A medida que la enfermedad se expandía, algunas personas temían que los regímenes autoritarios pudieran dar una respuesta más efectiva, lo que menoscabaría la credibilidad de los sistemas democráticos. Sin embargo, las cosas no han funcionado así: de hecho, los regímenes con sistemas de gobierno efectivos que gozan de la confianza de su población, sean o no democráticos, han cosechado un mayor éxito a la hora de limitar los daños provocados por la Covid-19.
Seis meses después de que el mundo comenzara a prestar atención al coronavirus, han aparecido tendencias políticas contradictorias. La pandemia ha traído miedo y ha sometido a las sociedades a una gran presión, pero todavía queda por analizar las consecuencias para la legitimidad de diferentes sistemas políticos y el futuro de la responsabilidad y el control gubernamentales.