La leyenda del indeciso
El indeciso informado, consciente y preocupado por el futuro del estado-nación no existe más que en los sueños de algún opinador poco leído
A escasos tres días de que los españoles vayamos a las urnas y dadas las crecientes y cada vez más desesperadas invocaciones de algunos partidos políticos a la participación masiva de esa ignota y evanescente especie que ellos llaman indecisos en los próximos comicios, una categoría social de cuya concurrencia a las urnas esperan un inesperado vuelco de proporciones homéricas, considero urgente poner mi granito de arena para desarticular uno de los mitos más estúpidos de todos que componen el imaginario electoral patrio: La leyenda del indeciso
El indeciso, según esta nueva taxonomía parda, sería algo así como un ilustrado decimonónico de empolvada peluca que, rodeado de mapas, legajos y sesudas obras de filosofía política y teoría del estado, subraya los pasajes más brillantes de los programas de cada partido político tras su segunda y comprensiva lectura y traduce los mismos a cifras mientras trata de discernir cuál de ellos es el que mejor puede resolver los muchos males que aquejan a la patria.
Pues bien, la primera noticia que tengo que darles es que ese indeciso informado, consciente y preocupado por el futuro del estado-nación no existe más que en los sueños de algún opinador poco leído.
El indeciso realmente existente, que diría un viejo marxista, es muy otro, y vendría a ser más bien una persona fundamentalmente desideologizada, alejada de los medios de comunicación, alérgica a la política y cabreada con que el presidente del gobierno haya hecho volver a su cuñado Paco a ejercer como vocal de mesa el día 23, con lo bien que se lo estaban pasando ellos en Torrevieja jugando al Mus todas las tardes.
Una persona que esta mañana no se ha leído los editoriales de los medios ni ha escuchado las tertulias de la radios, que afortunadamente para su salud mental no tiene cuenta de Twitter y que el sábado por la noche, mientras se toma la última a en una terraza de esas que tienen sillas de plástico sin su cuñado Paco, que el pobre ha tenido que volverse a Alcorcón a pasar el día sentado en un colegio electoral, tomará dos decisiones:
1.- Si va a ir a votar o se va a quedar en su casa soportando la previsible resaca
2.- Si en caso de acudir al colegio va a coger la papeleta del PSOE, como casi siempre, o si se decide esta vez por la del PP.
Dos decisiones en las que por cierto tendrá mucho más peso lo que opinen los amigos con los que se está tomando un ron-cola en copa de balón y mucho hielo que los trackings, el apartado del programa electoral relativo a la política fiscal o la crónica bruselense trucha de Vidal Folch.
Y un aviso final para navegantes, el voto de estos supuestos indecisos jamás ha servido en nuestra historia democrática para vencer a la mano invisible de las tendencias mayoritarias expresadas en las encuestas, más bien al contrario, su participación masiva siempre ha terminado reforzando a quien iba por delante en las mismas.