Leonard Carcolé: el agua a precio de oro
Reclama un hito en la memoria del agua. Él convierte la vida en número y quien se acerca a su entorno profesional recibe una ráfaga de contabilidad financiera. Leonard Carcolé, el director del ACA (Agencia Catalana de l’Aigua) inventó un cálculo del canon y una gestión del IVA que empobrece a las distribuidoras. Posiblemente, su fórmula retribuirá mejor la inversión del mercado regulado pero, de momento, encarece la tarifa y enmaraña el subsuelo.
Sabe que el poder es arbitrario. Lo primero que hizo tras decidir la polémica privatización de Aguas del Ter Llobregat (ATLL) fue entrevistarse con Ignacio González, vicepresidente del Canal de Isabel II y actual presidente de la Comunidad de Madrid. Le ofreció una cabeza de puente al enemigo a condición de borrar el estigma de cualquier sospecha.
Se pasó de bando para definir tal vez su propia identidad, pero profanó su templo al verse reflejado en el espejo del agua con el rostro de José Manuel Entrecanales, presidente de Acciona, la adjudicataria de una privatización que salvó la paga de muchos funcionarios a cambio de la fragilidad en el suministro.
Cubre el territorio palmo a palmo, aunque lo hace con demasiada celeridad, desde el confortable chasis de su Porsche plateado. Es un ingeniero de Caminos, Canales y Puertos que se aficionó a la res pública en Tarragona. La bella ciudad romana, guiada durante décadas por el compromiso CiU-PP, es un entorno dulce en el que los Carcolé habitan el flanco conservador.
El director del ACA empezó en Citeco una inmobiliaria de su familia autora de una gran urbanización en Els Palleresos, lindante con Tarragona. El entonces alcalde, Joan Miquel Nadal, tuvo que trazar una tangente prevaricable para permitir la conexión gratuita del alcantarillado de esta urbanización -conocida popularmente como Els Carcolers– con la red de saneamiento de su ciudad. Así se doctoró en embelecos; ahí cristalizó su propensión al vértigo.
Desempeñó el cargo de consejero delegado en Ematsa (la suministradora de Tarragona) y, a partir de 1998, destacó en la estructura organizativa de Aguas de Barcelona. Pero desde su nombramiento en la agencia, Carcolé practica un implacable abrazo del oso sobre su antigua empresa, con medidas como el desmesurado aumento del canon, el incremento de las tarifas o la exclusión de Agbar de la desalinizadora de El Prat.
Su concierto desconcierta. Las distribuidoras reunidas en la Agrupación de Servicios del Agua de Cataluña le consideran el pródigo descastado. A menudo, le recuerdan su anhelo vindicativo de los años en los que él presidió esta sectorial.
En la privatización de ATLL, Carcolé rompió el molde: definió la imagen del enemigo (Canal de Isabel II), construyó su argumentario (Acciona) y finalmente obligó a su víctima (Agbar) a reconocerse en esa imagen. Es un viejo esquema tiránico en el que el reo se convence a sí mismo de su falsa culpabilidad.
Todo encajó (especialmente la oferta de Acciona en las arcas vacías de Mas-Colell) salvo en un detalle: el suministro del área metropolitana de Barcelona, con cinco millones de personas. Un mercado de 640.000 hectolitros diarios había sido encomendado a una empresa, Acciona, cuyo principal cliente hasta aquel momento era la ciudad de Cáceres (apenas 20.000 hectolitros).
ACA es sinónimo de desapego e incertidumbre regulatoria. El entorno de la agencia se diluye tras haberse desprendido de las asociaciones cívicas y de los sindicatos, que pertenecían a su consejo con voz pero sin voto.
Empresas como Aguas de Sabadell, Aguas de Terrassa, Aigües de Manresa o Aqualia (suministradora de Lleida controlada por FCC) y otras incluso más pequeñas se quejan de desamparo. El modelo Carcolé ha convertido a los protagonistas en meros figurantes.
Su versión del IVA ha licuado la recaudación, ha perjudicado a los ayuntamientos y le ha transferido a Montoro 100 millones de euros en apenas un año sin pasar por la Hacienda catalana. Todo ello le granjea la desconfianza nada recomendable de su colega Felip Puig, el politécnico que gestiona el departamento de Empresa.
Las distribuidoras cotizadas se miran el asunto con estupor, mientras que las pequeñas incurren directamente en pérdidas. En algunos casos, el usuario soporta subidas en las tarifas de más de un 30%. Y todo por la pasión del dato: ha reducido en 264 millones la deuda bancaria de ACA (sobre los 1.368 millones de deuda global en el momento de su nombramiento); ha obtenido un superávit de 106 millones frente a un déficit anterior de 54; ha puesto en funcionamiento 50 nuevas depuradoras y ha revisado el Distrito de la Cuenca Fluvial de Catalunya.
Es un genio del Ebitda más que del fluido pero, en honor a la verdad, hay que reconocer que Carcolé ha sacado de la quiebra a la entidad que construye infraestructuras, canalizaciones, depuradoras y desalinizadoras. Sus sabias decisiones contables recaen sobre la espalda del usuario y, a menudo, son fuente de ineficiencia.
Pese a todo, él señorea pantanos y festonea canales. Su estilo recobra el viejo sello de la autoridad civil en los tiempos de Agapito Ramos en el canal de la Reyna, en los embalses pirenaicos de Victoriano Muñoz o en los acuíferos de Mariano Calviño. Las cuencas centrales catalanas no tienen el fulgor del Jordán ni la tristeza devastada del Tigris, pero bastó que un día el ministro Miguel Arias Cañete anunciara un nuevo plan hidrológico dotado de trasvases “solidarios” para que se encendieran todas las alarmas. El agua habla de soberanía territorial, pero también de reparto; es un derecho natural, un bien deseconómico, aunque los manejos del ACA conviertan su precio en oro.