Lecciones del brexit
Tanto para el Reino Unido como para la Unión Europea, el acuerdo de salida es, dentro de las aciagas circunstancias, la mejor solución posible
Inglaterra alumbró la primera y la más perdurable democracia de la historia. Desde la Revolución Gloriosa de 1688, son más de tres siglos de pluralismo y de instituciones parlamentarias inclusivas. Ante todo, pues, admiración y respeto por una continuidad histórica capaz de superar innumerables avatares sin cuestionar jamás las vías democráticas.
Ciertamente, la disyuntiva actual es una de las más serias a las que se han enfrentado los británicos. Abandonar la Unión Europea es algo de por sí duro y peligroso. Hacerlo no ya sin consenso interior sino con irreconciliable disenso resulta todavía más traumático.
Nadie en el Reino Unido se opuso a los referéndums porque todo el mundo entendió que no había mejor forma de resolver el conflicto
Hay quien culpa al premier David Cameron por haber cedido a las presiones que demandaban la salida mediante un referéndum. Lo convocó a rebufo del éxito obtenido antes en el de la independencia de Escocia. Cameron se la jugó dos veces. En la primera ocasión ganó. En la segunda pensaba ganar pero perdió y asumió las consecuencias con su pronta dimisión.
Cameron no es culpable. Las tensiones dentro de la sociedad, las disyuntivas y las bifurcaciones eran preexistentes. Nadie en el Reino Unido se opuso a los referéndums porque todo el mundo entendió que no había mejor forma de resolver dilemas transcendentales.
Del mismo modo que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos conocidos, un referéndum, a pesar de los enormes riesgos que comporta, es el menos malo de los métodos para tomar un camino en las bifurcaciones fundamentales. La democracia consiste en debatir, votar y respetar luego el resultado.
Solo un referéndum puede borrar otro referéndum
Al observar las dificultades para aprobar el acuerdo de salida, cada vez son más las voces que reclaman un segundo referéndum, de rectificación del primero. El último en hacerlo has sido el líder de la oposición Jeremy Corbyn. Acierte o se equivoque, el pueblo es soberano. Sólo un referéndum puede borrar otro referéndum.
Tanto para el Reino Unido como para la Unión Europea, el acuerdo de salida es, dentro de las aciagas circunstancias, la mejor solución posible. Que hasta el momento Theresa May no haya conseguido que el Parlamento le ratifique el pliego de condiciones pactado tras arduas negociaciones indica que el referéndum, en vez de zanjar la cuestión, la ha saldado en falso.
Por parte de los responsables de la Unión, la firmeza en los principios y la flexibilidad en sus aplicaciones han presidido las negociaciones. Una vez asumida sin rechistar la voluntad británica de divorcio, el objetivo ha consistido en minimizar los daños al proyecto común.
Es un duro golpe para un proyecto que hasta el referéndum del brexit no había hecho más que sumar voluntades e incorporar países, pero hay que encajar también los reveses, asumirlos del mejor modo posible.
Las adversidades sobrevienen, de cada cual depende se cómo se encajen y Europa ha encajado bien el brexit. En este punto, la unanimidad ha sido total, puesto que de otro modo el acuerdo no se habría cerrado. Prueba y demostración de madurez.
Ante la falta de mayoría que atenaza a Theresa May, la respuesta europea es una vez más firmeza y flexibilidad. El Reino Unido necesita más tiempo y lo tendrá. Más allá de la idea fundamental del acuerdo entre ambas partes, los que se quedan y el que se va, la actitud Europea es merecedora de todo elogio.
Están son las lecciones del brexit. Un modo singular, no impositivo, maduro e incluso caballeresco de incorporar las contrariedades minimizando los enfrentamientos, negociando sin descanso para llegar a pactos, si no satisfactorios sí por lo menos asumibles. Los británicos no pueden tener queja de sus colegas continentales.
Fuera de Europa hace mucho frío
Europa ha dado y se ha dado una lección de prudencia, de buen tino, de conciliación de intereses. No es win–win sino lost–lost, pero la actitud de mano tendida es el mejor modo, el más civilizado, de superar las contrariedades. Las economías están muy entretejidas y así seguirán ocurra lo ocurra.
Ante la firmeza conciliadora de la Unión, en el Reino Unido avanza la convicción de que fuera de Europa hace mucho frío. Tal vez demasiado. La idea de insularidad, unida al orgullo y el tesón británicos, propició un resultado inesperado y contraproducente del referéndum.
Al final, se consumará o no el brexit, pero los lazos que unen a la Gran Bretaña con Europa no se van a desatar y menos a destruir. Tampoco habrá grandes damnificados. Ya lo verán.