¿Lecciones de Castro? Sin libertad no hay nada

El mundo camina en las últimas décadas hacia un peligroso modelo. Se ha implementado en China, con un régimen de capitalismo de Estado, que ofrece seguridad, y mejoras económicas a una clase media que va creciendo a cambio de la renuncia a los derechos políticos.

El país que ha sabido llevar esa máxima al más alto grado es la pequeña ciudad-estado de Singapur. Protección al ciudadano, con servicios, con grandes atenciones, pero con la exigencia, –aceptada por la población—de no intervenir en las cuestiones públicas. ¡Que a nadie se le ocurra reclamar una democracia a la occidental!

El padre del estado de Singapur fue Lee Kuan Yew, fallecido en 2015. El crecimiento económico del país nadie lo pone en duda. Otra cosa es el respeto por la libertad. Al señor de Singapur se le atribuye el siguiente comentario, poco antes de dejar el poder: «Si no hubiéramos intervenido en la vida de la gente: cuál es tu vecino, cómo vives, qué ruido hacer, cuándo escupes o que lenguaje utilizar, no estaríamos donde estamos'».

Ese pensamiento –pisotear al individuo— ha imperado en gran parte del siglo XX que, para muchos historiadores, podría haber acabado realmente con la muerte de Fidel Castro. El Comandante Fidel ha sido uno de los grandes referentes de la izquierda, porque ofreció educación y sanidad a los cubanos, y les liberó del dictador Batista.

Pero Castro se olvidó de que todos los cubanos se dotaran de un régimen democrático, de que pudieran gozar de la libertad individual que sí disfrutaban los intelectuales occidentales que alababan su modelo.  Y eso, –esa es la gran equivocación de esa izquierda—lo es todo, está por encima de todo: la Libertad.

Cualquier juicio al régimen cubano, y a la figura de Fidel, no puede obviar la influencia de Estados Unidos. La pregunta que ya no se podrá responder es si en algún momento, años después de la revolución cubana, los dirigentes cubanos pudieron llevar el país hacia un modelo democrático que hubiera respetado al individuo, pero quisieron mantener el poder con la excusa del bloqueo.

La tentación totalitaria no se instaló únicamente en los países latinoamericanos. Al margen del modelo propio que representa por sí solo China, los fundamentalistas de la innovación también apuestan por limitar esas libertades.

Donald Trump cuenta con uno de ellos en su equipo de confianza. Se trata de Peter Thiel, el fundador de PayPal, y uno de los gurús de Silicon Valley. Considera que la dinámica de la economía precisa de mecanismos políticos más sencillos, que la democracia es ya un impedimento, un engorro insufrible. Y pide que alguien sepa liderar al conjunto de la sociedad. Esperemos que Trump –aunque el propio sistema norteamericano lo impide—no le haga caso.

El problema es que se entienda que por diversas razones –seguridad, valores ancestrales, innovación económica—la libertad individual ya no tiene sentido. Y debería ser, en cambio, el objetivo más preciado, el fin más perseguido. Deberíamos tener asumido, tantos años después, las enseñanzas de los maestros, de autores como John Stuart Mill. Al margen del contexto –inglés, siglo XIX—sus palabras siguen resonando:

 «La única libertad que merece este nombre es la buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale más beneficiada consintiendo a cada cual vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás». (Sobre la Libertad –Alianza Editorial)