Le Pen o cuando los extremos se atraen

Con motivo de la campaña electoral de 2012, Marine Le Pen, publicó el libro Pour que vive la France (Broché). El planteamiento de Le Pen en ese libro era sorprendente, porque se parecía bastante al discurso de la extrema izquierda, como ya comentó Eric Dupin en “La piruetas de Le Pen”, citándola a ella: “el ultraliberalismo no es más que la ideología de una clase dominante internacional globalizada”, la “nueva aristocracia” de la que convendría deshacerse lo antes posible. Eso mismo podría haberlo escrito Pablo Iglesias o Jean-Luc Mélenchon hablando de la “casta” o la “trama”.

Para Le Pen, derecha e izquierda tradicionales —Los Republicanos y el Partido Socialista— compartirían “una nueva ideología mundialista emanada del capitalismo ultraliberal, al servicio de los intereses de una oligarquía”. Ese tipo de discursos está cuajando en todo el mundo. Lo reconocía Sylvie Kauffmann, editorialista de Le Monde, a la mañana siguiente de la primera vuelta de las elecciones: de los 11 candidatos, 8 eran contrarios a la UE y entre todos atrajeron al 49,6% del electorado desde posiciones de derecha o de izquierda. Sólo Macron supo combinar el patriotismo francés con el europeísmo desde el centrismo.

Le Pen apela sin temor a autores de los que difícilmente podría decirse que tienen algo en común con ella y su derechismo. Philippe Askenazy es citado en dos ocasiones por su Manifiesto de economistas aterrados, un documento redactado en 2010 por él y otros economistas de izquierdas que causó mucho furor entre los altermundistas.

Para Le Pen el ultraliberalismo no es más que la ideología de una clase dominante internacional

Le Pen utilizaba, también, dos obras de Serge Halimi, el editor de Le Monde diplomatique que sustituyó en 2008 al icónico izquierdista Ignacio Ramonet, una para señalar la invasión mental del mercado y la otra para denunciar a la “aristocracia periodística”. “La mundialización es una alianza entre el consumismo y el materialismo para sacar al Hombre de la Historia y precipitarlo hacia eso que Gilles Lipovetski denomina la ‘era del vacío’”, escribió la presidenta del FN recurriendo al sociólogo que pronosticó la llegada de la “segunda revolución individualista”.

Para atacar la “mundialización” propiciada por el liberalismo, Le Pen recurría a un montón de autores de la extrema izquierda y no dudó en citar a Marx o incluso a Pierre Mendès France, el mítico primer ministro de izquierdas francés, quien fuera una de las bestias negras de la extrema derecha en los años cincuenta del siglo pasado.

A pesar de los esfuerzos de Emmanuel Todd por mantener las distancias con Marine Le Pen, a ésta no le dolió utilizar algunas de las ideas “proteccionistas” —y por lo tanto nacionalistas y anti-UE— de este prestigioso demógrafo e historiador, antiguo militante de las juventudes comunistas y nieto de Paul Nizan, el filósofo amigo de Sartre, cuyo pensamiento se basa en la crítica radical a la globalización neoliberal.

Esa es, aunque le pese a Todd, la intersección entre él y la lideresa del FN, pues ella y sus colaboradores realizan esfuerzos por no abandonar la cuestión del descontento económico como eje de su discurso político y que le sirve para ampliar su influencia entre las clases populares y medias, que es lo ocurrió hace un par de días cuando decidió dar un golpe de efecto en la campaña electoral y visitar por sorpresa a los obreros que hacen huelga junto a una fábrica de Whirlpool en Amiens, ciudad natal de Emmanuel Macron, mientras éste se hallaba reunido con los sindicatos en la Cámara de Comercio.

Le Pen se aferra a la defensa de la clase trabajadora francesa, incluso contra la casta sindical, como antídoto que le permite sortear las peliagudas cuestiones de tipo moral, lo que también intenta disimular con utilización de literatura feminista para afrontar la regulación del aborto.

La idea de Le Pen es defender a la clase obrera, con literatura feminista si es necesario

En este libro de 2012, Le Pen hacía todo lo posible para redoblar sus ataques a la “mundialización”, concretándolos en una clara aversión a la Unión Europea y a la imposición del euro como moneda única. Y para hacerlo se apoyaba en un filósofo iconoclasta, Jean-Claude Michéa, con el que al parecer, según decía, logró comprender por qué la izquierda traicionó sus ideales, abandonando “el campo de la defensa de las clases populares, de los obreros, para evaporarse en la defensa del excluido o del indocumentado”.

Cinco años después, Michéa no duda qué ocurre con el ascenso del FN: “La progression du FN est la conséquence de l’abandon par la gauche moderne de toute critique cohérente du capital”.

No es que este declarado anticapitalista se haya vuelto militante del FN, pues confiesa sentirse parte del debate provocado por la “révolution culturelle accomplie par Podemos et aux combats des partisans de la décroissance”, sino que sus ideas son tomadas por Marine Le Pen como fuente de inspiración.

En 2012 tomó como biblia Impasse Adam Smith. Brèves remarques sur l’impossibilité de dépasser le capitalisme sur sa gauche (Flammarion) y en 2017 el libro más reciente de Michéa, Notre ennemi, le capital (Flammarion), donde expone con mucho más detalle que la alternativa al liberalismo es un socialismo basado en el concepto de “common decency” orwelliano, o sea de decencia común, lo que le lleva a criticar despiadadamente a Emmanuel Macron mientras Le Pen sonríe.

Pocos días antes de la celebración de la primera vuelta de las presidenciales francesas, Olivier Faye publicó un artículo en Le Monde en el que destacaba la figura del actual vicesecretario del FN, Florien Philippot, en la transformación de Marine Le Pen y su apego a las ideas antiglobalización tan parecidas a las que defiende el anticapitalismo de izquierdas. El padre de la saga Le Pen, Jean-Marie, atribuye a este hombre la idea de que su hija le expulsase del FN.

Si el Frente Nacional sube es porque la izquierda ha abandonado la critica al capital

Philippot, que pasó de apoyar en las elecciones presidenciales de 2002 a Jean-Pierre Chevènement, exministro socialista y fundador del nacionalista Movimiento Republicano y Ciudadano (MRC), a integrarse en el FN en 2011 y convertirse en puntal de Marine Le Pen. Él y Marine se conocieron por mediación de Paul-Marie Couteaux, un socialista que después fue eurodiputado por su propio partido, Souveraineté, indépendance et libertés (SIEL), y que sin embargo era próximo al FN. En las elecciones de 2012 Philippot ya era su jefe de campaña de Le Pen, plaza que ahora ocupa el joven David Rachline, mientras que Couteaux se distanció del FN en 2014 hasta aterrizar en 2017 en las huestes de François Fillon.

Yvan Blot, quien tiene por costumbre firmar sus artículos como “énarque”, es un exdirigente del FN y fundador del Club de l’Horloge, un think-tank de la extrema derecha. Cuando apareció el libro de Le Pen, él escribió una diatriba contra ella que destilaba indignación por todos los costados: “es la última marxista de Occidente —aseguraba. Sus electores, preocupados por la inmigración y la seguridad ¡quedarán pasmados por el desajuste entre sus preocupaciones y las de Marine La Roja!”.

La veja guardia de la extrema derecha estaba pasmada con el cambio experimentado por esta mujer, en cuyo círculo íntimo también tomaba protagonismo Sébastien Chenu, exresponsable de la célula Gaylib de la antigua UMP y jefe de gabinete de Christine Lagarde cuando ésta era ministra francesa de comercio exterior (2005-07).

Le Pen y los suyos recrean la identidad francesa desde la angustia. Lo cuenta muy bien la directora de investigación del Centre National de la Recherche Scientifique, Anne-Marie Thiesse, autora de un libro muy oportuno, França. Quina identitat nacional? (Editorial Afers), porque nos proporciona las claves de la crisis de la identidad francesa. Una identidad, según dice, que es incapaz de producir una representación positiva de su futuro por la crisis de la política y por los efectos destructivos de la mundialización, lo que se convierte en pasto abonado para que los extremistas lo aprovechen para enfatizar el declive de Francia, que en su opinión sucumbe ante los efectos negativos del desarrollo económico, el aumento pernicioso de las migraciones y la cesión vergonzante de soberanía a la UE.

Tiene razón Salvador Cardús cuando denuncia que la mayoría de la intelectualidad de izquierda está atrapada en la corrección política que les impide darse cuenta por qué Marine Le Pen puede sumar más de siete millones y medio de votos con un discurso que tiene mucho en común con las denuncias altermundistas del candidato de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, y propaga un nacionalismo étnico que, como recordaba hace pocos días el editorialista y columnista de The New York Times, David Leonhardt, vuelve a recorrer el mundo en todas direcciones. Las recetas lepenistas de hoy las cocina otro think-tank frentista, Idées-Nation, y el colectivo CLIC (Culture Libertés et Création), que preside el joven Chenu desde 2015, y cuyo director es Gabriel Robin, uno de los editorialistas de Boulevard Voltaire, un combativo periódico digital del entorno de Le Pen.

El fatalismo de los dos extremos sobre lo que está pasando en Francia y en el mundo les atrae entre sí, pero a la extrema derecha le sirve para fomentar “la nostalgia de un pasado embellecido”, de cuando el croissant estaba horneado con mantequilla elaborada con leche 100 % francesa y los camareros que lo servían junto a un riquísimo café con leche no tenían ese aspecto magrebí o persa que tanto molesta a los votantes de Le Pen.

Veremos lo que depara el futuro a los franceses, pero está claro que Marine Le Pen no es un fenómeno político pasajero ni exclusivamente francés.