Lassalle o una verdadera lección de democracia
El combate contra los populismos exige una apuesta sin fisuras por la racionalidad, una defensa de la democracia liberal, como hace Lassalle
Se pide honestidad, pero se practica poco. Se reclama un buen diagnóstico y alguna salida ante la crisis de las democracias occidentales, pero se dispone de poco tiempo y no se quiere leer nada que suponga un mínimo de atención. Es la característica principal de una sociedad mediatizada por las nuevas tecnologías, que ha sucumbido al “sentimentalismo”.
Los populismos arrecian y nadie sabe cómo han llegado. O, peor aún, se cierra los ojos ante el proyecto económico y político que los propició y que ha imperado en las últimas décadas. Para buscar un remedio, un camino para combatir esa enfermedad en occidente que no es nueva, es preciso volver a definiciones sencillas, a abrazar la democracia liberal, que, desde la asunción de su debilidad, se demuestra como un modelo todavía respetable, porque ama, por encima de todo, la libertad.
Lassalle defiende la democracia representativa, la razón y la inteligencia frente a los populismos
Se trata de una verdadera lección de democracia, la que ofrece José María Lassalle en su libro Contra el populismo. Cartografía de un totalitarismo posmoderno (Debate), en el que, lejos de esconderse en uno de los rincones –es secretario de estado de Agenda Digital, y ex secretario de estado de Cultura en los gobiernos de Mariano Rajoy—golpea a izquierda y derecha, sin olvidar lo que para él es el origen de todo.
Lassalle, uno de los pocos liberales en España que siguen aferrados a gigantes como Stuart Mill porque entiende que la bandera principal debe ser la libertad, considera que el neoconservadurismo que se propulsa desde Estados Unidos está detrás del triunfo de los populismos, tanto en Estados Unidos, con Donald Trump, como en Europa, con fenómenos como el de Podemos en España.
Su tesis es que, tras los atentados del 11S en Nueva York, se dio rienda suelta a lo que, teóricamente, ya estaba muy pensado por entidades como el Project for the New American Century (PNAC), creada en 1997, con la idea de fomentar el comunitarismo de los sentimientos que forjó la nación estadounidense.
El neoconservadurismo en Estados Unidos propició los populismos de ahora, según Lassalle
Se trató de una revolución en toda regla, que, según Lassalle, fracturó por primera la sociedad democrática desde la Segunda Guerra Mundial. Los enemigos pasaban a ser tanto la socialdemocracia como el liberalismo progresista. Eran sospechosos, porque “tendían la mano al contrario y empatizaban con él”.
Lo que ofrecía ese nuevo mundo, esa apuesta rígida en el plano internacional, contra los países musulmanes, bajo la idea de luchar contra el yihadismo, y, en general como jerarca mundial que iba a imponer la democracia en todo el planeta, lo constata Lassalle de forma muy precisa: “Quien no defendiera en los años noventa del siglo XX el Estado mínimo, la ciudadanía democrática como experiencia básicamente consumista y la sacralidad economicista de un mercado desregulado no estaba en sintonía intelectual con los nuevos tiempos”.
Los ‘progresistas’ europeos compraron la mercancía, como Blair. Llegó la crisis económica, que demostró que aquel auge económico tenía pies de barro, porque se había vivido a crédito, como una de las ‘ofertas’ del paquete neoconservador.
¿Todo eso justifica después la aparición de populismos que rechazan la democracia liberal, con líderes que se identifican con el pueblo, y que piensan en términos de asamblea que ratifica todos los proyectos previos de los mismos dirigentes? No, pero hay que saber de dónde se parte.
Convertir la ciudadanía democrática en una experiencia básicamente consumista trae el populismo
Es lo que hace Lassalle, que analiza la llamada “miedocracia”, y el “estado del malestar”, con una crítica mesurada pero eficaz sobre las nuevas tecnologías, y el hecho de que los ciudadanos han olvidado que tienen “cuerpo”, para consumir y moverse a través de las redes como si no existieran. Se trata de no sucumbir en una especie de “hibridación del populismo y la tecnología”, que sería el mayor peligro.
Lo que propone Lassalle es complicado, porque su apuesta no es revolucionaria, es, de hecho, en cierto modo conservadora, y los tiempos no están para esas cosas. No lo parece, por lo menos, en España. Lo que defiende Lassalle es seguir apostando por la democracia liberal, con una mayor atención a los que no pueden seguir, a los que han sido perdedores de un proceso intenso de globalización. Pero siempre dentro de unas coordenadas institucionales, de una democracia representativa, que puede, claro, hacer las cosas mucho mejor. Y sí, Lassalle no se olvida de la corrupción.
Es por ello que Lassalle introduce, tal vez no de forma muy consciente, un debate que puede ser muy intenso: rechaza la idea de “regenerar” la democracia, porque eso significaría tanto como una muda de su piel. Y no se trata de eso, sino de “cuidar” la democracia, de “mimarla”. Sin embargo, todo es “regenerar”, desde las medidas de un partido como Ciudadanos, hasta las propias tesis de Podemos, que lo quiere cambiar todo, de arriba abajo. Es el concepto más de moda en España.
Lassalle rechaza la idea de regenerar la democracia, prefiere «cuidarla», «mimarla»
El populismo se combate “enfriando” las pasiones. ¡Con el calor de este verano no parece que sea algo posible o fácil a corto plazo! Pero Lassalle insiste. Se planta ante los populismos, está en pie y afirma que hay que hacerlo reclamando “la fuerza de la razón y la inteligencia”, propiciando “un pensamiento crítico que cuestione la realidad que ha hecho posible el advenimiento del miedo y el rencor como arietes empleados por el populismo contra la democracia”.
¿Es fácil? No, no lo es. Pero es el único camino posible. Para el que ama la democracia y la libertad.
Lassalle presenta su libro, junto a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, este lunes en Barcelona en el Colegio de Periodistas de Cataluña.