Durante una semana, Economía Digital en colaboración con la Universitat de Barcelona ha convocado a debatir la situación actual del periodismo, de los grupos empresariales que lo han liderado hasta ahora y la posible evolución del sector a exdirectores y directores en ejercicio de medios tanto en papel como digitales, a periodistas especializados y expertos y hasta a agencias de comunicación y algún historiador que aportó una interesantísima visión de la profesión alejada de las urgencias del día a día.
El objetivo que perseguíamos con esta cita no era en absoluto corporativo. Aunque reconozco que a los medios nos encanta mirarnos el ombligo y hablar hasta el aburrimiento de nosotros mismos, lo que movió a ED y a la universidad a llevar a cabo esta reflexión en el marco de uno de sus cursos de verano fue la conciencia de que este oficio se encuentra en estos momentos en una difícil encrucijada y de que según como resuelva los múltiples interrogantes a los que debe responder va a depender su salud futura y con ello la salud de nuestro sistema democrático, porque, y aquí hubo una práctica unanimidad, éste no es posible sin un periodismo libre, independiente y fuerte.
Y es que esto es lo que hace que estemos hablando del periodismo como algo que define los valores de una democracia, su capacidad y obligación de ejercer de contrapoder, su necesidad de convertirse en crítico permanente del poder, de cualquier poder que haya en una sociedad, sea político, deportivo o económico. El periodismo como cuarto poder significa precisamente eso, y por eso hay que hablar de la calidad de nuestro oficio, porque de lo que hablamos en realidad al hablar de periodismo es de la calidad de la democracia. Si no, estamos hablando de otra cosa: de literatura, de documentalismo, de comunicación…, pero no de periodismo, aunque tampoco esto suponga ningún monopolio en este ejercicio.
Acordada mayoritariamente de esta manera la definición de lo que estamos hablando, los cinco días de ponencias y debates permitieron extraer un cierto denominador común que con los matices que cada ponente hizo podríamos resumir así: el periodismo padece en estos momentos el efecto simultáneo de tres crisis, la propia de modelo, la de las industrias tradicionales del sector y la política y económica que atraviesa nuestra sociedad.
Crisis de modelo. Hubo un alto grado de coincidencia entre los asistentes en que en general el periodismo había perdido el norte, los valores que le habían venido definiendo y se había vuelto más acomodaticio, menos impertinente. La tendencia de muchos periodistas a quedarse en las redacciones en vez de salir a la calle a buscar las fuentes, la ausencia creciente en muchos medios de temas propios, la renuncia a interpretar las informaciones ejerciendo un análisis más riguroso del material que se dispone, la abrumadora omnipresencia de Google y el desequilibrio entre los recursos, humanos y materiales, de que disponen los gabinetes de comunicación y los cada vez más menguantes de los periodistas, la falta de calidad literaria los textos… están configurando un periodismo cada vez más plano y con menos interés que desalienta a los potenciales lectores.
Crisis de las industrias tradicionales del sector. Se mire por donde se mire y en el curso se aportaron unas cuantas estadísticas, la mayoría de los grandes grupos empresariales del sector está en una profunda crisis: la facturación publicitaria –principal sustento de los medios– continúa cayendo con fuerza y la pérdida de lectores hace que también disminuyan los ingresos por la venta de diarios; el elevado volumen de deuda acumulado por una buena parte de ellos –Prisa, Unidad Editorial…–, fruto de inversiones equivocadas en diversificaciones a veces incluso ajenas al principal objeto de sus empresas; la falta de inversiones, por el contrario, en lo que constituye su core business, y una excesiva atomización, muy superior a lo que ocurre en los países –132 cabeceras generalistas diarias en España frente a 70 de media europea– dibujan un panorama muy difícil para los aún protagonistas de la información en España.
A caballo entre los escenarios descritos en los dos anteriores párrafos estaría la pérdida de la figura del editor, del empresario de la información, que ha venido siendo sustituido en los últimos años con demasiada frecuencia por hombres de negocio con intereses en otros sectores, intereses legítimos, pero para los que a menudo el negocio de la información no era más que un instrumento para sus otros fines.
Y, finalmente, la crisis económica y política. Una crisis económica que agrava la debilidad del sector y una crisis política que pone en el escaparate como nunca la manera en que se ha extendido el clientelismo y que generado en demasiadas ocasiones una connivencia contranatura entre los diferentes gobiernos –nacionales, autonómicos y locales– y los medios de información.
¿El futuro? Apenas sólo alguno de los conferenciantes se atrevió a sacar su bola de cristal y a dibujar como podría ser el panorama del sector en los próximos años. La mayoría se limitaron a aventurar que habría un intenso proceso darvinista y que unos cuantos de los actuales grupos desaparecerían, que habría posiblemente varios modelos de negocio que podrían encarnar el éxito en el futuro más inmediato y que en cualquier caso esa posibilidad de ganar en una competición tan dura exigirá volver a hacer un periodismo diferente, original, propio, à l’ancienne llegó a proponer uno de nuestros invitados, y que seduzca a los lectores, un objetivo que aunque aparentemente obvio no está siendo aplicado hoy por una buena parte de las empresas informativas más preocupadas en seducir a los anunciantes y a los políticos. En eso estamos.
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