Las trampas de Mas con la industria y los empresarios

Es justo hoy el día en el que el presidente de la Generalitat, el máximo responsable del gobierno de los mejores y el hombre que ha llevado el país al precipicio político actual, el honorable Artur Mas, intentará congraciarse con los empresarios del país.

El empresariado, como corpus social, es maleable y poco sospechoso de rebeldía alguna. Al contrario, le llaman, le convocan (incluso aunque sea en el Fórum de Barcelona) y acude sin rechistar a escuchar al poder político.

Qué lástima que Mas haya tardado tanto tiempo en dar una respuesta a la situación económica y se haya dedicado en cuerpo y alma a la política de salón, a la política de enfrentamiento y, al final, a la política de bajo nivel que ha practicado desde su llegada a la máxima responsabilidad institucional.

 
Para el presidente de la Generalitat los llamados agentes sociales son un residuo del pasado

Mas intentará explicar una especie de política industrial con la que obtener el visto bueno de un empresariado que está hasta los bemoles de su actitud superlativa. Ni ha negociado con ellos (aunque algunos palmeros le harán la ola) ni con los sindicatos. Para el presidente de la Generalitat los llamados agentes sociales son un residuo del pasado y gobernar sin ellos es más resultón y sencillo que lo contrario.

¿Qué necesidad tiene de pactar con nadie su política? Mas ha demostrado sobradamente que la transaccionalidad no es precisamente su principal activo ni tan siquiera su mejor arma política. Lo de hoy tiene una mala pinta terrible incluso antes de escuchar al ínclito Mas. Parece una trampa en la que algunos empresarios pueden actuar como meros palmeros de otros propósitos muy diferentes de revitalizar de una vez por todas la industria catalana.