Las reglas del juego
Según la leyenda urbana, todo esto del Procés viene porque una mayoría de catalanes reclama la independencia y los políticos lo único que han hecho ha sido sumarse a esta ola para no verse arrollados por ella. Desde el primer momento, los datos de las elecciones desmintieron esto, pero no por ello dejó de seguir corriendo este cuento, que todavía a día de hoy puede escucharse en algunas tertulias.
La realidad es que en las elecciones de 2012, tras este supuesto tsunami separatista, los dos partidos que llevaban la secesión en su programa, ERC y CUP, sumaron un total de 622.711 papeletas o, lo que es lo mismo, un 17,17 % de los votos. A esto se podría sumar, voluntariosamente, el poco más de un millón de votos de CiU que, si bien es una cifra importante, supuso para la coalición perder 12 diputados con respecto a los anteriores comicios y uno de los peores resultados de su historia. En todo caso, la suma de los tres partidos fue del 47,35% por lo que esa gigantesca mayoría que pedía la secesión o el «Estado propio» no llegó ni a la mitad de los votos emitidos.
Tras tres años de intensa campaña publicitaria sobre las virtudes de la secesión, regada con cantidades ingentes de dinero público, los independentistas han ido perdiendo apoyos dentro y fuera de Cataluña. Mas ha conseguido que no lo reciba ninguna figura política importante más allá de nuestras fronteras. De hecho, pese a que realizó todo los esfuerzos posibles, no consiguió que lo dejaran asistir a una cena que organizó ALDE en Bruselas a la que, por cierto, sí fue invitado Albert Rivera. Esto no es óbice, por supuesto, para que sigan inventándose grandes éxitos en la «internacionalización del conflicto» y mucho menos para seguir gastando en ello todo el dinero del mundo.
Ahora, los separatistas deciden por su cuenta y riesgo que las próximas elecciones autonómicas van a ser plebiscitarias y van a servir para hacer el referéndum que, según ellos, no se les ha dejado hacer. Aquí la cosa cuesta un poco de entender, porque a veces resulta que sí lo hicieron el 9N y presumen orgullosos de ello, pero otras veces dicen que no, que no se hizo y que ahora no les queda más remedio que convertir estas elecciones en un plebiscito. Es evidente que para ellos el principio de la realidad está sobrevalorado y van diciendo cosas según se ajustan mejor a la milonga que quieran explicar en ese momento.
Resulta curioso que hablen de plebiscito pese a que la mayoría de fuerzas catalanas que se presentan a los comicios no lo reconocen como tal. De hecho, los únicos que lo consideran así son los de la lista de Mas y ERC por un lado y la CUP, por otro. Si el resto no lo consideran como tal, obviamente no han de aceptar las reglas del juego que ellos impongan. Según Junts pel Sí, basta una mayoría de escaños aunque los votos no lleguen ni a la mitad de los emitidos. ¿Pero no habíamos quedado que todo esto era un reclamo del pueblo de Cataluña y que los políticos no hacían más que obedecer? ¿O solo son pueblo de Cataluña los que apoyan las posturas separatistas?
Pero es que ni en esto se ponen de acuerdo, porque la CUP exige que se ha de tener más del 50% de los votos para legitimar el proceso. Conformarse con poco más de la mitad de la población tampoco me parece para tirar cohetes pero, en todo caso, es que la discusión es baldía: no hay tanto por ciento que sirva para legitimar lo que es ilegal ya no solo según las denostadas leyes españolas sino también con las leyes catalanas en la mano. Leyes, unas y otras, que nos hemos dado entre todos de manera consensuada y que ahora unos cuantos políticos y el star system del separatismo subvencionado pretenden saltarse.
En los plebiscitos se escoge entre el «sí» y el «no» mientras que en el resto de elecciones, como es el caso de las autonómicas del 27S, se escoge entre una pluralidad de fuerzas políticas que ofrecen sus propuestas para intentar mejorar. Cada uno legítimamente desde su manera de entender el mundo para la sociedad que quieren gobernar. Por eso resulta tan importante acudir a votar en septiembre, porque tenemos que demostrar de manera clara y contundente que no estamos dispuestos a bailar al son que ellos nos marcan, que queremos seguir disfrutando de esta pluralidad. Debemos escoger la opción que mejor se ajuste a lo que pensamos y poder, por fin, destinar todos los recursos y energías a construir una Cataluña próspera y solidaria. Una Cataluña en la que se acaben las listas de buenos y malos catalanes y que tenga un gobierno que sea para todos y con el que todos podamos sentirnos representados.