Las prisas de Pedro Sánchez
Sánchez tendrá que dejar de improvisar y empezar a proponer, a escuchar y a negociar
Ha tenido poco recorrido. La propuesta de Pedro Sánchez para suprimir los aforamientos de los cargos públicos nos ha entretenido durante esta semana. El debate se ha hecho un hueco entre la comparecencia parlamentaria de Aznar y las argucias del gobierno socialista para burlar el control del Senado a la hora de aprobar los presupuestos.
Un buen golpe de efecto que se deshinchó al cabo de las horas. Sánchez había logrado desplazar la atención sobre su ‘semana negra’ hacia los fueros de los políticos. Porque la dimisión forzosa de su ministra de Sanidad y las dudas sobre su tesis doctoral, con sospechas de plagio y autoría subrogada, le habían dejado en una situación comprometida.
Pedro Sánchez se adelantó por unas horas a Ciudadanos al presentar la resolución sobre los aforados
Su necesidad de eclipsar el debate sobre las irregularidades en los trabajos universitarios y sobre la descoordinación de su gabinete le condujo a anunciar su plan de reducir los aforamientos de forma precipitada y sin poso.
Se adelantó unas horas a Ciudadanos, que había presentado una resolución no vinculante en el Congreso, cierto. Pero su reforma exprés,sin estar amarrada del todo y anunciada fuera de sede parlamentaria (como si fuera Quim Torra en el teatro), se le volvió en contra.
En primer lugar porque su titular fue perdiendo fuelle. Poco a poco se fueron despejando las dudas. No se trataba de suprimir los aforamientos sino de achicarlos. Retirar la protección especial a políticos que resulten investigados por delitos ajenos al servicio de su cargo reduce el número de afectados. Los investigados por corrupción se quedarían como están.
Mucho bombo para tan poco cambio. Un plan menos ambicioso del que intentó Alberto Ruiz Gallardón, cuando era ministro de Justicia, en 2014. Que llegó a proponer que quedaran, como máximo, 22 aforados.
En segundo lugar porque, al equivocarse en la forma de anunciarlo, desvelaba que había tirado por la calle de en medio. Sus prisas por tapar las polémicas de la semana anterior le habían llevado a presentar un plan de tanto calado sin haberlo pactado con la oposición, ni con sus socios de investidura, ni tan siquiera con sus ministros.
Y en tercer lugar porque la aplicación de esa medida precisa de una reforma de la Constitución. No cuenta con mucho margen. Tiene que conseguir una mayoría cualificada de 3/5 en las dos cámaras. O, al menos, una mayoría absoluta en el Senado. Un consenso imposible sin contar con el PP.
Pero el melón de la reforma constitucional ya está abierto. Y, aprovechando la iniciativa parlamentaria de Ciudadanos, todos los grupos ya se han pronunciado. Vía libre. La mayoría de partidos incluyen la eliminación o reducción de aforamientos en sus programas.
El oportunismo de Pedro Sánchez
Pero a nadie le ha gustado las formas de Sánchez ¿Pretende cambiar el aforamiento o cambiar la Constitución? Todos le acusaron de oportunista. Pero no iban a desaprovechar la oportunidad. Tanto nacionalistas como populistas le reventaron la ocurrencia elevando el techo de exigencias.
El PNV dio el triple salto sin red pidiendo que la condición de aforado se extendiera a la familia real. Y los demás apuntaron lo suyo: derecho de autodeterminación para habilitar un referéndum. Pero Sánchez no quiere llegar tan lejos. El PSOE no puede llegar tan lejos.
Ningún partido político rechaza la supresión del fuero, aunque muchos de sus representantes tengan dudas. La eliminación de esa protección especial ante la justicia suena bien. Cuando nos comparamos con otros países de nuestro entorno decimos que no tienen aforados, pero tampoco tienen acusación popular.
¿No sería más adecuado reformar el proceso penal para limitar los abusos que a veces se han cometido con las acusaciones de la acción popular? Pero no se atreven a plantearlo abiertamente.
Sánchez se ha quedado solo en su operación de imagen. Tendrá que empezar la casa por la base, sin tanta improvisación. Proponer, escuchar, negociar. Es lo que él predicaba cuando estaba en la oposición. Todo lo demás son, tan solo, golpes de efecto.