Las piruetas de CDC, tan indefinidas como peligrosas

Eso que Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) llama refundación no debe ser un proceso del agrado de muchos de sus militantes. Sobre todo, porque nace como una reacción a la decadencia que embarga a un partido que está en el ejercicio del poder en estos momentos. Hubiera sido más razonable que esta travesía del desierto de los convergentes hubiera tenido lugar cuando el tripartito les desplazó de la plaza de Sant Jaume y pasaron unos buenos años a la sombra del poder. Tiempos aquellos en los que la alcaldía de Sant Cugat del Vallès parecía tan importante como el Elíseo francés. No había más, es cierto.

Pues no, estamos de reformulación justo ahora. Y, curiosamente, cuando todo hacía pensar que era momento de aclararse, de política en blanco o negro, van y dicen que el partido será nacionalista catalán, pero no independentista. Han dejado con un palmo de narices a muchos de los suyos. De entrada a sus propios intelectuales orgánicos (que lo pedían a gritos), pero también a una parte de los cuadros de la formación y, por supuesto, a sus propios socios de Unió, que esperaban cualquier cosa menos un regreso al redil ideológico.

Estos tiempos son para una política nueva, lo dicen todas las encuestas, sin excepción. La ambigüedad calculada, incluso la de corte nacionalista, suena a antigualla

Lo difícil ahora es averiguar si la verdadera estrategia de CDC es volver por donde solía o, por el contrario, rizar el rizo de la ambigüedad, que esa sí que ha sido una seña de identidad del grupo político durante décadas. Las palabras de Josep Rull, el número dos del partido, son inequívocas: «CDC no se definirá como independentista». Toma, y se queda tan pancho. Acababa de decir que en un año Cataluña sería una nación libre…

Las primeras reacciones a la nueva cuadratura del círculo han sido inmediatas: si la independencia no era el objetivo, criticaba Miquel Iceta, «para qué nos han traído hasta aquí». Pues tiene razón el líder socialista, para este viaje no hacían falta determinadas alforjas.

Los hombres y mujeres de Unió han reaccionado algo mejor. Ahora ya tienen la coartada para sentirse más cercanos a sus partners históricos. Incluso para evitar que se consume el divorcio que parecía innegociable y que sumía a ambos en un pozo de incierto desenlace.

El problema de fondo, no obstante, persiste. CDC se mueve en la indefinición como pez en el agua. Ése ha sido su principal activo político durante décadas. Pero con sus hojas de ruta soberanistas y las alianzas parlamentarias y civiles con ERC ha quebrado el terreno de la templanza labrado durante toda su historia. Estos tiempos son para una política nueva, lo dicen todas las encuestas, sin excepción. La ambigüedad calculada, incluso la de corte nacionalista, suena a antigualla. Incluso para sus propios votantes.

Como señalan las encuestas, será difícil que los electores clásicos de CDC reconozcan al partido como una opción ideológica clara en el nuevo mapa político que se avecina. Y, además, su historia, su sede y una parte de sus líderes, han dejado de ser fiables para quienes siempre vieron en el partido de Pujol un espacio de orden y de moderación.